lunes, 30 de abril de 2018

Thomas Ligotti: una introducción (1 de 3)


a Dani, en eterno agradecimiento
1: ...a través de los ojos del Tsalal

   El género de terror, no pocas veces, es alivio del terror, no el pozo oscuro sino su sistema de drenaje. Convoca el pavor en nosotros, o cuando menos en sus protagonistas, solo para apaciguarlo después (y en muchas películas, si acaso, lanzarnos un insultante guiño final). Crea un malestar, o una amenaza más o menos terrible que finalmente es eliminada, siendo el resultado una purificación, un núcleo humano de uno o varios miembros mejorados tras la experiencia. Aunque sepamos que hay horrores en el mundo, sabemos ya que podemos afrontarlos y vencerlos. Salimos reforzados, y hasta más sanos, en cuerpo y alma. Lo que no te mata te hace más fuerte.
    Es muy otra la liga en que juega Thomas Ligotti. El más antiguo de los tres volúmenes de relatos que de él han sido publicados a día de hoy en castellano, Grimscribe. Vida y obras (1991), muestra a un inequívoco heredero de Lovecraft, con su universo de horror preternatural, su “suspensión o transgresión maligna y particular de esas leyes fijas de la naturaleza que son nuestra única salvaguardia frente a los ataques del caos y de los demonios de los espacios insondables” (tal como explicaba aquel en El horror en la literatura) y sus individuos morbosos obsesionados por aquello que indefectiblemente les llevará al encuentro de los aspectos más oscuros y siniestros de la existencia. Aunque algunos de sus relatos, como “La escuela nocturna” o “Glamour”, nos introducen en universos altamente extraños, realidades alteradas de las que no pareciera haber vuelta atrás (sintomáticamente, los dos conforman la tercera parte del libro, titulada “La voz del soñador”), podríamos decir que hay salida a esos horrores que Ligotti, y Lovecraft antes que él, nos descubrían: no entrar, no mirar, no caminar hacia la oscuridad. Aunque la paz equivalga a la ignorancia, es paz. Aunque los horrores mostrados nos digan que nada importamos en los cálculos eternos de la existencia, podemos no sufrir por ello, si no nos enteramos o incluso, echando mano de sangre fría, cinismo et al., no nos importa. Hay, pues, un afuera. ¿Que la humanidad desaparecerá y se hundirá en el olvido algún día? Puedo decidir que eso no me afecte, o puedo decidir no adentrarme en las tumbas, cavernas, poblados, calles, ciudades, etc., que Lovecraft, y ahora Ligotti, diseñan. Pese a todo, hay un afuera.
    Tímidamente, el extraordinario Noctuario (1994) comienza a afianzar un nihilismo radical apreciable en la creación de universos extraños percibidos no obstante con total normalidad por sus protagonistas (destacadamente en “El extraño diseño del maestro Rignolo”) o situaciones de las que no existe escapatoria alguna (“Demente velada de expiación”, en cierto modo un desarrollo lógico de las catástrofes colectivas expuestas en “Los místicos de Muellenburg” o “La sombra en el fondo del mundo”, del volumen anterior), y solo un relato tiene lugar en la más común normalidad, incluso entendida esta en un sentido genérico (“Conversaciones en una lengua muerta”, el más convencional pero, por eso mismo, el que más nítidamente permite ver el talento y personalidad como escritor de Ligotti, su gusto por el cuidado de la estructura, su preciso uso de la elipsis, su elegante y maligno sentido del humor). El libro no en vano culmina en una memorable tercera parte, “Cuaderno de la noche”, formada por brevísimos relatos de entre 2 y 4 páginas que, si bien no únicos en la historia del género (su origen podría encontrarse en algunos equivalentes de Lovecraft como “Nyarlathotep”, “Azathot” o “Lo que trae la Luna”), muestran de manera extremadamente concentrada y sintética, en un maridaje perfecto entre narración, ensayo y poesía en prosa, el triunfo absoluto de un universo compuesto por el horror mismo como única materia y una existencia entendida como catástrofe, sinsentido y malignidad absolutas de las que no hay otra escapatoria que, claro está, la inexistencia.   
    Hasta donde nos permite saber la obra disponible en castellano de Ligotti, este desarrollo culminará en todo su esplendor en una obra cumbre, del autor y del género: Teatro Grottesco (2006). En los relatos de esta colección, no hay afuera alguno. Si acaso, hay grados de horror, grados de desastre, pero de ninguna manera un exterior a un horror que es el de la existencia misma.
    Con razón hay quien ha hablado en Ligotti de “horror ontológico”. Cuando en los relatos de Lovecraft se elogia (todo lo que puede llegar a elogiarse algo en Lovecraft, claro está) la ignorancia, como en la célebre apertura de “La llamada de Ctulhu” que precisamente Ligotti cita en su ensayo La conspiración contra la especie humana (2010), esa ignorancia es histórica y, si acaso, espacial: ignoramos lo que hubo antes, lo que habrá después, y lo que hay en este momento en otros, en ciertos sitios. Cierto es, y Ligotti aporta pruebas de ello en su ensayo, que para Lovecraft esto era el signo de una conciencia pesimista, próxima al gnosticismo, acerca de la existencia (lo que Cirlot, hablando del mismo autor, definía como “enfermedad gnóstica”: “las ideas de omnipresencia del Mal, de necesidad de evasión y el sentimiento de radical extranjería en la tierra”). Pero este horror fue por él expresado de forma metafórica, convertido en seres y hechos concretos, traspasado a una historia y espacio concretos. Lovecraft sería así un notable ejemplo de la naturaleza paradójica que Ligotti encuentra en el horror sobrenatural: “al transformar los suplicios naturales en sobrenaturales encontramos la fuerza para afirmar y negar simultáneamente su horror, para saborearlos y sufrirlos al mismo tiempo” (CcEh, p. 119).
    No es que la obra de Ligotti sea ajena a este carácter paradójico, consustancial al género como él mismo afirma, pero lo metafórico se reduce casi al mínimo, a favor de “un mundo esencialmente compuesto de tonos grises sobre un fondo de negrura” (TG, 156), una abstracción que en ocasiones se expresa mejor a través de largas disquisiciones introspectivas (“El bungalow”) o la más directa reflexión teórica (“La sombra, la oscuridad”). Si en “La última fiesta de Arlequín”, relato inicial de Grimscribe dedicado a Lovecraft y manifiestamente inspirado en “La sombra sobre Innsmouth”, la decadente y misteriosa ciudad de Mirocaw se encuentra en unos EEUU normales y corrientes, y es el protagonista el que abandona su normalidad universitaria para adentrarse por voluntad propia en ese nuevo espacio enigmático y siniestro, en los relatos de Teatro Grottesco no existe normalidad alguna: todo está poseído por o, mejor dicho, es una pura pesadilla, esencialmente constituida como un sinsentido maligno, de tal modo que no hay lugar ni ser alguno ajeno a la destrucción, la decadencia, la locura, la maldad o la miseria y, en consecuencia, no son pocos los personajes que marchan a otros lugares solo para encontrar el mismo sinsentido (“El gestor de la ciudad”, “La marioneta payaso”…).
    Ligotti es uno de esos autores para los cuales el horror no se define tanto por una tipología, unos escenarios, un tipo de acontecimientos concretos y una respuesta específica del lector (aunque no cabe duda de que los tiene muy en cuenta para articularlos a su muy particular manera), cuanto por un contenido específico, algo que decir y mostrar. Para Ligotti el horror, fundamentalmente, es ese género que nos muestra que somos títeres perennemente zarandeados por fuerzas que nos superan; el horror es una estructura, un engranaje, una máquina imposible de entender más allá del hecho de que ella nos maneja en todo momento y que sus intenciones no son en absoluto benignas (por eso, en virtud de estos contenidos o engranajes, el horror puede relacionarse sin conflicto con otros géneros, como por ejemplo la comedia, muy presente en Ligotti así como en otro autor próximo al género: Kafka). La gran literatura de horror, desesperadamente determinista, no nos dice otra cosa. Puede haber ambivalencias, pero son inexistentes en Ligotti.
    Tomemos un relato de Noctuario, “El ángel de la señora Rinaldi”. Si observamos cierto Machen (Un fragmento de vida, “Un chico listo”), el horror allí es fruto de la mirada reprimida por la normalidad limitante y destructiva que todos habitamos, nuestra incapacidad aprendida para ver más allá y atrevernos a atravesar los límites artificialmente construidos alrededor de nuestras sociedades enfermas, mientras que en Ligotti todo estado que nos inunda de oscuridad, de “negrura”, permite no otra cosa que el acceso a la verdad, y así el protagonista, un niño aterrorizado por insoportables pesadillas que le privan del sueño y las energías que procura el descanso, observa no obstante los beneficios de tal tortura: “la terrible opulencia del sueño, un mundo rico y henchido alimentado de la extenuación de la carne. El mundo, de hecho, tal como es. En comparación, cualquier otra esfera me parecía una ausencia, como mucho un lapso en el fértil cementerio de la vida” (N, 87). En parte, es esto lo que, una vez “curado” por la señora Rinaldi y su “ángel”, acaba llevando al niño a permitir el retorno de las pesadillas, a dejarlas invadirle de nuevo. La oscuridad, la negrura, se busca porque en ella está la verdad de nuestra existencia, no hay otro conocimiento posible. Por supuesto, para la señora Rinaldi los sueños nos alejan de la verdad, pero el conjunto de relatos del autor, así como su citado ensayo y el mismísimo prólogo de Noctuario [“La pesadilla sirve principalmente para impartir una mayor conciencia de lo que significa estar despierto” (N, 25)], nos muestran inequívocamente la posición del mismo, coincidente con la del protagonista.
    Pero podría objetarse a lo dicho que al fin y al cabo se trata de pesadillas, los “sueños malos”, como podríamos llamarlos. El papel de los sueños en la literatura de terror fue trabajado a conciencia por H. P. Lovecraft en numerosos relatos. En su obra, si bien los sueños abren a veces las puertas a espantosos seres y descubrimientos, más frecuentemente suponen la única escapatoria posible a una vida que es terrible y no puede ser de otro modo. En “El ángel de la señora Rinaldi”, sin embargo, el problema no reside en las pesadillas sino en los sueños mismos, que son definidos como “parásitos… gusanos de la mente y el alma que se alimentan de la mente y el alma como los gusanos ordinarios se alimentan de la carne”, tal como la señora Rinaldi explica al niño: “al alimentarse de la mente y el alma también devoran el cuerpo, lo cual a su vez afecta de nuevo a la mente y el alma, y así hasta causar la muerte”. Los sueños (no las pesadillas, que serían más bien las que nos permiten vislumbrar el verdadero rostro del sueño) “se apoderan de tu mundo y lo consumen. Desgastan tu rostro y los rostros de las cosas que conoces: usan las cosas que son tuyas a su propia manera”. Los sueños transforman, deforman, nos muestran la profunda falta de firmeza de todo lo que es [igualmente, en el relato siguiente, “El Tsalal”, por los sueños accede primeramente el niño a su esencia “impía”, como diríamos lovecraftianamente, y a ese Tsalal o Bestia que todo puede alterarlo, “el gran corrector de lo visible y lo invisible, lo conocido y lo desconocido”, para el que “todas las cosas que vemos y conocemos no son más que vasijas vacías en las que la bestia derramará una nueva tintura y así cambiará el aspecto de la tierra, alterando las propias sombras, otorgando un extraño color a nuestros días y nuestras noches, convirtiendo el día en noche, de forma que soñamos mientras estamos despiertos y jamás podremos volver a dormir" (N, 110-111)], y además son parásitos que nos devoran y consumen hasta la muerte, “nos arrebatan el tiempo que hubiera podido otorgarnos la inmortalidad. Nos corrompen de todas las maneras posibles, abduciéndonos de las filas de los ángeles de las que hubiéramos podido formar parte, puros y sosegados y eternos” (N, 90-91).
    Se puede ver así cómo Ligotti es un autor tan radical en su depuración del género que es capaz de convertir a Lovecraft en un jipi bienintencionado (por supuesto exagero): si en el ermitaño de Providence los sueños son la última esperanza, en Ligotti son parásitos que nos devoran, nos torturan, y si suponen alguna esperanza es solo en el sentido de que limitan nuestros años de vida y, por tanto, si no fuera por ellos seríamos inmortales y en consecuencia eternamente desgraciados.
    Existe otra vía de esperanza en Lovecraft, amarga pero efectiva: el olvido, la inconsciencia. La evolución de Ligotti le lleva a negarla también, aunque ya en el temprano Grimscribe, en “El prodigio de los sueños”, el olvido es el simple mecanismo de auto-protección que un pobre hombre despliega para no ser consciente de la terrible condena que él mismo convocó para sí, la espantosa muerte que él mismo diseñó.
    La culminación en todo caso se encuentra en ese Teatro Grottesco donde nadie puede escapar a un horror que constituye la cotidianeidad y el espacio mismo que todos habitamos. Lo veremos la semana que viene.
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    La primera traducción de Thomas Ligotti al castellano fue La fábrica de pesadillas, un volumen que recogía relatos de sus tres primeros libros y que no he leído, editado la década pasada por La Factoría de Ideas. Actualmente, las cuatro obras aquí citadas del autor están editadas por Valdemar. Esperemos que lleguen más.
    Por su parte, el luminoso Un fragmento de vida, de Arthur Machen, está editado por Siruela. "Un chico listo" puede leerse en la antología de relatos más amplia hasta el momento del autor, El gran dios Pan y otros relatos de terror, editada por Valdemar, a cuyos editores imploro de rodillas traduzcan más a este autor, mi personal predilecto del género y el menos traducido. Una edición como la de narrativa completa de Lovecraft (en cuyo volumen primero puede leerse "La llamada de Cthulu", también aquí referido) no estaría mal. 
    La cita de El horror en la literatura de Lovecraft procede de la edición de bolsillo en Alianza, p. 11, y la de Cirlot de "El pensamiento de Lovecraft", incluido en la antología de artículos Confidencias literarias, Huerga y Fierro, p. 131.
    El documento para descarga en pdf que habitualmente suelo incluir en el encabezado de cada entrada, será publicado cuando concluya la serie, con las tres entregas que la forman.

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