Hace un par de días vi The school of rock, una comedia de Richard
Linklater con Jack Black- acaso el más grande intérprete de flipados de toda la
historia del cine. Es una película profesional y competente, dos adjetivos usualmente
sinónimos de trivialidad que hoy en día pueden pasar a referir aquellas
películas que no se caracterizan por su radicalidad, ambición o riesgo, pero
que destacan por su ausencia de retórica, de subrayados, por su cultivo de una
mirada ajustada a su narración, un cine modesto pero realizado con buen
criterio. No hay en The school of rock,
por ejemplo, concesión a los violines cuando el engaño del protagonista es
descubierto o le quita los complejos a algunos de sus alumnos. Cuando vemos, en
el concurso final, actuar a la banda que echó a Finn, el protagonista
interpretado por Black, Linklater no se regodea insultándolos o mostrando caras
de rechazo, sino que simplemente los muestra, sabedor de que, tras haber
recibido las prístinas lecciones de “teoría” rock de Finn, todo espectador
medianamente atento sabrá qué pensar ante la puesta en escena de esa banda
(donde, precisamente, destaca el guitarrista que sustituye a Finn, una
auténtica hiperbolización del guitarra posturitas) o, mejor dicho, qué es lo que
piensan los protagonistas, sin que por ello su punto de vista se nos imponga
inapelablemente. En este sentido, la corrección de la película se advierte en
su propio humor, negado al cultivo del exceso que ya en la época de su
producción (2003) era moneda común: el sadismo de Finn en sus primeras clases
es sumamente moderado, por ejemplo, y no hay que hacer volar mucho la
imaginación para saber qué hubieran hecho la mayoría de comedias hoy y entonces
con la salida nocturna de Finn y la directora del colegio (Joan Cusack), reprimida
y estricta pero fan a muerte de Stevie Nicks. Esto último no es bueno ni malo,
pero es muestra de una película empeñada en mantenerse dentro de unos límites
de corrección que finalmente apoyan su centro: las excelentes clases de rock
que reciben los alumnos, consistentes, fundamentalmente, en entender a este
como un trabajo de resistencia y lucha contra la autoridad, sea del tipo que
sea.
Pero cuando en Hollywood
aparece la autoridad, siempre hay problemas. Primero: sus dos únicas representantes
directas en la película son, curiosamente, mujeres- curiosamente, en el
discurso de Finn la autoridad es significada como “the man”. Se trata de la
directora del colegio y la novia del amigo del protagonista (Sarah Silverman),
para más señas ayudante del alcalde. La primera llega a tener alguna escena
redentora, o al menos explicativa, y además está encantada con la actuación final
del grupo, de forma nada forzada. La otra, sin embargo, es puro odio
concentrado y, más aún, supone un estereotipo de reciente popularidad en la
comedia norteamericana: la novia arpía y manipuladora. El único ejemplo
reciente que me viene ahora a la mente estaba en Resacón en Las Vegas, pero sin duda hay más casos: la novia del
hombre acobardado y con poca personalidad (el “hombre blandengue”, que decía El
Fary), que hace de él lo que quiere, y ante la que éste deberá rebelarse en un
momento determinado (frente a Resacón en
Las Vegas, la rebelión aquí se resume en un elegante y contundente
portazo). No dudo que existan mujeres así, pero tampoco hombres del mismo tipo,
que sin embargo no se hacen de ver precisamente en estos filmes, y además esta
no es la cuestión. Más allá de si la última comedia norteamericana es machista
o no, lo evidente es que su campo de acción es, si no la masculinidad, al menos
la situación de los hombres en varios períodos de su vida, desde la
adolescencia hasta la edad madura, con o sin pareja, con o sin trabajo, y en
donde la visión de las relaciones con las mujeres parece verse justo al
contrario que como entendían ciertos feminismos, en concreto aquellos que
criticaron la dicotomía según la cual la mujer equivalía a la naturaleza y el
hombre a la cultura. Ciertamente, esta siempre me pareció una mala
interpretación, o al menos muy sesgada, y bastaba prestar atención a los
discursos sostenidos por los que antes que machistas se pretendían misóginos
(aquí en España tenemos a magníficos representantes de esta opción, como
Berlanga, Azcona y Ferreri): según estos, el hombre no quiere otra cosa que
mantenerse en perpetuo estado de naturaleza, jugando, retozando, comiendo o
fornicando, y su entrada en la sociedad se debe solo a la necesidad de
satisfacer lo último, pues la mujer exige terribles pagos por la concesión de
su cuerpo, que implican el trabajo, la educación, la posición social…
Ciertamente, las comedias de que aquí hablo no se plantean en los términos más
o menos atormentados de aquellas, antes bien aceptan con más o menos gusto o
incluso sentido del deber (Apatow) el “pago”, pero a mi juicio mantienen esa
interpretación según la cual la adolescencia masculina termina solo por la
necesidad de sexo, o al menos de emparejamiento, sosteniendo al respecto una
posición, digamos, “reformista”: de acuerdo con el sistema porque no hay más remedio,
pero critiquemos al menos los “excesos”, esto es, los abusos “civilizatorios”
de ciertas mujeres.
Segunda cuestión: los
amigos protagonistas encuentran al final una vía “legal” para trabajar en lo
que les interesa: la escuela de actividades musicales extraescolares. Tal vez Linklater
y su guionista, Mike White, no lo ven así, pero lo cierto es que las clases que
Finn da a sus alumnos y su filosofía de rabia contra “the man” se correspondía
con el modo en que daba estas, escondiéndose de la autoridad del colegio para
no ser descubiertos. La enseñanza de la crítica y el menosprecio a la autoridad
como parte fundamental de una buena educación se ponen creo en problemas en la
situación final, con Finn convertido en un auténtico profesor. Reconozco que harían falta más explicaciones, pero siento que algo de lo recorrido se pierde en este
empeño final por mostrar que el camino seguido no termina necesariamente en la
misma ruina económica del principio sino en un trabajo formal mediante el cual
Finn y su amigo pueden dar salida a sus inquietudes musicales. En este sentido,
tal vez no estaría mal plantear una doble sesión donde, después de esta
película, se proyectase Anvil! The story
of Anvil (¿a quién demonios se le ocurrió la brillante idea de repetir dos
veces el nombre del grupo en el mismo título?, ¿temía que el lector se olvidase
al pasar la exclamación?).
Tercera cuestión, y final: ¿y
los padres? En The school of rock,
los padres son mostrados como seres represivos, histéricos y sin una pizca de
humor, causantes del carácter reprimido e histérico de la directora del colegio
y enemigos de que sus hijos escuchen rock o incluso toquen la guitarra
eléctrica. De entre ellos, es singularizado el padre del guitarrista de la
banda, al que vemos en una escena, observada de lejos por Finn, con un carácter
claramente despótico hacia su hijo- de hecho, es después de ella que éste
introduce en la clase el tema de “the man”. Sin embargo, al final de la
película, cuando todos corren a recoger a sus indefensos vástagos al festival
de rock, se quedan parados al verles salir a escena y observan maravillados su
desempeño- ciertamente notable- en la labor. Al final, aplauden encantados como
todos, orgullosos a muerte de sus hijos.
Por supuesto, mi problema
primero es que esto me parece simplemente inverosímil, increíble: estos padres
que pagan 15000 dólares al año por una educación estricta para sus hijos y se
horrorizan al descubrirles escuchando a Yes (¡no hablamos precisamente de
Venom, por Crom!), no pueden quedarse parados al ver a sus hijos salir a un
escenario vestidos de rockeros acompañados de un señor que tal vez les haya
secuestrado y que se ha hecho pasar por otro hombre durante meses, y menos
todavía van a sentirse repentinamente encantados al verles tocar esa música que
les horroriza…
…a no ser que… la película
pretenda mostrar que en realidad el rock no es tan rebelde, que se trata solo
de pasarlo bien, de entretenimiento, y que basta ver a tu hijo tocarlo para
dejar de demonizarlo. De hecho la canción que toca la banda no es mala (aún
más, me parece bastante buena), pero la actuación está lejos de ser, por
ejemplo, la de L7 en la gloriosa Serial
mom del siempre ejemplar John Waters. Además, el vestuario incurre en el
pastiche, con el guitarrista ataviado con chistera à la Slash y Finn “casualmente” vestido con uniforme escolar a lo
Angus Young- aunque tuvo el buen gusto de no imitar sus legendarios pasos-, de
modo que no deja de parecer que estamos ante un grupo infantil, al que al fin y
al cabo se valora por esa cosa terrible que llamamos “esfuerzo”. No olvidemos
que la fiebre “Operación triunfo” asolaba varios países en esa época.
Sin duda es una
posibilidad, aun curiosa. Pero démosle al hecho la causa que sea, el resultado
es el mismo: los padres no son mala gente. Y más que lo dicho de las mujeres,
esto raramente falla en la comedia actual. Aunque sea muy en el fondo, los
padres son buenas personas. Parecen crueles, represivos, brutales, imbéciles, pero
estamos confundidos: en realidad quieren a sus hijos, si cometieron algún error
no fue sino por exceso de celo. Hace unos pocos días veía Role models. Allí, los padres de Augie (Christopher Mintz-Plasse,
es decir, el inolvidable McLovin de Superbad)
se muestran como unos auténticos miserables, dedicados en cuerpo y alma a
humillar a su hijo y alegrarse por todos sus problemas. Sin embargo, al final,
cuando le vean ganar una batalla medieval vestido como un miembro de Kiss (los
fans me perdonarán que no recuerde cuál), se sentirán encantados y super-orgullosos
de él. Cómo no, nos damos cuenta de que los padres, en el fondo, eran buena
gente, después de todo. En otra película que vi recientemente, How do you know, el padre del
protagonista, interpretado por Jack Nicholson, es un delincuente que mete en un
lío gigantesco a su hijo e implora porque éste vaya a la cárcel en su lugar. Al
final, sin embargo, no podrá reprimir una sonrisa al ver a aquel acompañado de
la mujer que quiere, aunque eso signifique que él irá a la cárcel. Desde luego
Brooks, autor de la película, hila más fino, apura la tensión hasta el final y
la sonrisa de Nicholson no anula su disgusto ante lo que le espera, además de
que este tipo de ambigüedad es muy propia de Brooks, o al menos de lo poco que
conozco de él. Pero igualmente cuesta que el padre sea simplemente un cabrón.
Busquen y les costará encontrar un mal padre en la comedia americana.
Un contraejemplo que me
viene a la cabeza implica, significativamente, viajar muchos años en el pasado.
Comparemos dos películas: Despedida de
soltero, de 1984, y Los padres de
ella, del 2000. En la primera, Tom Hanks se va a casar con la chica que
quiere, pero que tiene unos padres realmente despreciables. Siendo así les
trata, consecuentemente, con una total falta de respeto. Y el desarrollo no
muestra sino hasta qué punto el padre es un miserable, y la conclusión le es justamente
ruinosa. Si observamos en cambio Los
padres de ella, el personaje de Robert DeNiro añade a aquella
característica el ser, también, un ultra-conservador hijo de puta. El
enfrentamiento con el novio de su hija, que incluye espionaje y otras lindezas,
lleva finalmente a la reconciliación, y el descubrimiento tranquilizador de que
en realidad el tipo es buena gente, tan solo un individuo que a veces va
demasiado lejos, pero siempre por el amor desmedido que siente por su hija. En Despedida de soltero el padre también
quiere lo mejor para su hija, pero eso no quita que sea un cabrón, y así se
manifiesta en la película; aquí, la lección es clara: da igual que sea el padre
de tu novia, si es una mierda trátale como tal, porque se lo merece. Pero entre
las risas de los últimos 10, 15 años, nos llegan ideas bien distintas, que
sobre todo buscan afirmar que las figuras del poder, si bien en ocasiones se
extralimitan, no dejan de ser benévolas criaturas movidas por el amor a
nosotros, que deberíamos limitarnos a regañarles pero sin olvidar la renovación
de nuestros votos de fidelidad con ellos, pues al fin y al cabo estamos en
deuda con sus acciones. Si suman a esto el pro-militarismo de casi todo el
cine-espectáculo moderno (con Michael Bay y las películas Marvel a la cabeza) y
su encantada defensa de la necesidad de héroes protectores y calladamente
legisladores, la cuenta no es en absoluto tranquilizadora.
Ahora bien, una vez dicho esto… ¿qué importa? ¿Algo así nos pone en riesgo? ¿De qué modo nos afecta? Eso es algo a lo que aún habrá que dar unas cuántas vueltas…
1 comentario:
Rubén querido,...acá en Santigo viendo tu comentario cool, como corresponde a tu estatura...aprovechando que un amigo acá es admirador de tu Blog...¿como estás?...aca yo sacudiendo telarañas, bien porque se reinician las protestas estudiantiles, preparando un gran curanto gran para el domingo y leyendo El Filebo
carolina
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