En el año 2013 proyecté Valparaíso, 2011. Observaciones de un
turista en la Filmoteca de Cantabria, esto es: el cine Bonifaz de
Santander, a instancias de José Luis Torrelavega y el Cine Club Lumière, que en
los últimos años se venía llevando a cabo allí todos los sábados a primera
sesión, y al que yo asistía siempre que pasaba por la ciudad. No era la primera
vez que algo mío se proyectaba en la sala: a finales de 2011 se programó junto
con varios cortos el capítulo tercero de mis Crónicas chilenas, si mal no recuerdo a instancias de Fernando
Ganzo. Sin embargo, por un lado yo no estaba muy satisfecho del proyecto de las
crónicas, y por otro en este caso podía estar presente en la proyección,
presentar y debatir sobre la película. Y esto tenía cierta importancia para mi:
fui asistente a la filmoteca santanderina desde aproximadamente 1994, cuando
sus proyecciones tenían lugar en el Palacio de Festivales, y por supuesto lo
fui cuando pasó a tener sede material en el cine Bonifaz. Esta segunda etapa
arrancó el año 2001, un año antes de que me mudara a Madrid, pero aún así tuve
tiempo para descubrir en la nueva sala el cine de Robert Bresson (en compañía
generalmente de mi amigo Sergio Calderón, con el que planificábamos las fechas
de rodaje de mi primer corto cotejándolas con los horarios de las proyecciones
para no perdernos nada– era aún más importante formarse que crear, ver que
hacer) y enamorarme del de Eric Rohmer, aparte de profundizar adecuadamente en
el de Almodóvar. Posteriormente nunca falté en mis numerosos retornos (recuerdo
un estupendo verano al calor del cine de Raoul Walsh) y me hice visitante
asiduo del citado cine club. Dicho de otro modo, para mi no era poca cosa
presentar mi película en esa sala. Por eso, preparé una presentación especial:
se trataba de un homenaje, el reconocimiento de mi deuda personal en tanto
cinéfilo con Enrique Bolado.
Bolado, sin embargo, no vino a la sesión,
así que no leí lo que había escrito. Y ahora lo busco y no consigo encontrarlo,
de modo que debo escribirlo de nuevo. Y digo “debo” porque, en caso de que
alguien no lo sepa, Bolado fue apartado hace dos semanas de la dirección de la
Filmoteca, lo que supone todo un fin de época, o cuando menos la culminación de
uno que llevaba durando bastante tiempo y que, fiel a las leyes de la narración
clásica, tuvo su cúspide en los momentos finales, antes de la inevitable
muerte, que simbólicamente tuvo lugar en la última sesión, n° 282, del Cine Club del
pasado sábado 2 de febrero, con la proyección de Cuentos de la luna pálida de agosto, de Kenji Mizoguchi.
Me gustaría poder hacer una semblanza de la
labor de Bolado anterior a mi entrada en contacto con ella, pero tristemente mi
conocimiento del cineclubismo santanderino se reduce a la década de los 60, y
me encuentro además lejos de casi todos mis archivos. Lo mínimo que puede decirse es que las dos personas más importantes para la formación de la
cinefilia santanderina han sido José Ramón Saiz Viadero y Enrique Bolado, el
primero activo principalmente en los años 60 y el segundo desde los 70 hasta
hoy (lo que ya de por sí da medida de su importancia). Como buenos cineclubistas, lo suyo tenía algo de apostolado; en Viadero
esto se acentúa por las dificultades propias del momento y por su militancia política, pero está presente en Bolado y yo
pude observarlo en su capacidad para introducirse en prácticamente todas las
pantallas cinematográficas que Santander poseía en la década de los 90, una
década maravillosa para formarse como cinéfilo en la ciudad, como puedo
asegurar dado que fue la de mi adolescencia. A esa época se remonta mi deuda.
Comienzo a asistir a la Filmoteca de Cantabria (aunque no haya ni Filmoteca ni director… pero ya llegaremos a esto) en el año 1994,
cuando sus sesiones tenían lugar en el Palacio de Festivales, ya en la enorme sala Argenta, ya en la más recogida
pero igualmente estupenda sala Pereda. Bolado la dirige, si no me equivoco, desde su nacimiento en 1991. Pero el cine en el Santander de los 90,
o dicho de otro modo la labor de Bolado, no se reducía a esas dos pantallas.
En los años 90 ya no hay cineclubismo, o al
menos este ya no tiene nada que ver con el del periodo franquista. Lo que yo
conocí era distinto: la vida cinematográfica “paralela” de Santander giraba en
torno a una serie de ciclos que podían tener lugar en casi cualquier cine de
Santander, un periodo realmente febril donde casi cada trimestre se aparecía la
posibilidad de ver películas extraordinarias en salas como la del cine Los
Angeles, mi favorita. En los 90, entre la Filmoteca y estos ciclos, el joven
cinéfilo que yo era pudo ver en excelentes proyecciones en 35mm películas como Vertigo (varias veces), La octava mujer de Barba Azul, Persona, La noche del cazador (el escalofrío que sentí cuando, en
medio de un travelling hacia su espalda, la joven Ruby se gira exclamando a
Lillian Gish su amor por el asesino mientras el hipócrita pueblo le busca para
su linchamiento, está en mi para siempre unido a las amplias butacas rojas y
dimensiones concretas del Los Ángeles), La novia de Frankenstein, El hombre elefante, La dama de Shanghai, Yo contraté un asesino a sueldo, Atraco perfecto, Paris nous appartient, Obsesión, Forajidos, El espejo y mil más.
Concretando: en los 90, teníamos los ciclos
recurrentes que bajo el título Clásicos
recuperados se llevaban a cabo generalmente en Los Angeles y que, si la
memoria no me falla, solían durar 5 días, a razón creo que de película diaria.
Estos ciclos se realizaron a lo largo de varios años y también tuvieron lugar,
en alguna ocasión, en la sala 5 (la grande) de los cines Bahía, y no sé si
algún otro lugar, diría que no. Recuerdo también un ciclo veraniego dedicado a
no sé qué en la sala Argenta pero donde vi la recién estrenada Clerks, ciclo con el que inicié mi
asistencia a la Filmoteca, aunque recuerdo haber visto allí tiempo atrás la
segunda versión de Blade Runner, así como La madre muerta, con
presencia de Bajo Ulloa y Elejalde (sé, aunque no estuve, que antes de todo esto habían venido López y Erice a presentar El sol del membrillo). Igualmente recuerdo otro dedicado a
François Truffaut en la misma sala (me iba de vacaciones esa semana, así que solo pude ver Los 400 golpes y Jules y Jim,
ahí es nada), otro al cine francés en los minicines del Coliseum (reincidí con Los 400 golpes pero también recuerdo
rarezas como El dossier 51 de Deville),
otro de cine fantástico en Tantín donde Bolado, cosa rara, participó en un
debate con el público y aseveró que iba a proyectar en la Filmoteca La mirada de Ulises y Underground (no estrenadas en las salas
comerciales de la ciudad) y que iban a ser un éxito (lo fueron), otro dedicado
a la nouvelle vague en la Fundación Botín donde vi mi primer Franju (Thérèse Desqueyroux) y mi primer Godard
en pantalla grande (Vivir su vida) con
conferencias de Jean Douchet o Víctor Erice, y sobre todo dos ciclos
monográficos de 5 días de duración dedicados, en mayo de un año a Tod Browning
y en mayo del siguiente a Carl Th. Dreyer, y que en ambos casos por poco no me hicieron
suspender algún que otro examen (además de adquirir el gusto de ver el cine
mudo sin sonido alguno, el modo adecuado a mi juicio salvo que se posea la
música original, y por supuesto ver por primera vez en pantalla grande El trío fantástico, mi adorada Dracula, La pasión de Juana de Arco o Gertrud),
y last but not least, los maratones que de vez en cuando caían por navidad, los primeros en
la sala grande del Coliseum (mi cine favorito del mundo mundial, cuya
desaparición aún me duele tanto), más tarde en la del Bahía aunque también
recuerdo uno en Tantín (aún no me he recuperado del shock que fue Traje de etiqueta, y supongo que Eva
Aguado, que estaba conmigo, tampoco). El primero fue para no creérselo y
ninguno de los siguientes lo igualó. Por orden de aparición: El increíble hombre menguante, El sabor de la muerte (remake de
Schroeder que, oigan, no está nada mal), Solo
ellas (aprovechada por mi amigo David Pellón y yo para ir a cenar y tomar fuerzas para lo que seguía), Ed
Wood, Clerks, The honeymoon killers y Megavixens (puede ser que confunda el
orden de los títulos centrales). Todo en 35mm (tiempos mejores) y versión
original con subtítulos en español. Para morirse.
Todo esto, lo hizo Bolado.
Todo esto, lo hizo Bolado.
Y el caso es que no estaba solo. No puedo asegurarlo,
claro está, pero creo que el apostolado de Bolado, su trabajo constante de programación
de ciclos diversos, variados, regulares, en diversas sedes, apoyado por la
periodicidad semanal de la Filmoteca, animó a que otros se animaran también a
programar. Recuerdo por ejemplo un creo que breve cineclub en la legendaria
sala de Caminos (de legendaria experiencia, como más tarde descubrí, en ellos) donde
junto a Sergio vimos alucinados, en 16mm, El
proceso de Welles. También, los ciclos dedicados a los géneros
cinematográficos (acompañaba a un curso donde tuvo lugar mi primer encuentro
con el Scarface de Hawks) o a Akira
Kurosawa con motivo de su 88 cumpleaños (con magníficas e instructivas
presentaciones de un para mi entonces desconocido Antonio Santos) en Tantín, o
la presentación de Tren de sombras en
Los Ángeles con asistencia del autor. En Tantín había cursos, por cierto,
aunque aquí intuyo que la constancia de Paulino Viota, desde su retorno a
Santander en 1989 debió ser lo más influyente. Nunca pude ir a los cursos de
Viota, siempre me coincidían con clases, pero sí la presentación de uno sobre
cine soviético a cargo de Guerín (escuché allí por primera vez el nombre de
Dziga Vertov). Hubo otro curso en la Biblioteca Madrazo dedicado al cine mudo
donde Bolado dio una excelente conferencia (usando, por cierto, mi reloj para
controlar la duración; reconozco con cierta vergüenza que a mi yo adolescente
le hizo cierta ilusión) y reincidió en la insistencia de todos los ponentes en
mostrar, para mi embeleso, el famoso travelling de Amanecer, de Murnau (que por cierto no conseguiría ver hasta su
proyección en el primer año del Bonifaz, alucinando en colores de nuevo junto a Sergio
Calderón). También impartieron lecciones Saiz Viadero, Viota y Félix Bolado, y
se proyectó en 16mm El gabinete del
doctor Caligari (yo no pude ir porque se representaba La evitable ascensión de Arturo Ui en la Pereda; como ven, a veces
en Santander había para elegir).
Aparte de estos ciclos que, por sí solos, aseguraban que un cinéfilo iba a tener no pocos momentos de felicidad a lo largo del año y que, a mi juicio, espolearon las ganas de hacer otros por parte de otras personas, hay que constatar la existencia de un suelo básico, fundamental, una suerte de ritmo constante que aseguraba una dosis semanal distinta a la de las salas comerciales de la ciudad, y además (hay que insistir mucho en esto) en versión original: la Filmoteca de Cantabria, cuyas sesiones tenían lugar todos los jueves en doble sesión, de tarde y noche.
La que yo conocí, como dije, había iniciado
sus proyecciones en el Palacio de Festivales allá por 1991, supongo que poco
antes de que yo asistiera con mi despistado amigo Antonio Flores (así se
llamaba, sí) a un festival de cine que se organizó en el lugar, creo que
también con Bolado como director, y donde vi, recuerdo, La linterna roja, El
liquidador y Riff Raff. Y, por
supuesto, estaba claro que no era una Filmoteca. Nunca ha habido Filmoteca en
Cantabria, solo algo así llamado. La historia de por qué no la hay es larga y
la conozco solo en parte por declaraciones individuales obtenidas por otras
cuestiones y que por tanto nunca contrasté ni investigué. El hecho es que, a
día de hoy, no hay Filmoteca, solo un edificio así llamado. Pero se llame como
se llame, sea lo que sea, la Filmoteca fue nuestra salvación en los 90:
proyectaba todos los estrenos que queríamos ver y que ninguna sala de la ciudad
nos ofrecería, y por supuesto en VOSE. No me gusta cansar dando nombres, así
que me limitaré a decir que todos los estrenos importantes de la década pasaron
por allí, tanto los típicos indies de
entonces (Soderbergh, Dicillo, Hartley, Smith…) como los europeos
(Angelopoulos, Rohmer, Haneke, Rivette… aún recuerdo la emoción que me produjo
saber que por fin iba a ver un Rivette, hasta lo anoté en mi diario: “hoy voy a
ver mi primer Rivette”) o de otros lares (allí cayó mi primer Kiarostami, El sabor de las cerezas, así como los
primeros largometrajes de Panahi). En la Filmoteca descubrí a dos cineastas de
los que nunca había oído hablar y que me han acompañado hasta hoy: Kaurismäki y
Ruiz. Cada jueves, conociera o no película o cineasta, allí estaba, fiel a la
cita, donde a veces comparecían también clásicos, ya contemporáneos (recuerdo Cabeza borradora, que sufrió protestas
del público, como me dijo la encantadora taquillera cuando fui a por la entrada
para repetir en la segunda sesión, tras haber asistido a la primera) o antiguos
(recuerdo en este momento Ordet o
algunos Lubitsch como Angel, mi
favorito). Pero centralmente la Filmoteca se dedicaba a los estrenos. Había aún
bastantes salas en la ciudad y se estrenaban algunas curiosidades de vez en
cuando, pero rara vez las fundamentales (nadie iba a estrenar Tres vidas y una sola muerte o Alto, bajo, frágil). Además, todo era
doblado. Temprano en los 90 habían desaparecido el inolvidable Roxy y el
Santander, pero casi coincidiendo con mi marcha de la ciudad cayeron como
dinosaurios los Coliseum, Capitol, Bahía y Los Ángeles (luego retornaría),
reduciéndose todo a las multisalas de las afueras, de las que incluso llegarían
a desaparecer las de Valle Real. Desde ese momento, es decir, en todo lo que
llevamos de siglo XXI, la Filmoteca del cine Bonifaz se convierte en el único
modo de ver cierto cine en Santander.
Fue, en suma, una maravilla de década para
ser un amante del cine en Santander. Y Bolado era el principal nombre propio
entre los responsables de esto, no es posible negarlo. Su celo y constancia prendieron algo en la ciudad, que cristalizó en una década gloriosa. Hoy todos podemos formarnos
descargándonos lo que nos dé la gana en internet, pero en aquel entonces
dependíamos de la limitada oferta del vídeo, la televisión y las pantallas cinematográficas, y tener
todas esas proyecciones, poder ver películas fundamentales en pantalla grande y
versión original, fue una bendición. Y encima, no solo hablamos de clásicos, sino también de estrenos.
Esta es mi deuda con Enrique Bolado, lo que
quiero agradecerle, porque veo claro que, si fue un paraíso ser cinéfilo en el
Santander de los 90, fue gracias a él.
Ahora, matices. ¿El “único modo de ver cierto
cine en Santander”? Algunos lectores pensarán en los cines Groucho
(dos salas). Y mi respuesta es tajante: sí, el único. Primero, porque si antes,
con tantos cines, no se estrenaba el 99% del cine interesante, es fácil
imaginar con solo uno. Groucho no puede dar abasto con todo. Segundo, porque,
de hecho, su programación no destaca por su brillantez, riesgo ni selección de
lo más interesante de la cartelera patria, por mucho que, evidentemente, se
hayan podido ver allí películas buenas y hay que alegrarse de que exista.
Groucho juega sobre seguro, lo cual, dado el riesgo, me parece perfectamente
comprensible, pero ello implica que, de nuevo, el espectador santanderino se
pierde las más de las veces lo mejor de lo disponible. Y tercero, porque Groucho
proyecta cine doblado, limitando la VOSE a una sesión diaria acorralada al
final de la noche. La Filmoteca es la única sala santanderina que ofrece
versión original con subtítulos. Esa es su función social, cultural, ciudadana,
una función que el Groucho, por mucho que diga su responsable, de ningún modo cumple.
Por esta razón, chocan y ofenden las múltiples y miserables cartas que su responsable envió reiteradamente durante
años a los periódicos de la ciudad atacando a la Filmoteca (la constancia es a
no dudarlo la única virtud de este individuo). Según él, la Filmoteca suponía
la financiación pública de una programación que competía deslealmente contra la
iniciativa privada (la suya sola, por supuesto, aunque en su infamia trató de
implicar también en su cruzada a las grandes cadenas de las afueras, dedicadas
por supuesto exclusivamente a los blockbusters). No puedo llamar a este
individuo lo que quisiera, porque no me cabe duda de que alguien tan carente de
norma moral trataría de hacérmelo pagar de alguna manera, pero su acoso y
derribo fue siempre mucho más allá de la normalidad malaje de una comunidad ya
de por sí tan malencarada como la santanderina, y no me cabe la más mínima duda
de que su influencia ha tenido en los acontecimientos recientes. No puede
decirse hasta qué punto resulta trágico el hecho de que solo haya dos salas en
una ciudad, y se odien a muerte. En el fondo, además hay tres, puesto que Los
Ángeles también programa cine, nuevamente doblado, por lo que es este quien
podría suponer cierta competencia a Groucho, dado que los espectadores de VO
rara vez van a aventurarse a ver cine doblado, experiencia que enseguida se
vuelve insoportable al poco de acostumbrarse a escuchar el sonido real de las
películas. No, el acoso del responsable del Groucho fue siempre más allá del
cumplimiento del deber, no quería a nadie más en la ciudad que él y sus ataques
a Bolado fueron siempre absurdos, lo que anima a aventurar cuitas personales y salud mental
(falta de ella, claro está).
No obstante, sí señalaba algo cierto: las
filmotecas no programan cine de estreno. Y el cine de estreno en versión
original siempre fue la norma de la Filmoteca, era a lo que prioritariamente se
dedicaba. El paso al Bonifaz cambió esto, los ciclos de clásicos y demás se
integraron en la nueva sala, pero los estrenos siempre siguieron ahí. Durante
un breve tiempo, hay que insistir en ello, solo el Bonifaz estrenaba cine en
Santander. Creo que quizás en algún momento el peso de los estrenos ha sido
demasiado, pero también supongo que (y no lo sé de seguro, pero estoy
convencido de que es así) Bolado debía dar cuenta de la taquilla del Bonifaz, o ayudaría a sostener una institución que no computaba mucho en los intereses de los sucesivos gobiernos de la región, y
que proyectar un Stallone era así necesario para programar después a Jerry
Lewis (un autor más arriesgado económicamente que Mizoguchi, por si no lo
sabían). No me parece difícil de entender, y si Bolado estaba equivocado al menos sirvió para ver en VO muy buenos estrenos.
Pero sí, la Filmoteca no era
realmente una filmoteca, solo tenía el nombre, menudo pecado. El proyecto que culminó en el
cine Bonifaz, que dejó descontentos a todos, Bolado incluido, no cumplió con
nada de lo pretendido (sala de conservación, de conferencias, biblioteca,
videoteca…), y desde luego no se creó ninguna filmoteca oficial en Cantabria.
Bolado la dirigía pero no era director, no tenía ese cargo. Hay una filmoteca que no es filmoteca, y tiene un director que no es director. Sí, todo
era, es, raro en la Filmoteca. Gracias a esa irregularidad, en Santander se
pudieron ver los mejores estrenos de la cartelera nacional y magníficos clásicos, así que personalmente
me alegro de ese problema, de mi falsa filmoteca. El movimiento actual de clausurarla de golpe, sin
aviso alguno, interrumpiendo cursos y programación, retirando a Bolado del modo
más irrespetuoso, no es menos raro, y huele a pura intriga palaciega, a largos
rencores por fin satisfechos, a atávicas vendettas que nos cuestan el final del
que, para más inri, ha sido a no dudarlo el mejor periodo de la
institución.
En la última década Bolado sumó a la
programación habitual un cine-club y cursos, de los cuales el más famoso es el
anual que realiza Paulino Viota (con asistencia algunos días de hasta más de 50
personas, que no es poco; también hace uno más breve en verano, yo asistí a dos de ellos, inolvidables, sobre la teoría de Eisenstein y Rio Grande respectivamente) pero también hubo otros, por ejemplo de Antonio
Santos, uno de esos valores seguros que ofrece la ciudad y a los que Bolado
decidió ofrecer sitio (Tantín /Casyc dejó de hacerlo hace tiempo). Hay un momento en
que la Filmoteca se abre a incluir a nuevos colaboradores, savia nueva, nuevas
actividades. Sin presupuesto para mucho, la Filmoteca crece a través de la
reflexión sobre las películas más que de la programación, aunque por supuesto esta sea la base y también se innove en ella, trayendo por ejemplo ese cine español
que el Groucho no proyectaría ni jarto de opio. Cineastas ya seniors como
Guerín, Arrietta, García Pelayo o Llorca gustaban no solo de presentar sus
películas en Bonifaz sino de los debates posteriores, y otros cineastas jóvenes
e independientes (Luis López Carrasco, Ramón Lluis Bande, Manuel Asín, Julius
Richard) pudieron también mostrar sus películas en una buena pantalla en una ciudad
donde no había otra para ellos (y algunos eran, éramos, cántabros, considerando
tanto Bolado como Torrelavega que era deber de la Filmoteca dar cobijo a los
cineastas de la región, incluyendo por supuesto entre estos a los que no les
gustaban: eso es sentido del deber y sentido institucional). De remate, en los
últimos dos años apareció lo que nadie podía imaginarse: ¡cine experimental!
Aunque considere que CineInfinito, como se llama este programa, debía haber
obtenido un poco más de apoyo, su existencia es algo que nadie podía haber
previsto en la región, y fue Bolado, un cinéfilo de estirpe filmidealista que no hubiera desentonado en los debates noventeros de Garci, un enamorado ferviente del Hollywood clásico, y no ningún museo o centro
cultural, el que dio visto bueno, el que acogió este cine en una sala. Ver películas de
Robert Beavers, Martha Davis, Joseph Bernard, Ron Rice y tantos más en el
Bonifaz era más de lo que uno podía imaginar. Proyecciones en digital, sí, pero
me consta que porque no había dinero para más y porque el encargado de hacer
los trámites era una catástrofe viviente, y en todo caso siempre muy cuidadas,
habladas y planificadas con los autores, localizados con ese talento de
explorador de lo ignoto que caracteriza a su responsable, Félix García de
Villegas. No sé qué pensará el responsable de Groucho, igual le apetece
alojarlo él ahora.
La situación irregular de la Filmoteca fue
una bendición, gracias a Enrique Bolado; una situación regularizada pero con el
típico gestor al uso no hubiera tenido ni de lejos el mismo interés. Y el mejor
ejemplo de esto, junto a los cursos, es el Cine Club Lumière, de importancia central:
introducía la reflexión sobre las películas programadas, centralizaba de algún
modo las actividades ya que su responsable, José Luis Torrelavega (con Fernando
Ganzo en los primeros tiempos) hacía anuncios, comentaba ciclos, explicaba
problemas y hasta se disculpaba por ellos si tocaba (y sin por supuesto ser él responsable), e
incluso su Facebook era mejor para seguir las actividades del lugar que el de
la propia Filmoteca. Y, de remate, hacía unos programas estupendos que creo
debería recopilar y poner en acceso libre, porque mucho me temo que, pase ahora
lo que pase, nadie va a proponerle continuar con ello.
Y estas “irregularidades” de la Filmoteca y
la labor de Bolado aún van más lejos: todos estos colaboradores salen de la
propia Filmoteca. Es decir: son su público. Fernando, José Luis y Félix, más
otros colaboradores cercanos que me consta añadieron su granito de arena, como
Oscar Oliva, Hugo Obregón o Julius Richard (o yo mismo) eran asistentes
reiterados a sus sesiones. Lo mismo puede decirse de Antonio Santos y, aunque
menos, de Viota. Con ellos, Bolado abrió la Filmoteca a la participación activa
de su público. Ellos, y otros, podían haber planteado cursos, o algún tipo de
programa cuya posibilidad se hubiera estudiado. No creo que esto sea muy
habitual. Y desde luego creo que es bueno, aunque no faltará quien hable de
amiguismos. Fueron los aficionados que estaban allí los que no pocas veces, y
por amor al arte, hicieron al lugar funcionar, le dieron vida y calor. Todos
sabían de la mala situación de la Filmoteca, el poco dinero, las malas condiciones, y
pusieron todo de su parte para apoyarla. Bendita irregularidad. Permítanme
decirlo a lo cursi: esta Filmoteca no conserva, no restaura, sí, pero piensa,
habla, interpela. A veces es cierto que se podría pensar o hablar mejor, pero
nadie es perfecto, y desde luego yo doy fe de cuántas veces el diálogo ha sido
en efecto posible, interpelar a una institución, dialogar con su responsable,
poder proponerle de tú a tú cosas, actividades, problemas, proyectos… y ser escuchado
con atención y respeto. Es el tipo de irregularidad que me gustaría ver más a menudo.
Enrique Bolado siempre fue una persona
polémica, qué duda cabe. Desde los 90 he conocido a gente que lo detesta, pero
generalmente nunca han sabido darme razones de su odio, algo muy revelador. Hay
que decir que Bolado es un tipo con personalidad, vehemente en sus opiniones, a veces brusco,
tajante y seguro de sí mismo, y que eso acostumbra a molestar, cosa extraña en
un país (y una ciudad) al que le es consustancial la proliferación constante de
bocazas y gente soberbia falta de educación. Yo, con Bolado, choco parcialmente
en gustos, cosa aceptable y hasta deseable, y desde luego en ideología, pero
siempre ha sido interesante debatir con él y escuchar sus planteamientos,
procedentes de una concepción del cine que no comparto pero que comprendo y
respeto enormemente. Sin duda, Bolado lleva mucho tiempo siendo una personalidad conocida
en Cantabria (quien no le conoce por el cine, es fácil que lo haga por el
fútbol), y el nombre central, como ya he dicho, de la exhibición
cinematográfica digamos “culta” en la región, lo que ya de por sí imagino
servirá para acumular rencores, envidias y demás, agravadas por su carácter y
su significación política, supongo. Supongo. Qué sé yo. Solo sé que los
acontecimientos recientes huelen pésimamente, que el trato destinado a una
persona a la que el cine en Cantabria le debe todo, guste o no esta persona, a
no ser que haya habido ilegalidades mediante debe ser mucho más respetuosa.
Solo quiero manifestar mi respeto personal por este tipo al que debo una
adolescencia cinéfila estupenda. Y rogar por que, después de echarle de una
manera tan oscura y sucia, las cosas se hagan bien a partir de aquí. Me
permito, para finalizar, algunas líneas a modo de ejemplo:
Algunas irregularidades de la Filmoteca,
las molestas, las he conocido de cerca y son fáciles de arreglar. Sobre todo,
por parte de la administración, principal responsable de las mismas. Respecto a
su estatuto, mi propuesta sería clara: seguir sin una filmoteca de verdad. El
Bonifaz podría seguir llamándose “Filmoteca”, no veo por qué no, pero si
quieren llamarle de otro modo, pues vale. Se le podría llamar “Cine-Club
Lumière”, por ejemplo. O Bonifaz a secas, igual que existe Los Angeles. ¿Por
qué? Para seguir cumpliendo con su función de programar el cine de estreno en
VO que ni el Groucho ni Los Ángeles van a proyectar y que, a las pruebas me
remito, tiene un público numeroso en Cantabria (hay que recordar que la labor
de la Filmoteca se extiende a otros lugares de la región, así como que había
gente que se desplazaba a Santander para ir al Bonifaz), y más numeroso sería si se lo promocionara un poco más. Un cine financiado
públicamente que cumpla con el deber (sí, he dicho “deber”) de ofrecer a sus
habitantes buen cine, actual y antiguo, en versión original. Pienso
que, dado que solo habría 3 salas en la ciudad, podrían intentar planificarse
los estrenos entre ellas para no pisarse títulos, aunque el Bonifaz proyecte exclusivamente en VOSE, y aunque esto precisaría cierta honestidad entre las
partes, algo muy difícil cuando una de ellas es un ser habitado por el odio
(reitero esto: si el Bonifaz deja de funcionar como hasta ahora, se acabaron
los estrenos en VO en Santander, y sobre todo los mejores estrenos). Pienso que Bolado podría ser el programador,
como mínimo porque históricamente se ha ganado el puesto, pero ya que estamos,
si queremos abrir la puerta a que nuevos nombres entren en acción (aunque no
veo por qué no podrían hacerlo en Botín o el Casyc, que no es que se estén
luciendo mucho que digamos en materia cinematográfica) también se le podrían sumar
algunos colaboradores (remunerados, por supuesto, que ya nos conocemos). Gente
no falta: pienso en José Luis Torrelavega, sin duda el nombre fundamental de la
Filmoteca desde su entrada en escena y un hombre capaz de gestionar el planeta
Tierra entero si hace falta, pero también en Antonio Santos, Félix García de
Villegas, Alberto Ruiz de Samaniego, Paulino Viota, Manuel Asín… personas que entre
ellas abarquen gustos diversos y conozcan el arte de programar. También alguno de estos puede ser el programador y Bolado asesor, si tanta inquina le tienen. Como sea, gente no falta,
tanto dentro como fuera. Pienso que, si se opta por un concurso público, lo
cual no me parece mal, se deberían priorizar los conocimientos cinematográficos
sobre la mediocridad gestora tan en boga hoy en día, aunque me juego el cuello
a que la idea es exactamente la contraria (y conste que el responsable de las
gestiones materiales del Bonifaz era un incapaz de tomo y lomo). Pienso que
debiera haber al menos dos proyeccionistas (solo había uno que de verdad lo fuera), y que
también deberían hacérseles pruebas a ellos, tanto del manejo de proyecciones
en celuloide como de los diversos artilugios electrónicos para las proyecciones
en DCP o BluRay. También pienso que, si en todo caso se decidiera crear una
Filmoteca de verdad, con ese estatuto real, en el mismo debería estar escrito que
no se juzgarán los ingresos de taquilla pues es normal que, a veces, en una
sesión de Filmoteca solo haya 2 personas. Y mantener la partida presupuestaria
adecuada para comprar dos proyectores de 16mm (asegurándose de que el
proyeccionista sabe operarlos óptimamente), de 8mm y Super8 y otros formatos, vamos, procurarse el equipamiento debido, y continuar con las actividades del
cine-club y los cursos, la reflexión sobre el cine que ha caracterizado a esta
filmoteca y la ha hecho conocida fuera de la región (y aunque no lo fuera, lo que le ha convertido en una filmoteca distinta). Preocuparse por el cine,
en suma. Porque en realidad, hasta el día de hoy, yo diría que el único que de
verdad lo ha hecho, ha sido ese mismo al que acaban de echar. Desde aquí, a él,
mi eterno agradecimiento.
_______________________
Cualquier corrección de mis recuerdos, imágenes de proyecciones o programas pasados, son bienvenidas. Aprovecho para agradecer a José Luis Torrelavega, Hugo Obregón y Angela Saiz Linares el contacto mantenido durante estos días, las fotos a recortes y las respuestas a algunas de mis consultas. Valparaíso, 2011. Observaciones de un turista puede verse en PLAT. El capítulo tercero de Crónicas chilenas, en mi canal de Vimeo. La programación de CineInfinito puede consultarse en su web. Sobre el Cine Club Lumière, recomiendo la lectura de una excelente entrevista a José Luis Torrelavega y Fernando Ganzo, en el blog Al norte del norte. Se realizó hace casi 7 años y nada cambió... salvo que ganaron los malos.
1 comentario:
Insiste tanto en este asunto la prensa, que incluso los que andamos a años luz de la cinefilia leemos sobre él. La opinión que uno saca, leyendo a unos y otros, y sin conocer a nadie, es:
- Que la sociedad civil en Santander, como en toda España, es raquítica. Una filmoteca bajo la forma de fundación o asociación, sin ánimo de lucro y respaldada económicamente por miles de personas -más alguna empresa- nunca habría tenido que someterse al criterio de unos burócratas. Bolado tampoco habría sido insultado mediante la insinuación de que sólo a partir de 2019 dirigirá alguien con "mérito y capacidad". Por cierto, también la programación de una asociación puede ser "servicio público" si se ofrece abiertamente. Muchos, por lo que se ve, confunden "público" con "estatal/autonómico/municipal". Y de aquí viene parte de los problemas, pues...
-... el propio Bolado tiene todo el perfil de un burócrata. Culto, sí, pero que piensa y actúa como un funcionario. ¿Por qué situarse al margen de las Administraciones y pasar frío, cuando uno puede crearse dentro un chiringuito? Más si uno viene de "familia bien" (la expresión no es mía, está impresa) y tiene buenos contactos entre quien importa. Es totalmente humano haber creído en la viabilidad del proyecto: las Administraciones rebosan de chiringuitos. ¿Por qué no uno más, si funciona bien y no gasta mucho? ¡Que eliminen antes las "tarjetas black"! Pero todo lo estatal, o autonómico, puede caer por tierra en segundos si alguien proclama violados los dogmas esenciales del funcionariado. La potencia de este ataque es que nadie puede decir que se opone a la "igualdad, el mérito y la capacidad": es como oponerse a la paz mundial. Alguien ha sido más hábil que Bolado y los suyos.
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