Den muso (Souleymane Cissé, 1975)
Just pals (Jack Ford, 1920)
Aero Horrorthon the movie (Part one) (Damon Packard, 2024)
Weak rangers (Lucía Seles, 2022)
Unabomber: In his own words (Mick Grogan, 2020)
Hellraiser III: Hell on Earth (Anthony Hickox, 1992)
Hellraiser: Bloodline (Alan Smithee, 1996)
Terrifier (Damien Leone, 2016)
En la crítica que a su estreno en Cannes escribió sobre Yeelen, Serge Daney señalaba que ya entonces Souleymane Cissé era excepción a la regla en el cine africano, pues las películas de ese continente solían ser discursivas y analíticas, muy ancladas a la palabra (incluye en ello a cineastas a los que admira, luego el juicio no es peyorativo), mientras que los personajes de Cissé “tienen una presencia física, una gracia en los movimientos, una sensualidad difusa (…) desconocidas en otra parte. No la estetización del mundo, o su postalización, sino la inscripción inmediata de los cuerpos en su entorno”. Aparte de Yeelen Daney pone como ejemplo Finye (El viento), que aún no he visto, pero Den muso (La joven), primer largometraje de ficción de Cissé, da fe de ello si bien no de una manera tan plena. Altamente elíptica (aunque debo decir que en mi copia había muchos diálogos no traducidos) y con una protagonista muda, es una dura denuncia, intervención en una problemática social que preocupa al cineasta, pero sobre todo un retrato de un estado de cosas entendido como trenzado de relaciones de clase y de género, pero también de espacios y de tiempos; centrado en los padecimientos de la joven hija de un poderoso industrial, el retrato se muestra atento a muchos diversos elementos que se cruzan en el camino, vinculados directamente o no a la peripecia central. Hay una voluntad documental presente en la elección y trato de escenarios, la atención a la decoración de casas o a trabajos en las calles, una crítica del machismo (aunque la muchacha es rechazada de una manera extremadamente violenta por el padre, y más ambiguamente por la madre, pero el resto de familiares la apoyan y protegen, criticando abiertamente al progenitor; ahora bien, el comportamiento de los dos hombres principales de la película es espantoso) y una un poco más larvada sobre las relaciones de clase, muy evidente en el caso del industrial, pero también en la impresionante escena en que su esposa llega con su hija al médico y exige ser vista de inmediato; el personaje, hasta el momento más bien simpático y tanto más por el modo autoritario en que es tratado por su marido, de pronto ejerce el mismo trato despreciativo hacia la enfermera y todos los pacientes de la sala de espera (y más aún: sus deseos son cumplidos). La película puede funcionar como un melodrama desmelenado si se cuenta, pero la importancia del silencio, de las elipsis, de la voluntad descriptiva, la sequedad y hasta tosquedad de su forma, convierte a Den muso en una obra dura, sugerente y conmovedora, gracias también a la interpretación de su protagonista, Dounamba Dany Coulibaly, que en todo el tercio final pone el corazón en la garganta.
Si el joven de Den muso deja la fábrica por el mal sueldo, el protagonista de Just pals, primera película de John Ford para la Fox, nunca trabaja, y es tan vago que le cansa incluso ver a los demás hacerlo. Pero aunque no sienta culpa alguna, es evidente el modo en que esto le obliga a ver el mundo desde la barrera: véanse las composiciones en profundidad que le muestran en términos espaciales separados de otros donde tiene lugar una vida donde no todo son cosas que rechaza: así, le vemos tumbado en un pajar con los que cargan la paja al fondo, pero también mirando a la chica que le gusta hablando lejana con el hombre que la corteja. Ya en estas primeras imágenes, que ejercitan el gusto de Ford por las espaldas, y nos invitan a querer a quien se sitúa en el margen de la sociedad, se observa una cercanía entre Ford y Chaplin que obviamente crecerá cuando la película se convierta en un antecedente de El chico, que se rodaba en aquellos momentos y se estrenaría al año siguiente. Por supuesto Ford no llega a los niveles de elaboración cómica de Chaplin pero tiene sus momentos, como cuando Bim, el protagonista interpretado por Buck Jones, se pone a lavar al crío colgándole en lo alto de una polea. Lo gracioso es que todo se resolverá sin que Bim tenga que dar un palo al agua; sí, se sacrifica por la profesora, sí, detiene un atraco, pero en todo se ve metido por accidente, y al final es la pura casualidad y la buena suerte la que termina metiendo 10000 dólares en su bolsillo, rico finalmente por azar, sin haber trabajado ni un solo día en su vida, y obteniendo a la chica por su buen corazón… y porque ahora su dinero se lo permite.
Por mientras, Just pals es otra muy simpática película típica de estos primeros años mudos de Ford, tan bien acabada como las que había hecho con Harry Carey aunque con mucha menos acción, si bien cuando Jones cabalga resulta un placer verle y Ford hace planos notables con nada, como aquel en que vemos a los bandidos desde el río, pero de pronto grandes salpicaduras de agua irrumpen en primer término por la izquierda de la cámara, para ser pronto seguidas por los caballos de dos nuevos jinetes, cabalgando desde ese primer término hacia ellos. El Ford mudo está lleno de magníficas ideas como esta. Pese a la acción frenética del último rollo la película tiene un tono bucólico y es altamente moral pues prácticamente no hay nadie “respetable” que no sea o malvado o tonto; de nuevo como en Chaplin, es evidente el trasfondo católico y crístico del autor, el desprecio a los “sepulcros blanqueados”, la burla hacia la ley (el sheriff es un secundario cómico de antología) y el amor por los desheredados, su inocencia y su picaresca.
104 años después del rodaje y estreno de Just pals, la Inteligencia Artificial afronta la fase inicial de su reinado, del que poco bueno podemos esperar pero algunos como Damon Packard han tomado como nuevo campo para sus más desenfrenados delirios porque, ya saben, es animación pero en fácil (y ya sé que no hay nada fácil, pero el que no me entienda es porque no quiere). No comprendo apenas una palabra de lo que se dice en Aero Horrorthon the movie – (part one), su nuevo cortometraje realizado íntegramente mediante IA, pero el nivel de delirio es altamente satisfactorio: Telly Savalas en medio de una invasión de lavadoras, masas histerizadas viendo en cines videoclips con Denis Weaver sobrevolando Nueva York montado sobre un águila gigante, exposiciones de Toyotas, un Abraham Lincoln apocalíptico rebautizado Abraham Linkedin… Packard aprovecha la IA para realizar el blockbuster que nunca le dejarán hacer: excesivo, apocalítico, distópico, surreal, poblado de personajes nocivos, rabiosos, histéricos e imposibles, y altamente referencial, algo perfecto para una máquina de plagiar como la IA, pero que se vuelve tanto más interesante por cuanto la imperfección de las imágenes, llenas de glitchs y todo tipo de deformaciones, generan constantes monstruosidades o, en casos más sutiles, una permanente mutabilidad de toda forma, de nuevo muy coherente con el cine de acción real del autor. Mucho mejor que su pieza anterior, la descafeinada y demasiado fetichista Terror above the Sunset Strip, ignoro si, como su título indica, Aero Horrorton tendrá continuación o acabará formando ese largo en IA que tarde o temprano Packard acabará ofreciendo, pero de momento puede decirse que no hay nada como esta película, y que está más que a la altura de lo que podíamos esperar que el director de Reflections of evil nos ofreciera con este medio.
Bastante inusual, pese a tener algo de Curb your enthusiasm descafeinado, es también el cine de Lucía Seles, del que vi Weak rangers, tercera parte de la trilogía del tenis (que este año ya ha pasado a ser tetralogía) con la que se abre su obra fílmica, que al parecer genera fans a paso veloz. Lo lamento, pero no me encuentro entre ellos. Me encanta su montaje, secuencias troceadas mezcladas de formas altamente caprichosas y sugerentes, pero de todo lo demás no encuentro ni las ganas de decir algo. Son películas que no volveré a ver en mi vida.
En lo más bajo de la experiencia audiovisual se encontraría Unabomber: In his own words, miniserie para Netflix en cuatro episodios sobre el célebre terrorista, por el que me interesé al ver recientemente Stemple Pass, obra de James Benning a la que solo un helicóptero separa de ser maestra. La miniserie es un reportaje sensacionalista y vulgar, reiterativo y sin imaginación que, como suele ser habitual, solo ofrece de interés la mera información y algunas declaraciones (que reduciría al hermano de Kaczynski y una de sus víctimas). En “in his own words” resulta bastante deshonesto, pues la de Kaczynski es una voz más entre otras, siendo esto más apropiado para la película de Benning, que sí permite un conocimiento mucho más profundo de su protagonista. En el fondo, como suele pasar con estos reportajes, da igual cuánto duren: siempre te dejan con la impresión de que no te han contado nada. Por ello, más bien valdría como extra en una edición en BluRay de la película de Benning. Ahí sí.
No puede decirse, como era previsible, que las partes tres y cuatro de Hellraiser eleven el nivel de la segunda, y ello pese a que Hellraiser: Bloodline es la más ambiciosa de las cuatro (también la peor), y que la recta final de Hellraiser III es muy divertida, con su matanza discotequera, sus cenobitas cyberpunk y la magnífica escena en la iglesia. Pero los defectos persisten: el pésimo Doug Bradley y unos guiones más que deficientes, a cargo de un Peter Atkins que, al terminar esta, dijo que prefería no seguir porque no veía qué más se podía contar. Impresionante. Si bien el guion de la cuarta apunta direcciones interesantes, se ven constantemente desaprovechadas por la evidencia de que no hay ninguna idea respecto a quiénes son, qué hacen, cómo actúan los cenobitas. Hellraiser III podría incluso ser una secuela de Pesadilla en Elm Street. Ambas tienen sus momentos (en la cuarta, el ritual de invocación por ejemplo) pero de momento, la de Hellraiser es la peor saga que haya visto de cine de terror, la más claramente falta de dirección y aun de concepto. ¿Mejorará la cosa?
Lo contrario cabría decir de Terrifier. He aquí un gore modélico, un regalo para los fans del género. Nadie que intente una lectura sociológica, “elevada” de Terrifier se librará de parecer un imbécil. Qué alegría. Leone “eleva” su obra del modo debido: por su construcción y la absoluta “pureza” a que lleva sus modelos: un slasher sin rodeos, sin excusas, sin digresiones, sin timidez, atmosférico y sádico en extremo. Tardé en verla porque me hastía el tópico del payaso asesino, así que su primera visión, hace dos años, fue una muy feliz sorpresa, que mantiene la dignidad en la revisión. Art the clown es una joya por su diseño y la actuación de David Howard Thornton, que a todo se atreve y todo le sale bien, que es un modelo de peligro, de sorpresa, y de crueldad. Terrifier es un body count perfecto, y podría incluso ser el mejor entre los suyos: Leone sabe articular la variedad dentro de la monotonía, los esquemas habituales (persecución rápida/lenta, ejecución sangrienta/sobria…), los distintos espacios en un escenario único, la alternancia de víctimas y protagonistas, de armas, de ritmos, de tonos… y todo ello sin ni una sola tentación de ser otra cosa que lo que es (y esto no es lo mismo que decir falto de pretensiones), con pleno amor a lo que un film gore debe ser: el amor por ver la destrucción cruel y feliz de cuerpos humanos que no existen, a manos de un medio ideal para crear imágenes de lo imposible. Por ello, como Pieles de Argento, como Re-Animator de Gordon, como Braindead de Jackson, pocas películas tan felices como Terrifier.
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