Un texto célebre de Slavoj Zizek comenzaba
afirmando que el autor había visto Matrix
en una sala de cine al lado de su espectador ideal: un imbécil. Recordé mucho
esta frase cuando vi Capitana Marvel
la semana pasada. El hecho concreto que me llevó a ello fue este: en la
habitual secuencia posterior a los genéricos finales, que consiste en
exactamente lo que todos sabíamos que iba a consistir, el público exhaló al
unísono una notoria exclamación de sorpresa.
Ese grito me desconcertó. Capitana Marvel viene tras Avengers: Infinity War (para ser
precisos, en medio está Ant-man and the
Wasp, pero ambas concluyen con el mismo acontecimiento central), que
terminaba con Nick Fury llamando a Marvel justo antes de convertirse en
cenizas. Si Avengers: Endgame se
estrena el mes que viene y en medio tenemos Capitana
Marvel, que como todos sabemos transcurre décadas antes de los
acontecimientos de AIW, ¿qué coño espera todo el mundo que va a pasar en la
escena post-genéricos del final? Pues exactamente lo mismo que en Capitán América, la otra de entre todas
las películas Marvel que tiene exactamente el mismo planteamiento y función. Y
si yo, que soy un tipo al que el universo Marvel se la trae al pairo, sé esto,
¿cómo no van a saberlo sus fanáticos, esos que aplauden cuando en los genéricos
iniciales ven aparecer a Stan Lee como única figura del logo Marvel?
Ese grito de sorpresa no puede venir de la
sorpresa. A no ser que ese público sea efectivamente imbécil. No sé en qué
consiste la imbecilidad del compañero de butaca de Zizek, porque nunca leí su
artículo, la verdad. Imagino que tenga que ver con esa manera de alucinar con
todo lo que veían, que uno podía observar en mucha gente (jamás olvidaré escuchar
a un tipo detrás de mí, en una proyección de Star wars, decirle a un amigo, a una o dos semanas de la salida en
vídeo de Matrix, que la había visto 3
veces y por fin la había entendido: pocas cosas me han puesto tan ante el
abismo del otro como aquella frase…), pero no lo sé. Da igual, de todos modos,
porque aquí estamos hablando de mi libro.
Me pregunto por ese grito de sorpresa ante
algo que de ninguna manera era una sorpresa. Y no me creo que los que gritaran
no supieran que era eso lo que iba a pasar. Por supuesto, no sabíamos el cómo,
pero tampoco es que los de Marvel hayan encontrado un modo particularmente
sorprendente de resolver el retorno de Carol Danvers, precisamente. Un giro de
cámara, y allí está. Sí, muy rápido, ¡pero no da para tanto, acabamos de verla
no hace ni 5 minutos! (y creo que en esa sala yo era el único al que la
secuencia de créditos le parecía larga).
No. El grito de sorpresa era genuino, pero
no había sorpresa. ¿Generaba sorpresa que no hubiera sorpresa? A mi un poco, lo
confieso, pero no me pareció merecedor de un grito, que en mi caso hubiera sido
de hartazgo. La sorpresa de la audiencia que me acompañaba (o a la que
acompañaba yo, por ser más precisos) era feliz, el grito era de regocijo, de
júbilo.
Voy al grano: aventuro que lo que causaba
la felicidad del público no fue la sorpresa porque, nos pongamos como nos
pongamos, nadie podía sorprenderse ahí. No: el júbilo lo causaba la ausencia de
sorpresa. Lo que hacía feliz al público era que nadie se inventase nada que no
cumpliera con lo esperado, que la película no ofreciera algo distinto a lo
previsto. El público da su respingo feliz ante el acontecimiento que espera,
juega a sorprenderse sin sorpresa, experimenta una sorpresa falsa pero no
fingida, verdadera en su impostura pues recubre una emoción real: todo lo que
esperaba ha sido satisfecho.
Esta lectura manifiestamente abusiva que
efectúo a partir de una reacción de seres humanos distintos a mi se fundamenta
en una serie de siniestros hechos observados durante los últimos años,
protagonizados por una inquietante tribu urbana autodenominada “frikis” de cuyo
nacimiento fui aterrado espectador (y participante: siempre me incluyeron entre
ellos) allá por los 90 y en adelante. No me molestaré en definirla porque, para
empezar, su ambición es grande y poco a poco abarcan más y más espacio, así que
prácticamente hablo de todo el universo fan que habita en este mundo, y segundo
porque este no es un texto analítico o con pretensiones de objetividad sino una
invectiva gratuita pero creo que con base verdadera, contra un tipo de fan al
que desprecio absolutamente y la necesidad de cuyo exterminio considero
necesaria para la supervivencia de la especie humana, o al menos de sus
manifestaciones culturales y artísticas más válidas.
Hace
un par de años, en la séptima temporada de The
walking dead, irregular como todas pero bastante interesante, menos
rutinaria y mejor llevada que otras, tuvo lugar uno de los pocos
acontecimientos realmente impactantes en mucho tiempo: Carl, el hijo del
protagonista, es mordido por un zombi, lo que significa indudablemente su
muerte (esto tenía lugar en el capítulo octavo, es decir el último de la
primera entrega, y por tanto funcionaba como cliffhanger, pero era bastante evidente que en efecto Carl iba a
morir, y así fue).
La reacción del fandom fue terrible. La serie sufrió un ataque salvaje por parte de
una piara numerosa y ruidosa de fans que se sintieron ultrajados por la muerte
del personaje. La serie, hasta entonces un must
para muchos, sufrió por primera vez insultos masivos y la red se llenó de
diversas noticias que se dedicaron a criticarla, hacerla de menos y aventurar
su inmediata desaparición, debida por lo visto a sus caprichosas decisiones de
guión (mi favorita era la acusación de gratuidad; se ve que hasta entonces el
rigor y necesidad narrativos habían sido norma). A día de hoy TWD continúa,
pero el showrunner del momento tuvo
que esfumarse y en este momento, tras un giro necesario para resolver la marcha
de sus dos actores principales, la serie parece pretender minimizar tal cambio
siguiendo punto por punto el cómic de la manera más mecánica vista hasta el
momento.
Quien conozca la serie puede extrañarse de
por qué la muerte de Carl causó tal oleada de protestas mientras que no lo hizo
la de Glenn, otro personaje veterano. La razón es obvia: aquella ya tenía lugar
en el cómic, y de igual manera. No suponía, por tanto, una sorpresa, así que
nada podía salir mal: si se decidía no matar a Glenn todo estaría bien porque
se mantendría activo a un personaje querido, pero si se le eliminaba todo
seguía igual de bien porque el shock de su asesinato ya había sido afrontado
por el siempre mucho más entero cómic de Kirkman. Si algunos artículos
refirieron protestas por muertes anteriores como la de Andrea en la tercera
temporada, lo cierto es que no fueron como estas. La razón a mi juicio estriba
en que TWD aún estaba formándose, no llevaba 8 años en marcha, y por lo tanto
el show y sus personajes no estaban tan asentados. En su desarrollo, la
posibilidad de que personajes realmente capitales murieran se volvió más y más
remota, y solo la más que inesperada muerte de Carl cambió esto. Un momento de
valor de los que TWD hacía años que no tenía. La respuesta de los frikis fue el
odio, el desprecio, el insulto, la exigencia de despido del responsable. Y
ganaron.
Ese mismo año se estrenó The last jedi, la octava entrega de Star Wars, segunda de la nueva trilogía.
La anterior, A new beginning,
dirigida por J. J. Abrams, fue adorada por todos los frikis, encantados de ver
una película que repetía punto por punto el desarrollo de la película original
de Lucas y, de remate, el de El retorno
del jedi, en suma: la oportunidad de ver lo mismo por tercera vez. Una
película que se encuentra entre los peores blockbusters
de la historia del cine y un auténtico insulto para cualquier espectador con un
mínimo de dignidad. The great blockbuster
swindle. Los frikis por supuesto no cabían en sí de gozo. Primero, por
quien la hacía: los frikis padecen autoritis, adoran todo aquello que hagan
aquellos a quienes aman... siempre y cuando no se atrevan a ser distintos en algún momento. Segundo, porque era lo mismo de siempre. De hecho, hasta donde sé lo más
criticado fue que los protagonistas fueran un negro y una chica. Se ve que lo
consideraban una concesión.
Rian Johnson se atreve en The last jedi a hacer la entrega más
original de la saga desde El Imperio
contraataca. No es una gran película, posiblemente ni sea buena, pero asume
ciertos riesgos, evita en la medida de lo posible el mimetismo, trata a sus
personajes como seres enteros, se los cree, busca modos de desarrollarlos que
son a la vez inesperados pero coherentes, y de paso estructura la narración de
una manera inédita en la saga.
El odio del fandom fue algo nunca visto, tanto que imagino que cualquiera que
lea esto sabrá de él, porque lo inundó todo. Se llegó a pedir que la película
se enterrara y se hiciera de nuevo. La gente se sintió violada, insultada,
ultrajada… lo mismo que con TWD, pero más, a lo bestia porque, ya sabéis,
cuando te tocan Star Wars es como si
te mentan a la madre: matas. Fue algo histórico.
Vayamos a un ejemplo más “prestigioso”: lo
sucedido con la segunda temporada de True
detective. Tras una mediocre primera temporada, llena de los
clásicos diálogos rimbombantes y pretenciosos propios de las series de
televisión con ínfulas (para colmo, añadamos el siniestrismo de qualité y la vulgar trivialización de mi
adorado Ligotti, aunque sea a través de citas de su obra en efecto más
trivial), sigue una segunda temporada distinta a la primera: urbana, con una
trama mucho más elaborada y compleja, más rápida y de una combatividad política
infinitamente superior a la “espiritual” primera temporada. Estos cambios, que tampoco es que fueran precisamente radicales, tuvieron como resultado que TD2 fuera insultada
desde su primer capítulo e incluso antes (creo recordar que ya generó
vituperios en su avance a la crítica). La cosa fue tan extrema que ni hubo
alabanzas al magnífico trabajo de Vince Vaughn (la sorpresa) y Rachel MacAdams
(una de las mejores actrices en activo actualmente, que tocó el cielo en la
serie). Poco a poco la cosa se va calmando, pero los comeseries tienen claro que
esa temporada fue un fracaso, como evidencian las referencias que se hacen a
ella en las múltiples alabanzas que ha recibido la tercera temporada, en todos
sus aspectos un movimiento de retirada, una renuncia al riesgo, una apuesta por
el mimetismo absoluto respecto de la primera temporada, por mucho que sea
superior a aquella en todos los sentidos (estar por debajo es ciertamente
difícil).
¡Matémosle nosotros antes de que él destruya todo lo
que existe! ¡Quememos vivos a los frikis y a toda su descendencia, y borremos
todo rastro de su paso por la tierra! ¡Hagámoslo, antes de que ellos lo hagan
con nosotros! ¡Que el recuerdo de sus gritos de dolor adorne, embelleciéndolos,
nuestros sueños! ¡Necesitamos un holocausto friki, antes de que ellos generen el
apocalipsis que buscan, del que será difícil, muy difícil resurgir! ¡Empecemos
a construir hoy mismo los hornos, o pronto será tarde! Avisados estáis.
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