sábado, 31 de diciembre de 2022

MADRID, últimas noticias


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Cristina López Moreno está contenta en Cercedilla. Constanza Nieto no lo está tanto en Bustarviejo. Manuel Asín parece estarlo en Alonso Martínez y Mario Espinoza en Antón Martín, incluso pese a que el nuevo destino esté acompañado por su reciente conversión en padres (biológico el primero, adoptivo el segundo). Gonzalo García Pelayo se mantiene en Príncipe de Vergara, pero sus idas y venidas a Argentina parecen constantes, de hecho hace un año manifestaba su intención de mudarse a Buenos Aires. En todo caso, su actual viaje se debe a la pasión que en el cineasta genera otro: Lucía Seles. 


Isabel Gamero también se ha trasladado, a Lavapiés en este caso, pero persistiendo en su inveterado talento para encontrar chollos casi inconcebibles en ciudad como Madrid. Actualmente imparte Antropología en la Facultad de Filosofía de la UCM, entre otros cursos. La Facultad apenas ha cambiado, aunque el Opus Dei parece haber tomado completo control del centro. Carteles de misas adornan el lugar como ronchas surgidas tras un insalubre almuerzo. El menú de los jueves sigue siendo paella y el dueño de la cafetería sigue siendo fan irredento de AC/DC, como es notorio por la placa colocada en la pared del pasillo, que reza “CALLE DE AC/DC”. La encantadora camarera también sigue allí (cubana, entró a trabajar en la cafetería en 2001, según informa Isabel), como la mujer de Secretaría, que ya va pensando en la jubilación. Nadie parece haber sustituido a Miguel Urbán desde que cambiara la venta de golosinas junto a las escaleras del edificio B por el Parlamento europeo. Visor no se encarga de la librería del B pero de eso también hace ya mucho tiempo. En el A, Escolar y Mayo se separaron, la librería es solo del primero. Julián Santos se ha jubilado pero se le ve bien. Jorge Cano lleva cinco años impartiendo Filosofía Antigua. La biblioteca está cerrada por obras pero la zona de biombos del tercer piso, ya eliminada hace más de doce años a favor de mesas y sillas fijadas al suelo con la consiguiente pérdida de libertad para las prácticas procrastinadoras de cierto alumnado, ha sido transformada una vez más mediante nuevas mesas con USBs y demás parafernalia, que la hacen parecer una. Las que dan al balcón, en cambio, parecen la sala de espera de un aeropuerto. En la primera planta, el grifo de agua del pasillo está ahora metido en una vitrina con una placa, que reza: “Fuente de agua (hacia 1933)”.


XXX participa de un proyecto ultra-secreto digno de película de los 70 u 80 (decidan ustedes la década) cuya trascendencia para la política española debiera verse más pronto que tarde (o más valdría decir, a secas: debiera verse), y parece encantado con su pareja en Ventura Rodríguez, cerca por cierto de la que fue casa de Silvia Sparks cuando respondía al nombre de Silvia Perea. 

Silvia por cierto, está resfriada. 

Madrid sigue siendo la ciudad que entrega pisos de protección oficial solo a familias de clase media y media alta con derecho a revenderlas a partir de 8 años. En otros países, informa Javier Ugarte, son 50, que es lo suyo, o incluso 100. Por supuesto, si ganas menos de 35000 al año ni siquiera puedes optar al piso. También hay gente que aún habla bien de Manuela Carmena, dice, aunque parezca mentira. Montserrat Galcerán ha publicado por cierto un libro sobre su experiencia como concejala en la anterior alcaldía: Activistas en Cibeles. Allí habla de otras singularidades madrileñas, por ejemplo la centralización “sin parangón con lo que ocurre en otras ciudades” (p. 48), y que implantó Alberto Ruiz Gallardón debido a sus diferencias con los fieles de Esperanza Aguirre: “colocaba a los suyos en las áreas donde se concentraban las mayores competencias y mandaba los aguirristas a los distritos, que son mucho más difíciles de pelear, con muchas menos competencias y donde en los plenos distritales hay que dar la cara por una política municipal que se decide en otro sitio, en la Junta de Gobierno en la que esos concejales no participan”. Galcerán comenta el tema porque, entre otras cosas, Manuela Carmena lo mantuvo. Ella fue uno de esos concejales apartados de la Junta (le tocó comerse eso sí los plenos, a los que dedica páginas espectaculares e instructivas sobre la política como representación… teatral) y su libro, acaso por no falsear este hecho, no presenta apenas interioridades sobre lo sucedido aquellos años, al menos en lo que respecta a las altas esferas de decisión, esto es: Carmena y su círculo de infames. La autora tiene tantas pistas sobre la Operación Chamartín como cualquiera (sorprende un poco, porque se sabe más de lo que ella cuenta), y lo mismo con casi todo lo demás, pues solía enterarse de ello por los periódicos, sobre todo al final. Es una buena narración de alguien que se mete en política y apenas consigue hacer nada, reducida pues a mera activista en Cibeles. Aunque se hubiera agradecido mayor imbricación de la línea diarística y ensayística en su construcción, el libro ofrece una buena explicación y análisis de la articulación político-económica (neoliberal) de la ciudad, así como de la propuesta municipalista.

Mientras tanto, Mario Espinoza promete terminar su tesis doctoral sobre Karl Marx en enero, y barrunta escribir después un balance sobre su labor política de la última década, una posible mezcla entre El 18 brumario y las memorias de Espartaco Santoni. Igualmente, acaba de confirmar la publicación de su primer libro de poesía en 2023, a no dudarlo con mogollón de mensaje. 


Galcerán habla de Chamartín pero no de la Operación Plaza España. La plaza ha cambiado tras las reformas, pertinentes solo en su zona inferior (los setos de Sabatini, por el contrario, siguen igual de despeinados, otros dirían deformes). En la superior, la fuente desapareció sustituida por la clásica explanada de hormigón dispuesta para ser ocupada por ferias y lo que haiga falta; fruto acaso de una guerra municipal contra el agua, también voló el estanque ante el Quijote. Mientras, revigorizado tras su triple reventa en un solo día (que no es lo mismo que un triple salto mortal, sino exactamente lo contrario), el Edificio España luce luminoso y vivo por primera vez en décadas.

El inolvidable restaurante chino de Plaza España desapareció y no se espera su regreso, pasando definitivamente al mundo de los sueños. En paz descanse. 

Iván Zulueta, que también murió, y vivió y filmó en uno de los pisos altos del España, ha regresado a Madrid por vía luminosa: los materiales albergados al fin en la Filmoteca Española y que el Doré va proyectando en varias sesiones. 


Mario Espinoza se ha casado. Constanza Nieto se habría divorciado de haber estado casada. Vive unos días en casa de su ex, otros en casa de sus padres. Cristina Fernández Moreno vive en Cercedilla pero mantiene la casa de Delicias, mientras su pareja, Nicolás Petel Rochette, va y viene entre España y Canadá. Violeta Alarcón aprovecha la casa en Quevedo de su actual pareja, “el ruso”. Miguel Alfonso Bouhaben vive entre Madrid y Ecuador vía becas de retorno, tras su primer hijo, tras la pérdida de su madre, y sigue siendo un gusto darle un buen abrazo.

Solo Mario Espinoza se ha casado, pues. Nadie entiende por qué.

Gonzalo García Pelayo, por su parte, persiste en su intento de tener tres esposas, aunque no legales por causas obvias. A veces son tres, a veces dos, a veces una, pero parece que, por suerte, nunca es ninguna. A Gonzalo le gustan los grandes números: realizó diez largometrajes en el último año por valor de más de un millón de euros, y produjo varios más, de cineastas desconocidos como Lucía Seles o prestigiosos como Rita Azevedo. Millonario de nuevo gracias a su talento para el juego aplicado a las criptomonedas, ha tenido que bajar el ritmo de su sello editorial, Serie Gong, pero afirma estar a punto de resolver el contratiempo que en la actualidad supone el reciente bajón de estas. En todo caso no le ha afectado gravemente.


Alba Morín sigue en su casa de siempre aunque en proceso de búsqueda de nueva compañera de piso; de preferencia italiana porque le va bien con las italianas. Su primer largometraje, Tener o no tener, se exhibe en Filmin pero no sacará un solo céntimo por ello, aunque resulta difícil saber por qué. Más importante: acaba de publicar su primer poemario, Sin sueño, donde a veces los versos más que bailar juguetean entre ellos, otras parecen seguir una espiral que ni ellos saben donde irá, y otras adquieren una forma casi aforística no exenta de una leve, sutil comicidad, por ejemplo: 

Mi problema con las cámaras

es que le pregunto al infinito


que por qué

me mira


y espero

una respuesta.

 

Por ejemplo:


Dejo para mañana lo que no

recordé haber empezado

el mes que viene, hace un rato

justo antes de olvidarlo


mañana termino

empiezo

me levanto


mañana lo tendré

la esperanza

mañana la tendré

justo antes de nacer


Por ejemplo:


Necesito más vidas

para entender

por qué no las viví

todas de golpe.


Las tiendas de sonido de la calle del Barquillo han desaparecido. Solo queda una. El cronista recorre la calle alucinado, bloque tras bloque, sintiendo la desaparición de un mundo completo, incluyendo el de las cintas para cámaras que el tiempo sume lentamente en esa tierra de nadie de los albores del digital cuyo exterminio cae fuera de toda vista, cámaras para siempre ciegas, para siempre vacías. El asturiano de Lavapiés donde entrevistó a Jonas Mekas sigue ahí, no obstante, aunque desaparecieron el Castilla, el Viriato y tantos otros. Como el chino de Pza. España, que el cronista nunca dejó de llorar. El cronista camina por la ciudad que nunca dejará de ser su favorita. Contempla pasados que ni siquiera fueron suyos, como la paliza de la policía nacional a los fachas (Blas Piñar incluido, según recuerdo de Paulino Viota) en el estreno de Yo te saludo, María en los entonces cines Alphaville, gran deuda con Godard de la izquierda española. Contempla la calle donde Patricia Ávila le descubrió un fascinante bar de policías y prostitutas donde aprendió que ambas profesiones siempre van juntas. La parada de autobús de la Gran Vía donde, al término de su segunda cita, Silvia Perea le contó un chiste verde. La calle donde Cristina y Nicolás le devolvían la vida cada semana del confuso otoño de 2011. El bar donde descubrió las excelencias de la oreja asada, apodado “el guarro” y hoy también extinto. El mítico Boñar, donde llevó a Tuillang Ying y enormes mesas se veían agasajadas con las tapas más desaforadas y surrealistas del mundo constituyendo la denominada “experiencia Boñar”. La cercana tienda de comics donde el subnormal del dependiente le dijo que él era un experto en Charles Burns y nunca había oído hablar de un tal Misterios de la carne. El cine desaparecido donde vio Dark water (la de Nakata, por supuesto). El cine desaparecido donde vio Klimt junto a Héctor González. El paseo de Ciudad Universitaria a Plaza España recorrido tantas veces con Mario Espinoza y donde una tarde retornó a la posibilidad de hacer cine. El bar de Lavapiés donde volvió a beber alcohol tras tres años de antidepresivos en compañía de Violeta, Miki o Salomé Ramírez. La terraza cercana donde Salomé le comunicó, años más tarde, su cáncer recién descubierto de nivel 4, sin que él se atreviera siquiera a entender lo que le estaban contando. La plaza donde besó a Patricia más de tres horas seguidas. El bar donde descubrió el vermut de grifo gracias a un breve trato con José María Ponce. La mítica Sanabresa, donde tantos menús compartió con Carmen Rivera previos a una tarde de Filmoteca en su primer año madrileño. La librería donde vio en directo a Niebla Fascista con Bakhlava Bunker y Clara te canta como artistas invitados. El restaurante chino habitual de tantas cenas con Isabel y Ruth. La cafetería donde Alfredo Santos tuvo que lidiar, pizarra sonora mediante, con la pelea entre Chefa Alonso y Vril Noise. La ruta amatoria descrita en el primer poema de Sábado noche. La extinta librería donde compraba VHS de Jean Rollin o Jesús Franco en compañía de Eva Aguado. El inolvidable cementerio que le descubrió Eva cuatro años después de que Carlos Pérez Merinero lo inmortalizara en Rincones del paraíso, al fin vista en la televisión de Viole y Luis. La mejor heladería del mundo compartida con las mejores personas del mundo. La calle donde por primera vez lanzó una piedra a un policía. La calle que cruzó con Cristina, Nicolás y Jacques Rancière, nada menos, hacia el hotel donde Pedro Costa, nada menos, le abrió el abrigo para mirar su camiseta de Cannibal Corpse. La plaza donde nunca estuvo cuando había que estar porque estaba en Valparaíso.

Madrid es esa mujer rutilante, la más amada, que jamás volverá contigo. Demasiado cara, demasiado altiva. Prefiere que sigáis siendo amigos. Admite, por supuesto, el amor cortés. Pero este tipo de amor no admite la bigamia, y este sufrido cronista ya está comprometido.