jueves, 4 de diciembre de 2025

FICViña 2025: observaciones

 


Dos notas personales


1. Por alguna razón me he pasado toda la semana dormido. Nunca me duermo en el cine, pero todos los días he estado a punto en la sesión de las cinco. Ninguna de las películas exhibidas en ese horario me entusiasmó, cierto, pero no se las debe culpar. 

2. Comencé el festival terminando la edición de mi largometraje Noviembre. O eso espero. El caso es que gracias a ello me perdí la presentación, donde por problemas técnicos no se pudo ver la película. Es decir, solo tuvo lugar lo peor de la presentación, que es: la presentación. Y es que en todo festival solo hay dos fechas que uno siempre debe evitar: presentaciones y clausuras. 


Cuatro clásicos


3. Algo que alabar, en todo caso: un festival que, para la inauguración, escoge una película de 1925: El húsar de la muerte (Pedro Sienna). 

4. Otro clásico, aunque es posible que haya quien no lo considere así, por pertenecer a este siglo: Días de campo (Raúl Ruiz, 2004), la gran obra del retorno ruiciano a Chile junto a Cofralandes (2001), adaptación sorprendentemente fiel de la obra de Federico Gana incluso en los momentos que la impugna. Valeria Sarmiento comenta que, tras mucho tiempo sin verla, le impacta lo melancólica que llega a ser. Y sí, a mí también me tienta decir que es la obra más melancólica de Ruiz. Acaso, por la unidad entre los procedimientos formales (incluyo entre estos, como debiera ser, y sobre todo en el caso ruiciano, los narrativos) y el universo tratado, tan identificable con las raíces del Chile poscolonial, de la literatura criolla, pero también de la literatura chilena en general y aun del mundo bohemio, por la poderosa coexistencia entre el universo rural de la obra de Federico Gana, los campos, casonas, huertos y cerros, con ese bar único donde todo Chile pareciera habitar, muerto. Todo lo que fue y lo que no, queda reunido en esa final caja de madera y la lectura del “Cuando seamos viejos” de Romeo Murga, cierre de la obra, constituye así la más demoledora lectura de un poema que posiblemente podamos encontrar en la historia del cine, y uno de los cierres más secos, inclementes y oscuros de la obra ruiciana.

5. Al día siguiente del término del festival, leyendo a Benjamín Subercaseaux, me topo con esta cita de Alain Gerbault: “hay una falta de sabiduría en considerar el trabajo y a la conquista del dinero como el fin principal de la existencia. He creído ver en esto la razón principal de la extinción de las razas primitivas en su contacto con la civilización blanca”. Estas palabras me evocan los pasajes centrales de Descomedidos y chascones (1973), célebre y sobrevalorado largometraje de Carlos Flores, en cuyo estirado metraje se encuentra un excelente film-debate sobre la polémica entre la juventud hippie y los jóvenes militantes de izquierda. De gran interés histórico, dicha polémica mantiene alta relevancia en lo relativo al culto al trabajo de los militantes y su negativa al uso de drogas, alcohol, y por supuesto determinadas músicas y modos foráneos. La exigencia de estos jóvenes de entrega a la productividad, al progreso económico, la dedicación plena de las energías al trabajo y la lucha social evidencia hoy más que ayer muchos de los errores del obrerismo y la militancia en general que consideraba el entretenimiento, el juego y la fiesta, como contrarios y enemigos. Hoy, tiempo en que se evidencia que el paradigma del desarrollo industrial y tecnológico va de la mano del expolio de recursos y la civilización misma, esta autosatisfacción del militante que trabaja 8 horas diarias y luego se pone a estudiar y no solo no se queja sino que exige que los demás hagan lo mismo, cobra matices oscuros. Al mismo tiempo, para el que en consecuencia alabe la fiesta hippie, los análisis sobre su extracción de clase y las conversaciones con algunos dejarán asimismo claro su esterilidad, sobremanera cuando su defensa del no meterse en política cobra inquietantes resonancias con el derechismo actual. Si Flores es evidentemente irónico respecto a los militantes, su equidistancia (replicada en la estructura reversible del filme) es palmaria y loable. El resto carece de interés alguno, y solo puedo decir que con 30 minutos bastaba.     

6. Otro clásico: A la sombra del Sol (Silvio Caiozzi, Pablo Perelman, 1974). Oportunidad de ver restaurada esta original película, de la que solo diré que es un estupendo tratado de composición que demuestra cineastas bien estudiosos del mejor western. Una lección de manejo de los problemas centrales del género: la relación entre figura y paisaje, las líneas del horizonte, el uso de la arena, la tierra, la roca, por supuesto el Sol, que cabe emparentar con los westerns contemporáneos de Monte Hellman. 


Tres observaciones negativas


7. ¿De veras solo tengo eso que decir? Sí, porque no la vi. Y no la vi porque fue proyectada en la gran lacra de este festival: el Teatro Municipal de Viña del Mar, al que me tienta calificar como sala con el peor sonido del planeta Tierra. Tras librarnos de la espantosa sala del palacio Rioja a la que infamemente se puso el nombre de Aldo Francia, la entrada en escena de esta otra, preciosa sin duda, pero que impide escuchar en condiciones mínimamente aceptables las películas que se proyectan, se ha convertido en su nueva maldición. Allí se proyectó Días de campo, de la que nadie con quien haya hablado entendió los diálogos, como no entendieron, por supuesto, los de A la sombra del Sol. Acudí a esta sesión haciendo de tripas corazón, debido a mis ganas de verla al fin en pantalla grande y con buena calidad de imagen, pero no aguanté ni diez minutos, y hui espantado. Nunca volveré y nadie debería hacerlo, para que los responsables tomen cartas en el asunto. O se instala un buen sonido, o que se tire el teatro. 

8. Lo señalado en la nota 1 está ahí porque este cronista no puede descartar que ello haya sido determinante en el balance a la baja que le han merecido las películas que llegó a ver (no tantas como hubiera querido, por las mismas razones). Constato, eso sí, dos aspectos recurrentes a denunciar.

Primero: observada en algunos títulos la tendencia a emular, simular, fingir, engañar, filmaciones en fotoquímico. No soy del todo capaz de argumentar mi rechazo a este proceder. Creo que como mínimo puedo denunciar la falta de imaginación que delata, por la incapacidad de resolver de otro modo la imposibilidad (supongo) de permitirse la filmación parcial en Super8, 16mm u otros formatos. Pero, ¿por qué no recurrir a cámaras digitales “antiguas”, o analógicas? Que alguien recurra a falsear las texturas de un celuloide gastado queda fuera de mi comprensión. Basta utilizar una Hi-8, una miniDV, etc. Acaso el culto a la belleza (“preciosismo visual”, si quieren), junto a un extraño fetichismo técnico, son los que resultan, por su conjunción, en esta impostura. Pero, ¿solo ellos? 

9.  Segundo, o “Hang the sound designer”: observada en algunos títulos la tendencia a llenarlo todo de sonido: paisajes sonoros, en el fondo efectos, efectismos mejor dicho, útiles para declarar que uno no está usando música de John Williams al tiempo que se porta como si lo hiciera. Omnipresencia del comentario sonoro, del dictado emocional, trivialización de todo el universo atendido, y antes que nada del sonido mismo. David Lynch y Werner Herzog hicieron mucho daño.



Tres títulos


10. De astronautas y fantasmas (Luis R. Vera, 2025). Coproducción chileno-paraguaya de este veterano cineasta chileno, cabe empezar por sus principales defectos: primero, la mala resolución de los pasajes en que el profesor de historia moribundo habla con los fantasmas de diversos antepasados, históricos o personales (la película, interesantemente, aúna ambos). Este modo de manejar la voluntad didáctica del filme le da cierto interés y hasta gracia y vuelo delirante (sobre todo cuando los otros personajes empiezan también a escuchar las voces), pero lo envarado y discursivo de los diálogos resulta el gran hándicap, casi amenaza de muerte, del filme, rematado por un trabajo de cámara demasiado impreciso en dichos pasajes. Segundo: el imperdonable uso de la IA, que hunde al filme en el ridículo cada vez que aparece, por fortuna ni dos segundos cada vez (pero entonces, ¿para qué?).

Pese a esto, Vera se las arregla gracias a la coherencia espacial del filme, clave de la buena entente entre sus modestos medios, la sencillez de la puesta en escena y su planteamiento narrativo: tres personajes, una casa, un encierro. El interior se potencia por el uso de las entradas de luz exterior, culminando en la estupenda escena de la pareja en el angosto patio, donde destaca la mayor valía de la película, sus estupendos actores, sobre todo Sofía Netto Barrios, columna vertebral del edificio entero en tanto clave de la verdad que mantiene viva su dignidad incluso en los momentos más delicados.

11. LS83 (Herman Szwarcbart, 2025). Los recuerdos del escritor Martin Kohan se entrelazan con los brutos de cámara de los diversos reportajes de un canal televisivo argentino, entre los años 1973 y 1983. Historia e intrahistoria se mezclan en un interesante tejido de autos, niños, parques, colegios, calles y jardines, pero también inauguraciones de fábricas y discursos de Videla. El gran problema, a mi juicio, reside en la monotonía del dispositivo, que hubiera necesitado algún quiebre o variación, siquiera mínima. Pero me remito a mis problemas de somnolencia para poner entre paréntesis esta observación, hasta una segunda ocasión de revisar la cinta, cosa que me encantaría hacer pronto.

12. La corazonada (Diego Soto, 2025) mantiene el interés por la naturaleza y el uso de una obra literaria como agente provocador, ya presentes en Muertes y maravillas (2023), largometraje anterior de este equipo arrojado a la realización de obras muy modestas en el plano de producción y enormemente ambiciosas en todo lo demás. Centrados ahora en una historia pequeña, casi mínima, y de amor en edad madura para más inri, Soto se niega a dar un solo paso tópico y acomodaticio sin ser por ello provocador o irreverente (al contrario: se trata de una comedia romántica con todas las letras, y feliz para más inri), e incluso se las arregla para extraer savia nueva al recurso metafílmico, de importancia creciente según avanza el metraje. 

Particularmente dotado para el plano largo, hay algunos que son toda una lección (uso la palabra con toda conciencia, pues encuentro una poderosa dimensión didáctica en La corazonada, como si la película fuese una escuela de cine de bolsillo) de aprovechamiento de locaciones y luz natural, de  las posibilidades de los actores no profesionales, práctica a la que parece mentira que Soto pueda sacarle el rédito (casi discursivo) que le saca. Película sobre el amor y el secreto que anida al fondo de cada rostro, La corazonada anuda estos temas a la exploración de las posibilidades de la puesta en escena para ahondar en dichos secretos, y aún de la ficción, el fingimiento, no ya para explorar, sino producir nuevas verdades. La del amor, quizás. Una cumbre del cine chileno, y una cumbre a secas. Solo por dar la oportunidad de verla, y en la gloriosa sala 7 del Cinemark, ya el FICViña 2025 mereció sobradamente la pena.

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