miércoles, 10 de julio de 2019

Ecos y aparecidos

Cuando en 1977 realiza Con uñas y dientes, es evidente que Paulino Viota se inserta en la oleada de cine político que en el momento se hacía en Europa, pero al tiempo también lo es que en el plano formal su modelo es principalmente norteamericano, hollywoodiense para mayor precisión. Estudiar las reflexiones de Viota y Javier Vega sobre el proyecto cinematográfico que intentaron dificultosamente realizar entre 1973-76 es asistir a un lento proceso de abandono del credo “vanguardista” (uso sus propias palabras) y del didactismo marxista así como de asumir elementos del “lenguaje del cine de Hollywood”. En esta fase, tal expresión refiere sobre todo un modelo narrativo, que en su definitiva realización final, lo que será en el fondo Con uñas y dientes, se concretará en una manifiesta herencia del cine de género que comportará ciertos problemas en sus aspectos ideológicos (por otra parte de gran interés, como muestra el análisis que Pérez Perucha le dedicaría en Contracampo), pero que en su puesta en forma, dado el intento de dar el salto a un cine hecho en condiciones industrialmente profesionales, con buena factura y voluntad de alcanzar al mayor público posible debido a la relevancia política de lo narrado, permitirá al cineasta ejercitar todo lo aprendido en su estudio del gran cine de Hollywood. De este modo, si bien el proyecto posterior a Contactos acaba abandonado, Con uñas y dientes, que recoge algunos de sus elementos (incluidos dos diálogos completos), será el paso lógico tras aquel: la asunción plena de algo que genera problemas ideológicos pero que en el fondo anida en el interior del cineasta, cuya formación cinéfila tanto debía a cineastas como Richard Fleischer, Anthony Mann u Otto Preminger (y nada, pese a la época, a Pakula, Pollack o Ashby, por poner tres ejemplos). La estrategia política que determina el abandono de la estética materialista en favor de una acorde con los modelos mayoritarios, supone también (podríamos decir incluso: facilita) el retorno al cine que amamantó la cinefilia del cineasta y, con ello, al placer de la forma después del penitente dispositivo estético-político de Contactos. Con uñas y dientes, en este sentido, es un retorno, el que un cinéfilo de formación hollywoodiense realiza a sus orígenes, si bien aliados a la exigencia de mantenerse fiel al credo marxista.
    A la hora de escribir mi tesis doctoral sobre Viota, pasé por alto dos citas literales que en la película pueden encontrarse de dos legendarias series B norteamericanas: The naked kiss, de Samuel Fuller y Gun crazy de Joseph H. Lewis. En sí, no demuestran nada respecto a lo dicho en el párrafo anterior. La influencia de Fleischer o Mann se advierte en el uso de los exteriores, los planos largos o los enfrentamientos físicos. Lo interesante es que la cita literal es rara en el cine de Viota, que no hay ningún fetichismo en ellas, y que son interesantes por sus diferencias respecto a los originales, tanto que me jugaría el brazo a que aparecieron orgánicamente en la elaboración de la película.
    El comienzo de Con uñas y dientes emula claramente el célebre de The naked kiss. En aquel, la primera imagen nos mostraba a una mujer golpeando a cámara, en esta es un hombre el que hace lo mismo. Las similitudes acaban no obstante aquí: aparte del sexo, la mujer de The naked kiss es la protagonista y, además, víctima a la vez que agresora, pues responde a otra agresión previa (que, en una modélica anticipación del efecto a la causa, se muestra cuando, en medio de la paliza, se le cae la peluca y descubrimos que está completamente calva). En Con uñas y dientes, el primer plano es el del agresor y el segundo el de la víctima, Marcos, el líder obrero protagonista. En consecuencia, The naked kiss se abre con un subjetivo del auténtico criminal, un violento proxeneta, mientras el filme de Viota lo hace, sin ambigüedades aquí, con el de la víctima (no estoy de acuerdo con que un plano subjetivo identifique automáticamente al espectador con el personaje cuyo punto de vista representa la imagen, pero en el filme de Viota este es sin duda el criterio). Es evidente que las circunstancias no permiten igualar la virulencia y riqueza del arranque fulleriano, si bien lo mejor de su secuencia Viota lo extrae de la persecución y pelea posterior. Creo que no hay relevancia semántica que extraer de estas diferencias, y que de la película de Fuller Viota solo quiere el gesto: comenzar con un puñetazo dirigido a cámara, abrir con esa agresividad, esa voluntad de sacudir al espectador y situarle desde su mismísimo primer plano en una atmósfera de violencia. El guiño cinéfilo es secundario aunque, si acaso, sí podríamos decir que la obvia invocación fulleriana supone una a la gran serie B americana, concretamente aquella que, desde la retaguardia económica hollywoodiense, construía una notable heterodoxia tanto formal como, en ocasiones, ideológica. Podríamos pensar que Viota, haciendo su pequeña película profesional, se imagina allí, en ese grupo que hacía cine pequeño con grandes ambiciones, cine que en sus planteamientos accedía además a una atención por parte del público popular que, dado el contexto de la Transición, era lo precisamente buscado. De la vanguardia, pues, a la retaguardia: en el plano formal la lucha acepta las reglas dadas, la verosimilitud y “buena factura” (o “profesionalidad”, no hay modo de decir esto sin comillas), pero en el ideológico la voluntad es tan revolucionaria como siempre.
La cita de Gun crazy también es bastante literal, pero en este caso las alteraciones son de gran relevancia, hasta el punto de que quizás la cita es mera coincidencia, ya que Viota recurre a una solución que ya no era exclusiva del filme de Lewis, filmar un acto criminal desde el interior del auto. Me refiero, claro está, a su momento más famoso, el del primer atraco de la pareja protagonista, que si no es el mejor atraco de la historia del cine, debe andar muy cerca. Sin embargo, si Viota tiene Gun crazy en la cabeza, no se nota: curiosamente, es un plano que encaja muy bien con el realizador de Contactos, ya que Lewis filma un plano-secuencia desarrollado íntegramente dentro del coche, lo que tiene la consecuencia de dejar fuera de campo lo que sucede en el banco, esto es, el atraco, centro de la escena; en cambio el fueracampo no cumple ninguna función similar en el filme de Viota, y además él filma un secuestro, de mucha mayor brevedad y carente de la cotidianeidad y riqueza del plano de Lewis (lo que no quiere decir que no posea otra).
Lewis filma el primer atraco de la pareja, y lo hace en rigurosa continuidad temporal, un plano-secuencia. Filmados de espaldas desde el asiento de atrás, asistimos por el diálogo y la constante visión a través del parabrisas de lo mismo que ellos ven, de los nervios y excitación previa al momento [Fig. 1]. Escuchamos su contrariedad cuando advierten que hay demasiada gente en la calle y que quizás ni siquiera encuentren sitio, y asistimos al primer momento triunfal en que consiguen aparcar en un buen lugar y el hombre sale, todavía con el coche en marcha, y entra al banco [Fig. 2]. En ese momento, en el que la cámara queda a solas con ella, nos damos cuenta de que no entraremos al interior, pero sí tendremos algo a cambio: el suspense introducido por la aparición de un policía, que casualmente acaba delante del banco dando indicaciones a una pareja. Esto genera no solo una nueva situación sino que la chica se vea obligada a desplazar el coche de tal modo que la imagen se concentre, de acuerdo con la nueva tensión creada, en los dos elementos centrales de la situación: el policía y la puerta del banco. La salida de ella del coche es acompañada por la cámara, que pasa a encuadrar así ambos términos [Fig. 3]. Se desarrolla un diálogo, por demás realmente genial, y al darse la salida suena la alarma, ella noquea al policía y los dos entran en el coche, con posiciones ahora invertidas pues él conduce. La cámara vuelve a su posición de partida e inician la marcha, entorpecida en solo un momento por un coche que se interpone, al que adelantan sin mayor problema. Ella explica por qué estaba fuera. Ahora bien, después de un acto tan importante, su primer atraco, ¿qué sienten? Dada la posición de la cámara solo vemos sus espaldas, la excitación del inicio se palpaba en los tiempos, las frases, la expectación, pero ahora el acto se ha realizado, es preciso algo más. El hombre pide a la mujer que mire si alguien les sigue, y es eso lo que permite que ella vuelva su rostro a cámara generando un primer plano perfectamente natural (aunque la cámara avanza un poco para reforzarlo) [Fig. 4]. El rostro trasluce una excitación y una felicidad infinitas, casi maniacas, acrecentadas por la posición que permite que sutilmente la mejilla de ella se frote con sensual ternura con el hombro de él. Desde el primer segundo al último, una lección.
Lo de Viota no se parece, porque además la situación es otra. La cotidianeidad de los matones que están en el coche tiene poca importancia, o al menos no la tiene en tanto no hay en ellos nerviosismo o expectación, bien al contrario su labor es desapasionada y funcionarial más allá de lo que es el mero desempeño físico (al que asistiremos en breve). Viota filma además un secuestro, y eso determina mucho el modo en que filma el hecho, sobre todo porque no es un secuestro normal: los matones esperan a Marcos pero quien aparecerá será Aurora, de modo que se llevarán a una persona distinta a la prevista. La sustitución obtiene un eco en la escena: el secuestro se lleva a cabo haciendo que el coche de los matones en cuyo asiento trasero se sitúa la cámara sustituya al taxi que espera a su víctima frente al portal. Seguidos por un calmado zoom (ausente en el modelo de Lewis), dos matones salen del auto [Fig. 5]: uno, que parte del asiento del copiloto, toma el taxi, mientras el otro, saliendo de atrás, se sitúa al lado del portal [Fig. 6]. Al marcharse el taxi, el coche se pone en marcha y se sitúa frente al portal, movimiento que la cámara aprovecha para girar y mostrarlo de frente, con el matón esperando a un lado la aparición de Marcos. Quien sale es en cambio Aurora: podemos percibir la breve duda del matón, resuelta con rapidez por la vía de tomarla por detrás y llevarla a la fuerza al interior del coche. Tan pronto entra, corte [Figs. 7-8].   
La similitud, pues, se encuentra solo en el acto delictivo filmado desde una ubicación única y muy limitada, pero este tipo de solución era tan popular ya en 1977 que Viota puede ni haber pensado en el filme de Lewis. La realidad del contexto, de la calle y los transeúntes, los sonidos, el tráfico etc. (protagonistas de los minutos siguientes), tiene una importancia que se extiende a toda la película y que supera por tanto la posible influencia puntual: en sus notas juveniles, Viota siempre alabó la integración de interiores y exteriores auténticos, la capacidad de cineastas como Fleisher y Preminger para incardinar sus escenas en un universo físico, a través por ejemplo de ventanales y elementos por el estilo. Tal integración marcará todas las acciones violentas del filme: véase, aparte de esta escena, o la significativa ubicación de la secuencia de apertura ya citada, el célebre plano-secuencia de la vigilancia de los matones frente a la sede del sindicato, y aquel tan notable en que el asesino de Marcos entra en un bar mientras los camaradas del obrero pasan a sus espaldas, vistos gracias a los amplios ventanales del establecimiento. En todo momento, los matones y asesinos son incardinados en una realidad material con la que conviven sin conflicto alguno; en un universo capitalista, los brazos armados de los capitalistas no generan disonancia (salvo ese mínimo agujero en la puerta que, por supuesto, la maestra comunista sabrá leer inmediatamente).
Igualmente, la cotidianeidad de los matones no es tema del plano. Frente al palpable nerviosismo de los atracadores noveles de Gun crazy, aquí encontramos como ya dije una aplicada labor casi funcionarial, realizada sin apenas palabras, que Viota desarrollará mediante el posterior forcejeo del matón interpretado por Ángel de Andrés con Aurora, planteado como la resolución de una serie de problemas materiales comportados por la necesidad de inmovilizar y callar a la mujer para que nadie en la calle se aperciba de lo que sucede. Viota, con una elaborada secuencia de montaje, presta detalladísima atención al uso de cinturón o kleenex, y sobre todo la gran tensión física del matón, cuya fuerza debe sobreponerse a la de su víctima (dicho sea de paso, Viota me contó que Ángel de Andrés era amigo y compañero teatral de la actriz, y tan buena gente que tuvo un ataque de nervios por la violencia de lo que tenía que desempeñar). En todo caso, en esta secuencia ya se ha abandonado el modelo-Lewis: el secuestro de Aurora, frente al atraco, es sumamente breve y conciso. Si acaso, reflexionando sobre por qué, al ver aquel viejo y notable filme, recuerdo siempre el de Viota, aparte del uso de la cámara (que en todo caso también tiene sus diferencias, como el constante zoom) está esa presencia del mundo alrededor de la acción secreta, de los criminales que ocupan un espacio pequeño, secreto pero a la vista de todos, la vivencia por tanto de una cotidianeidad que aunque aquí no comporta palabras está hecha sobre todo del hecho de compartir el espacio y, con ello, el tiempo (más reducido aquí, sí, pero nunca recortado) y la técnica: en Gun crazy, entendemos la necesidad de dejar el coche bien aparcado, de tenerlo en marcha, de corregir la posición cuando aparece el policía, de salir del coche para hablar con él… es en suma la cotidianeidad del trabajo, en este caso criminal, lo que recuerda al maestro plano de Lewis, pero de nuevo lo que hace que la posible influencia se disuelva en la coherencia con la obra de un cineasta que siempre ha cultivado el respeto por la integridad de las acciones y el gusto por no acelerar los tiempos. Es algo presente ya desde José Luis, por supuesto célebre en Contactos, pero que no deja de ejercitar a fondo en Con uñas y dientes, una de esas películas en las que persisto en encontrar que todo es aprovechable.