1. La mano y la ciudad. Hay en Path
momentos en que podemos ver heridas en las manos de Martha Davis, la persona
que la ha realizado. No es nada grave o dramático, sencillamente heridas de las
que uno se hace cualquier día por cualquier cosa, y además no siempre están: la
sencilla acción que la película registra en ese momento se ha realizado a lo
largo de mucho tiempo (varios años) y por eso unas veces las manos tienen
heridas y otras no. Lo importante es que las vemos porque la película nos
permite contemplar esas manos muy de cerca, cuando dibujan líneas rojas sobre
un mapa de un barrio de Toronto, que seguidamente la cineasta recorrerá (supuestamente,
reproduciendo ese recorrido) filmando lo que considere interesante con su
cámara de Súper-8. Esa cámara, por supuesto, la maneja también con sus manos, y
nada lo oculta: las manos de Davis, esto es su cuerpo, su caminar, el ritmo de
sus pasos, su forma específica de girarse para seguir a una persona o
un objeto determinado, el latido y respiración en suma de su cuerpo mismo, se
hacen visibles en las imágenes, constituyendo eso que me gusta llamar el pulso, la dimensión de las imágenes por
la cual el cuerpo que las ha producido se hace visible en ellas.
En estas
series de imágenes, donde vemos a gente trabajando, policías, vagabundos,
manifestaciones, parques, niños y niñas, gente gorda y flaca, anodina y singular, mercados de
barrio, calles pequeñas y avenidas, plazas, fachadas y patios traseros, vallas,
suelos, prados, cementerios, ruinas, interiores y exteriores, etc., Davis hace
lo que podríamos denominar una sinfonía urbana a pie de calle, radicalmente
opuesta a casi todas las películas para las que se acuñó tal nombre, no tanto
celebraciones de la ciudad como de la omnipotencia del cine que, en tanto la
ciudad se muestra como el espacio que todo lo abarca y el cine la mirada que
llega a todas partes, quedaba a aquella asociada. Celebración conjunta del cine
y la ciudad, del progreso por tanto en cierto modo. Pocas veces quedó tan claro
como en El hombre de la cámara, donde
Vertov celebraba explícitamente a esa suerte de sacerdote privilegiado del
nuevo mundo, con el poder de materializarse allá donde su voluntad le llevara y
registrar para la posteridad el inimitable esplendor urbano. El ojo no está en
las cosas, sino en la ciudad: El hombre
de la cámara no afirma sino que el cine es la ciudad mirándose a sí misma,
celebrando con ello tanto a la urbe moderna como a aquellos que la rinden culto
y loan y propagan su grandeza.
Path es una sinfonía urbana: nos muestra parte de una ciudad
(Toronto) en sus variadas manifestaciones: gentes, espacios, labores,
acontecimientos, sonidos, colores, formas… pero, al mismo tiempo, lo hace desde
la plena consciencia de una limitación física, de una perspectiva o posición
material: no se recorre Toronto entero sino una zona, un barrio, y lejos de
poseer una ubicuidad omnipotente, la cámara está fuertemente sujeta a las manos
y pies de Martha Davis, que recorre un camino errático y levemente laberíntico
desde su casa hasta el estudio (concretamente, “empieza desde mi casa que
estaba en Palmerston y Harbord, con The Funnel en el nº 507 de King Street
este, como destino”). La ciudad, sí, pero caminada, recorrida a pie, sin prisas
ni frenesíes (de hecho el recorrido no es lineal sino laberíntico), con una
mirada atenta pero lúdica. Si las ciudades de Vertov, Ruttman y otros son
ciudades veloces, apoteosis futuristas, el barrio de Toronto de Davis es
tranquilo y cotidiano; si con aquellas el cineasta debe buscar medios de
transporte y registro adecuados a su velocidad y vorágine, Davis caminará con
calma y solo excepcionalmente arrancará a correr, por ejemplo para perseguir juguetonamente
a una niña en un parque. La
histeria y el entusiasmo vendidos al progreso (algo siempre mayor, mucho mayor
a la suma de sus partes) son aquí calma, curiosidad y, sobre todo, convivencia.
Davis convive con la realidad que filma: no se trata de la gloria, sino de la
vida. E incluso no de la vida sin más sino imbuida de una de sus dimensiones
más fecundas: la imaginación.
2. Cuerpo = imaginación. Mientras dibuja líneas, vemos las manos de
Davis. Mientras filma las calles de Toronto, vemos sus manos en las imágenes,
hechas una con ellas (no sabemos si el ojo estará en las cosas, pero desde
luego lo están las manos, y el cuerpo entero). Pero después, veremos a Davis
recrear, muy a menudo con las mismas manos, las imágenes anteriormente
mostradas. Generalmente frente a la cámara, Davis usará muñecos, juguetes,
objetos de lo más diverso, o su propio cuerpo mediante gestos, movimientos,
disfraces y un larguísimo etcétera, para recrear, re-presentar, lo
anteriormente visto y que, una vez entendido el mecanismo (estas tres series
serán repetidas en el orden aquí expuesto una y otra vez a lo largo de la
película), intentaremos recordar lo mejor posible para entender las
extrañísimas e insólitas “apariciones” de la tercera serie.
En las series 1 y 3 (mapa y
recreación) Davis es ocasionalmente filmada por otra persona. No es una
película solitaria, por tanto. Davis tiene cómplices (sorprendente sería otra
cosa vista la simpatía que manifiesta en la película, una de esas obras que
gustan más aún por lo bien que cae la persona que la hace), pero estos momentos
de desaparición del pulso sirven para afirmar aún más su presencia, dado que la
directora pasa de ser la productora de las imágenes a serlo de las imaginativas
recreaciones que realizará ante la cámara, autora por tanto de una suerte de
imágenes de segundo grado. Path muestra
así a una Davis que con sus manos crea imágenes, traza un camino laberíntico
por la ciudad y, sobre todo, crea objetos, imágenes nuevas, inéditas, a veces
vaporosas, inmateriales, ambiguas (algo inevitable cuando nuestra memoria falla
en identificar su modelo). ¿A qué registro pertenecen estas imágenes/gestos/acciones…?
Bien está llamarlas recreaciones, en tanto son re-creaciones, en efecto, un
crear de nuevo, a partir de otra cosa, pero este originarse en otro sitio puede
llevar a atribuir una escasa imaginación a la operación cuando, precisamente,
la imaginación es la gran triunfadora y acaso el gran tema de Path, al menos si entendemos “tema” en
un sentido musical (y el claro formalismo de la autora aconseja a ello). Cuando
vemos a Martha Davis tomar una larguísima tira de papel para dibujar diversas
escenas vemos la re-creación de un maratón, en un acto que utiliza por un lado la
tira de papel para identificar la de celuloide y el continuo fílmico y por otro
su movimiento para hacer lo propio con el desplazamiento de la película tanto
en la cámara como en el proyector, así como con el movimiento de la propia
cineasta, dado que la gran mayoría de imágenes del maratón son tomadas caminando
(y sin olvidar que las distintas escenas dibujadas remedan la división del
celuloide en fotogramas). Davis dibuja mucho en esta sección, y es eso lo que
definitivamente nos llama la atención sobre sus manos, lo que atrae el poderoso
sentimiento de estar ante una película realmente casera, manufacturada, hecha a
mano por alguien, como si fuera un cuadro, un jersey de punto o una vasija de
barro.
Ver las manos de Martha
Davis dibujando permite el siempre maravilloso espectáculo de ver a la
imaginación trabajando, y nacer un mundo. Un mundo que, además, posee
recuerdos, porque esa tira de papel, con sus escenas semejando fotogramas, nos
trae recuerdos de imágenes vistas hace poco, y con ello un reconocimiento pero
igualmente una sorpresa, al ver el mundo pasado reconfigurado, rehecho o, mejor
dicho, convertido en otra cosa de tal manera. Path muestra al arte trabajando: un objeto, un hecho, un ser A,
convertido en un ser B. El arte es el acto de transformar unas realidades en
otras, y por lo tanto algo más sencillo, más pequeño, más casero, de lo que
tendemos a pensar. También esto nos lo recuerda Davis. Sobre todo cuando, en el
espectacular final (Path es también
uno de esos filmes bendecidos por una conclusión simplemente perfecta) se
ponga ante la cámara y empiece a resumir la película con un alucinante y
divertidísimo baile de gestos. De modo que si el dibujo y el uso de las manos
era predominante en las recreaciones, será ahora el cuerpo mismo el depositario
de la memoria de lo visto así como el agente de la imaginación que lo rehace, lo
recompone, lo re-crea, y con ello crea una materia y un ser nuevo, una nueva
realidad, la de un baile irresistible en sí mismo, dado que es realmente
imposible identificar todos las imágenes referidas y no rendirse a la simple
música del loco baile y la arrolladora personalidad de Davis.
3. Imaginación = Arte = Vida. Davis parece entender la imaginación
como algo tan poderoso que, pese a tener siempre un referente, le sobrevive, y
tanto más cuanto más tengamos presente aquel: la recreación de la escena en que
la cámara persigue corriendo a una niña por un parque de exuberante vegetación,
es tanto más emocionante y sorprendente cuanto más recordemos el original y
tengamos presente lo que se representa. La imaginación no precisa ser defendida
desde la arreferencialidad. Pero, con esto mismo, Davis consigue crear la idea
de un soberano esfuerzo para la creación, tan sencilla, sí, pero también tan
difícil porque, en fin, es solo eso,
sí, pero eso hay que hacerlo. Hay que
recordar y ver y decidir qué transformar y de qué modo, con qué objetos, y el
espectador a su vez sufrirá cuando se de cuenta de que no recuerda lo
suficiente, al notar que la referencia de varias imágenes se le escapan, y por
tanto tendrá que tomar conciencia de que debe trabajar de algún modo, poner a
trabajar a su atención y su memoria para poder disfrutar plenamente la película
que tiene ante él. Path es una
defensa de lo lúdico en la creación, pero también una obra exigente. En la
sonrisa de Davis hay mucho rigor, y si Path
parece un juego, es ese tipo de juego en que encontramos la esencia del arte. Cómo
bastan dos manos para crear un mundo, pero cómo dos manos no son un ser y todo
mundo parte de otro y dos manos pertenecen a un cuerpo y un cuerpo a un mundo. Y
Path escenifica la relación de un
cuerpo y un mundo. Porque haremos mal en identificar la serie 2 con la del
origen, el recuerdo, y la 3 con la imaginación. Y haremos mal porque la
imaginación no se observa solo en la recreación del mundo (digamos, la
producción de un mundo-2 sobre un mundo-1) sino en la relación con el mundo-1.
Es decir, en la manera en que los ojos de Davis apuntan y sus manos registran,
al caminar por la ciudad. En aquello que deciden mirar y escuchar, y en el modo
que deciden hacerlo. El aspecto tan en bruto de la sección 2, en su contraste
con la más manifiestamente creativa sección 3 puede hacer pensar en una
realidad en bruto, una recogida de datos, de materiales crudos, para ser luego
reconfigurados, para que la imaginación trabaje sobre ellos. Pero la
imaginación está allí desde el principio, y Path
nos muestra que bastan dos manos y algo que filmar para ello. Las imágenes
recogidas por la calle, sobremanera por su pulso, nos muestran a Davis
trabajando tanto como las que nos la mostraban dibujando o manejando juguetes,
telas, etc. Porque con las manos la conciencia se hace materia y la imaginación
se manifiesta. Porque la imaginación no es solo el acto de imaginar nuevos
mundos, sino de mirar al mundo de la manera que me es propia, mirarlo a mi
manera, desde mi cuerpo, desde su/mi posición en el mismo. La imaginación es un
saber cómo estar en y cómo relacionarse con el mundo. La imaginación es habitar
el mundo. Una pura labor de artista: un ser-ciudadano.
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Pude ver Path en
dos ocasiones, gracias a su programación por Félix García (a quien agradezco la
ayuda prestada para la realización de este texto) en el ciclo Cineinfinito, la
primera en la Filmoteca de Santander (22-IV-17)
y la segunda en el Círculo de Bellas Artes de Madrid (26-X-17),
en esta ocasión acompañada por la también excelente Ride between the lines y la sonriente y encantadora presencia de la
propia Davis. La cita utilizada procede de una entrevista completa muy
interesante con la cineasta, que puede consultarse en la web de Mike Hoolboom. Sobre la noción de pulso, se puede leer en este blog aquí, aquí, aquí y en un artículo sobre, cómo no, Jonas Mekas.