Amigos que te escriben cosas como: “Meg Vicious es esencial”. Buenos amigos.
4 julio
Antiguamente, por música “popular” se entendía la música creada por el pueblo.
Actualmente, por música “popular” se entiende la que escucha el mayor número de gente.
En la distancia que media entre ambos significados, uno de los horrores que definen nuestro tiempo.
5 julio
Principios de los 70 en Nueva York. Una aún anónima Debbie Harry de 18 años entra una noche cualquiera en un coche desconocido para que le acerquen a la disco. Dentro, descubre que el locuaz y simpático conductor ya no habla y está muy serio, que el coche tiene las ventanillas subidas casi del todo pese a ser verano, y que su puerta no tiene manillas así que no puede abrirse... Por suerte, logra sacar el brazo, abrir por fuera y saltar a la calle. Un susto en la tierra de los sustos.
Diecisiete años más tarde, y ya toda una celebridad, abre el periódico, se entera de la ejecución de un célebre asesino y, leyendo sobre él, reconoce al tipo siniestro de aquella noche. ¡Se había salvado de morir a manos de Ted Bundy!
¡Bundy y Debbie Harry! ¿No es este un encuentro escrito en el cielo? ¿Cuántas posibilidades hay? Leo que hay muchas dudas sobre que fuera de verdad él, pero en este caso me voy de cabeza con la leyenda, amigos.
Lo que más me seduce es que, al revés de tanto músico influido por psicópatas, en este caso el encuentro fallido con la futura cantante animara a Bundy a mejorar su sistema y convertirse en un asesino más eficiente.
Alguna vez me he encontrado con personas que no han caído en la cuenta de que la gente famosa va a sitios de gente famosa, conocen y se tratan con gente famosa y, lógicamente, salen y se casan con gente famosa. ¿Brad Pitt y Angelina Jolie? ¿Shakira y Gerard Piqué? ¿Cómo puede ser posible? Bueno, no van a las mismas discotecas que tú, ¿sabes? Pero he aquí un encuentro de alto voltaje entre futuros famosos, y no en, sino ¡camino de la disco! Maravilloso.
7 julio
Solitarios del mundo, dediquemos nuestro más emocionado agradecimiento a quien tuviera la idea de hacer tan larga la fecha de caducidad de los preservativos.
8 julio
El Sol saldrá todos lo días. De acuerdo. Pero, ¿no podrá, alguno de ellos, dejar el gallo de anunciármelo?
9 julio
Me entero de que el año pasado el artista Andrei Molodkin realizó una instalación (asumo que finalizada ya) titulada Dead man´s switch, en la que varias obras de artistas como Rembrandt o Picasso, entre muchos otros, almacenadas y tomadas como rehenes, serían destruidas si Julian Assange no era liberado, o moría en prisión. Las obras eran auténticas y donadas por sus propietarios. «“¿Cuál es el mayor tabú: destruir el arte o destruir la vida humana?”, pregunta Stella Assange, la esposa de Julian. Por su parte, el galerista milanés Giampaolo Abbondio, propietario del Picasso cedido como rehén, declaró que decidió entregarlo con la convicción de que “es más relevante para el mundo tener un Assange que un Picasso extra”. Molodkin, a su vez, declaraba a The Guardian, días atrás, que su propósito no es otro que generar un debate sobre por qué “destruir la vida de las personas no significa nada, pero destruir el arte es un enorme tabú en el mundo”» (Ignacio Echevarría).
Como chantaje no me parece mala idea, aunque no he encontrado información sobre lo oficial que ha sido, es decir, si de verdad se ha enviado una comunicación oficial a las autoridades pertinentes diciendo “si x, entonces y”. Imagino más bien que no, porque en ese caso se incurriría en un abierto acto criminal. Primero, pues (reitero que ignoro si es el caso, pero me juego el cuello a que sí): el chantaje no es tal. Pero la destrucción es posible. Hay un solo término “real” en el plan, que es la destrucción de obras de arte. Y este riesgo real no es asumido por su autor con la acción equivalente de constituirse en criminal.
Criminal, aclaro, justificado. Reitero que me parece un buen chantaje, pero para serlo de verdad habría que asegurarse de que hay unos responsables específicos de la liberación de Assange, cuáles son, y si de verdad les importa la existencia o no de las obras de arte reunidas, pues, pese a lo que diga Molodkin, la destrucción de obras de arte no es, y nunca ha sido, precisamente un tabú. Imaginemos un Trump, por ejemplo: ¿a alguien le cabe duda de que preferiría quemar un Picasso que salvarle el cuello a un Assange? Cierto que entonces estaba Biden, pero queda pendiente la cuestión de a quién o quiénes, en último término, correspondía la decisión final. ¿Los jueces? En fin, ¿se habrá informado Molodkin de verdad? Lo dudo.
¿Habrá tenido alguna influencia este “secuestro”, pese a todo, en la liberación de Assange?, me pregunto. No lo sé. Otra pregunta es: ¿alguien habrá investigado si ha sido así? Y otra: ¿a alguien le importa? Assange y los cuadros están a salvo. Pero podrían no haberlo estado. Assange habría sido destruido y los cuadros también, en ¿venganza?
Cuarta cuestión, pues: ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Qué tiene que ver la destrucción de personas con la de obras de arte? ¿Por qué vincularlas, si la importancia de las segundas para los verdugos de las primeras no está probada? (si lo estuviera, insisto, el chantaje elegido no me parece mal, aunque preferiría que el riesgo lo corrieran las obras del puto Banksy).
La acción (no, perdón, el gesto) de Molodkin difícilmente tendría consecuencias reales en lo que respecta a Assange. Él y sus colaboradores asumían que aquel sería liberado y las cosas no llegarían hasta el final. Pero creer no es saber, y existía esa posibilidad. Y habrían actuado en consecuencia. ¿O no? Asumo que sí. Existía esa posibilidad. El chantaje era falso, las consecuencias reales. La clave me parece que reside en que solo Assange y las obras se jugaban el cuello, pero de ningún modo Molodkin y sus “colaboradores”, que solo se “jugaban” una mayor o menor celebridad.
Nada como el mundo del arte para el tipo de política alucinógena de nuestros días, donde alguien puede fingir acciones políticas sin consecuencias para ninguno de los términos implicados. Mundo donde la protesta política se vuelve arte de gestos, de prácticas simbólicas válidas solamente en su mundo cerrado. Adicionalmente, mundo donde, en el fondo, los artistas odian el arte mientras se aman a sí mismos en tanto artistas y, para colmo, también en tanto “políticos”. Mundo donde el arte y la política ya son solo dos tipos de enfermedad.
10 julio
Persona se edita en España y El Salto titula su reportaje así: “José Carlos Agüero enseña en Persona que recordar es necesario cuando olvidar se convierte en la norma”. La fuerza del cliché no tiene límites. A mi entender, lo que viene a sacarse de las reflexiones de Agüero es lo contrario: más bien, que la “memoria” pareció servir para algo, pero hoy se evidencia que no. ¿Recordar es importante? Sin duda. ¿Para qué? Eso es más difícil de decir, porque es evidente que, si alguien aprende mediante ella, desde luego no es quien importa. Así que tienta decir que no, que no es tan importante.
La memoria es la forma que cobra la lucha política en la era del espectáculo. No ya la comprensión de acontecimientos, sus causas y modos de transformación, sino el aprovechamiento de sus efectos sobre unas víctimas1, en forma libidinal por parte de unas víctimas2.
El siglo XX es el siglo en que empezó a entenderse que sufrir podía ser revolucionario. Sorpresa: no lo es.
11 julio
Aprenda cosas con Frank Henenlotter. Por Boiled Angels: The Trial of Mike Diana (2018), me entero de que el único (¡el único!) artista condenado por obscenidad en los EEUU fue un dibujante de comic: Mike Diana, en 1994, por dos números de su fanzine Boiled Angels, autopublicados a sus 22 tiernos añitos. El documental enseña varias páginas, todas ellas gloriosas, y, ninguna sorpresa aquí, muy próximas al espíritu de quien alguna vez tuvo que experimentar el rechazo de su propio equipo por cosas como la polla gigante asesina de Bad biology (2008) o las explosiones de prostitutas en Frankenhooker (1990), y quien es responsable, no puedo no recordarlo, de la felación más memorable de la historia del cine, por supuesto en Brain damage (1988). El primer Paco Alcázar también viene fácilmente a la mente, aunque no Miguel Ángel Martín, un “industrial” a lo Esplendor Geométrico (la banda más limpia del mundo más sucio), mientras que el título del zine de Diana procede de los Misfits: su línea es clara pero no limpia, es sucio, vicioso, corrosivo, salvaje y muy imaginativo, pura felicidad gore y transgresora, con niños enculados y cristos sidosos saliendo del coño de Madonna y otros espantosos lugares.
La condena de Diana tuvo lugar en Florida (Henenlotter debiera haber mencionado al menos que en ese mismo momento este estado era la capital mundial del death metal), y la sentencia remata lo histórico del hecho: se libró de los tres años de cárcel que perseguía la acusación, pero pasó cuatro días en ella porque sí, y entre diversas multas y exigencias abusivas destaca la prohibición de dibujar incluso en su casa, quedando expuesto a que en cualquier momento la policía entrara para chequear si había reincidido en lo suyo. Pese a esto, ninguna apelación funcionó, e incluso la Corte Suprema rechazó el caso.
El proceso, obviamente, dio fama a Mike Diana, e incluso le procuró una novia más caliente que el asfalto de Georgia. Algo bueno tenía que salir de tamaña infamia. Para todos: el fiscal encargado del caso habla con tal tranquilidad y buen rollo del tema, que se entiende perfectamente que lo ve con pragmatismo: Diana acabó mejor que empezó, y desde luego él, que daba sus primeros pasos en la abogacía, también.
Reitero: es el único caso de condena por obscenidad recibida por un artista en los EEUU, y para colmo en la sentencia se prohibía el ejercicio no solo público, sino también privado, de su arte.
Henenlotter, modelo de coherencia, es autor de otros documentales, sobre H. G. Lewis y sexploitation respectivamente, de los que logré piratear copias, pero para los que nunca he conseguido subtítulos. Su último largometraje, Chasing Banksy (2015), es lamentablemente inencontrable. Llevo años tras él, y no hay modo. Ahí lo dejo…
12 julio
¿Cómo filmar un orgasmo? En Belle de nature (2009), Maria Beatty opta por el primer plano muy cerrado, de hecho, un poco demasiado cerrado. El éxtasis debe sacar o meter al rostro en el cuadro, encajarle o desencajarle en su interior, equilibrar o desequilibrar la composición.
Beatty, pues, propondría que el éxtasis sexual es algo que no debe caber en un plano. Y no es un mal planteamiento como respuesta a la idea baziniana de que hay algo casi contra natura en el hecho de filmar (y en consecuencia, repetir) algo tan irrepetible como un orgasmo.
Muy al contrario, en Bilbao (1978), Bigas Luna no tiene el problema. No hay rostro en el orgasmo por vía oral del inicio, al contrario, la cabeza de la mujer vista por detrás, el gesto sobrio de las manos sujetándola, la voz inexpresiva informando del hecho; todo ello, seguido por un plano extraordinario: el rostro del hombre reflejado en el espejo sobre el lavabo en el que Bilbao escupe el semen de su primer encuentro. Al día siguiente, el orgasmo vía manual se muestra en primer plano, pero es indistinguible del continuo de placer (y humillación) experimentado. Apenas una boca que se abre un poco más, el rostro que se alza pero no demasiado, ningún sonido otro que el “¿ves cómo me necesitas?” de la amante/madre/violadora. Ningún índice de intensidad aparte del puño aplastando la fotografía, ninguna otra evidencia del orgasmo que la lenta caída del mentón, más propia de un niño aceptando la justicia de su castigo.
La similitud argumental con El coleccionista (William Wyler, 1965) es engañosa, pues aquella se dedica a la relación entre los dos personajes, secuestrador y secuestrada, mientras aquí el secuestro apenas ocupa quince minutos, y Bilbao no llega ni a enterarse (como en Tras la puerta verde [Jim y Artie Mitchell, 1972], pero con muy distintas consecuencias, bien esclarecedoras todas sobre la propuesta de Bigas Luna). El deseo hacia Bilbao, su conversión en objeto sexual puro, excluye precisamente el sexo, al menos en un principio (¿cómo se habría ido desarrollando la “relación”, de no haberse roto el “juguete”?), y al menos en lo que respecta al pene, cuya entrada en acción, en la brutal escena del autobús, se condena el propio agresor. La penetración parece en todo caso fuera de la cuestión, tal vez porque el protagonista necesita ciertos pasos, cierto proceso, para sentirse merecedor de ella (de ese tipo de acceso, no tanto de la mujer). La penetración exige un rito. Al fin y al cabo, ¡qué gran idea darle a la mujer el nombre de una ciudad!
14 julio
Miren, no es que Superman me haya parecido una birria, pero el discursito a Luthor sobre la humanidad, y la cosa del punk rock = amor, impiden olvidar que James Gunn es un gran ejemplo del caer hacia arriba propio de su mundo: empiezas en lo más alto, con maravillas como Tromeo and Juliet (Lloyd Kaufman, 1996), y acabas haciendo blockbusters de humor canallita mientras pides perdón por tus viejos tweets “ofensivos” y metes a Iggy Pop en una de Superman. El problema de James Gunn no es que sea un mal cineasta, es que es una persona de mierda.
15 julio
Dennis O´Rourke: “En parte, ser turista consiste en juzgar que los turistas son horribles. Los turistas siempre encuentran a alguien más turista que ellos para burlarse de él”.
16 julio
¿Se convertía Terminator o no en una gran película exactamente en el momento en que Schwarzenegger se cargaba a una comisaría entera? Hay un goce superior en tamaña proeza. Godard decía que el policía se había convertido en el símbolo de la libertad, y en ese sentido escenas así nos restituyen el poder perdido al tiempo que mantienen la misma definición: hacer lo que quieras.
La matanza similar de Malignant (James Wan, 2021) es una delicia rematada por lo bizarro de la situación. Tristemente, ¡qué manía la del final feliz! No solo eso: la chica recuerda a la hermana la frase soltada una hora atrás, para pronunciar el obvio discurso innecesario; y la madre biológica queda a un lado por cierto, castigada supongo por el delito de la adopción. Lo que se dice ganas de cagarla.
18 julio
Al revés que la célebre afirmación del Beni sobre Cádiz, podría afirmarse que Valparaíso es una ciudad tan moderna que solo tiene ruinas.
19 julio
Es bastante apropiada la palabra “pogromo” para lo sucedido en Torre Pacheco, tanto como “genocidio” para lo que Israel hace con Palestina. Recopilo algunos pasajes de la entrevista publicada hace dos días en Contexto con Nabil Moreno, presidente de la comunidad musulmana de la localidad:
Hay mucha tensión entre los vecinos y aquellos que han venido de fuera, sobre todo por la noche. Nosotros llevamos viviendo aquí 30 años. Torre Pacheco siempre ha sido un pueblo muy tranquilo aunque últimamente venían produciéndose pequeños conflictos. Hablo de problemas que tienen que ver con el trabajo. La mayoría de los habitantes vive del campo o de la industria alimentaria. Pero ha venido mucha gente que no conocemos. Grupos de ultras, como hinchas de fútbol, patrullando las calles con palos en busca de personas con piel oscura. Y agresiones. Eso produce mucho miedo a los vecinos, sean migrantes o no. A las seis de la tarde, todos estamos en casa, las tiendas se cierran, la mezquita también. Hay personas mayores que viven solas. Hay mujeres con sus hijos. ¿Quién va a defenderles si ocurre algo? (…)
Los únicos contactos que hemos tenido durante estos días han sido de compañeros de otras asociaciones civiles que trabajan con jóvenes migrantes, de la Guardia Civil y la Policía Nacional, que nos han mostrado su apoyo y solidaridad. Nadie del Ayuntamiento ni del gobierno regional nos ha llamado hasta ahora. En realidad, nunca lo hacen. Vienen una vez cada cuatro años a tocar a nuestra puerta para preguntar quiénes tienen la nacionalidad española y dejarnos papeletas para votar. Si alguien no la tiene, se dan la media vuelta y se van. (…)
Para que se haga una idea le diré que cuando hacemos la fiesta del Ramadán o del cordero, celebraciones muy señaladas para nosotros, invitamos a participar al alcalde y a las autoridades autonómicas, pero nunca han venido. Nunca. Y las asociaciones que hay en Torre Pacheco no se componen sólo de personas de origen magrebí. Hay gente que procede de otros muchos lugares. También hay españoles. (…)
A veces, tengo la sensación de que sólo existimos para ellos cuando necesitan trabajadores. Somos un poco esclavos. Trabajas, vuelves a tu casa y punto. La gente solo puede comer en un restaurante marroquí, paquistaní o turco, nunca va a un español porque cuando entras por la puerta todo el mundo se te queda mirando como preguntándose ¿qué hace éste aquí? Esa es la realidad cotidiana. ¿Cómo podemos integrarnos en el pueblo? En octubre, por ejemplo, se celebran las fiestas de Torre Pacheco. Nunca nos han invitado a participar y eso que tenemos una peña de jóvenes del colegio. Queremos que participen como todos los demás, que conozcan el pueblo, la cultura del chupinazo. Pero no es posible porque no nos invitan a participar. Si nadie de nosotros puede vivir estos festejos como algo propio, ¿cómo podemos integrarnos? Hacemos la celebración fuera del recinto festivo. Ellos están con lo suyo y nosotros con lo nuestro. Separados. Es así, sin más. No nos dan facilidades.
23 julio
Voy a resumir el artículo de Guillem Martínez de hoy sobre el caso Montoro por dos razones: 1/ estos días no ando muy fino de ideas, y 2/ estamos ante algo superlativo, otro nivel, no va más.
Hasta este momento, en el que escribo la o de la palabra momento, el caso supone varios delitos. Como a) cohecho, b) fraude contra la Administración, c) prevaricación, d) tráfico de influencias, e) negociaciones prohibidas, f) corrupción en los negocios y g) falsedad documental. La actividad ilícita de EE [Equipo Económico] se condensó en el ínterin 2011-18 –lo que sería la Austeridad, el recorte de bienestar por valor del 8% del PIB; se dice rápido–. Justo en ese periodo Equipo Económico recibió pagos a cambio de leyes, por parte de empresas que, en total, pudieron gastar, en esas gestiones, al menos 48M€ o 70M€ –o más; es difícil establecer, por el momento, una cantidad. (…) Esa inversión supuso a las empresas contratantes un ahorro fiscal de, tal vez, más de 2.000M€, que dejó de ingresar el Estado. (…)
Cobro, demanda, coordinación con Ministerio y obtención de resultados, sería el esquema general del asunto. Equipo Económico ofrecía a sus clientes cambios legislativos fiscales a la carta y reforma legislativa fiscal efectiva y rapidita. La empresa contratante se reunía, previo pago, con los all-stars de Equipo Económico. En esa reunión el cliente explicaba sus fantasías fiscales –en ocasiones, incluso, llegaba a redactarlas, de su propia mano, en el texto de la ley modificada tras el pago de la tarifa indicada–. EE se encargaba de hacer realidad todas esas ilusiones. Encargaba informes técnicos, en la dirección requerida, a otras consultoras –que, como Ernst and Young, cobraban menos que EE para esos trabajos–. Esos informes y textos se introducían en la cadena trófica de la Agencia Tributaria, donde había personas en el secreto –una alto cargo de EE pasó a ser, por ejemplo, una alto cargo del Ministerio, solapando ambos cargos durante, al menos, un mes–. Los tentáculos de EE eran, en todo caso, amplios, creativos y poderosos: a) en una ocasión, al menos, EE obtuvo un informe para un cambio legal redactado por, tachán tachán, el Consejo de Estado. En otra ocasión b) EE llegó a introducir, en el mismísimo texto de los Presupuestos Generales del Estado, un fragmento redactado por una empresa, lo que es ya puro arte. EE informaba a sus clientes, vía mail, de contactos directos con el ministro, y de estrategias para acelerar los asuntos. EE, vamos, ofrecía un mecanismo tan sencillo, y efectivo, como el de un botijo: pagar para cambiar o crear leyes, que repercutían en ahorro fiscal. Pero los servicios de EE iban más allá. Al menos en una ocasión, una tabacalera no pagó por beneficios, sino por perjuicios, por subida de impuestos, a la competencia. El Ministerio también participó en la investigación y en el juicio del caso Bárcenas / cuenta B del PP, con al menos un informe pericial, que venía a dulcificar el tema de las donaciones al partido. Se ha publicado también que el Ministerio, esa subdelegación de EE, pudo haber presionado a Mercedes Alaya –jueza de instrucción del caso de los EREs–. Los mails internos del staff del Ministerio / de EE, que aludían a una denuncia tributaria a la jueza y a su marido fueron, de hecho, parte de esos mails que Anticorrupción decidió no investigar, en contra del criterio de la fiscal Carmen García. Se ha constatado que el Ministerio / Montoro también trabajó gratis en alguna ocasión. Para practicar el chantaje a diversos periodistas. Javier Chicote –ABC–, Carlos Alsina –Onda Cero–, o Federico Jiménez Losantos –Los Mundos de Yupi–, han denunciado, recientemente, presiones fiscales, incluso por la vía del empure por parte de Hacienda. El ministro, al parecer, también tuvo acceso a información confidencial, algo prohibido en un Estado de derecho, de algunos contribuyentes. Como en el caso de los periodistas, también se trató, parece ser, de personas próximas a la derecha –Rato, Aguirre…–. Lo que explica los modos de las nuevas derechas: al contrario que las viejas, ya no quieren controlar a todos, sino que controlando a los suyos les basta. ¿Cómo funcionaba Equipo Económico, en fin? Funcionaba asumiendo, en una misma firma, el triplete de ser asesoría, lobby y gobierno. Al mismo precio. Literalmente.
(…) Los números provisionales del caso son inferiores al caso Gürtel –120M€– y al caso EREs –680M€–. El caso Bárcenas y Cuenta B del PP –tal vez 34M€–, supusieron la visualización del funcionamiento de un gran partido, la exposición de la mecánica de la financiación ilegal a gran escala y de la política profesional como un acceso al beneficio cuantioso, dudoso y directo y en negro para el político. Pero este caso es estructuralmente aún más grave. Por primera vez se investiga el uso sistemático y planificado del poder del Estado para la obtención de beneficio privado. El delito de prevaricación –crear leyes por encargo, vamos– socava la pretendida neutralidad del Estado. Además, esa extracción sucede en el mismísimo núcleo institucional del Estado. Se crean indicios sólidos para ver el sistema fiscal español como una trampa para los asalariados, y como un masaje con final feliz para las élites. Tras el escándalo de una policía patriótica, esto sería una Agencia Tributaria patriótica, que dibujaría un Gobierno patriota –lo que confirma una meditación sobre lo que es el nacionalismo debajo de sí mismo; un negocio–, cuya función era la obtención de beneficios. Por todo ello, se trata –de confirmarse en sentencia, que esa es otra– del peor caso de corrupción habido en la España democrática. Simplemente por la utilización intensa de lo público para lo privado.
(…) El caso Montoro es único [Martínez en este caso quiere decir único en el mundo], porque a) supone la privatización del poder legislativo y del fisco. Es único porque b) el bufete del ministro era el proveedor externo en ese negocio. Y lo es porque c) establece una dinámica constante del soborno, que deja de ser puntual y para un solo objetivo. Es, simplemente, un servicio del Estado a la empresa, al parecer tabulado, con sus propias tarifas.
(…) El caso Montoro parece confirmar la existencia de puntas aberrantes de neoliberalismo en las puntas aberrantes del neoliberalismo. Y también parece confirmar que la Austeridad, definitivamente, es una política, un momento álgido de neoliberalismo en el que el Estado, que mantiene a la población en shock –una palabra elegante que explica perder la casa, el trabajo, unos ingresos razonables, los servicios propios del bienestar, como la sanidad universal, la educación universal– intensifica los negocios privados, en los que el Estado participa ofreciendo lo que tiene, su esencia, su tesoro. Desregulación. Es decir, regulación a medida, ese regalo que, de pronto, se convierte en servicio. Es el Estado intensificando sus negocios particulares, vendiendo sus atribuciones, como la capacidad de elaborar leyes. La descripción de un país, labrada ya en roca, para un momento histórico.
Creo que merece la pena añadir el resumen de Adriana T.:
Según la investigación llevada a cabo durante los últimos siete años por un juez de Tarragona, en aquellos años horribles en los que muchos pasábamos noches enteras comiendo techo presas de la ansiedad, el exministro, junto con una trama que por el momento alcanza a casi una treintena de personas físicas y jurídicas, se dedicó a emplear los poderes del Estado para hundir en la miseria a un país entero a través de una legislación creada ad hoc con el propósito de favorecer a los clientes de su empresa de consultoría. Todavía están por conocerse todos los detalles de este caso, y es muy probable que durante las próximas semanas se sucedan toda clase de revelaciones escandalosas, pero todo parece indicar que numerosos miembros del Gobierno de Rajoy utilizaron todo el aparato estatal a su alcance para hacer y deshacer a su antojo, como si los ministerios de turno fueran su cortijo particular. No solo robaron: institucionalizaron el robo a través de marcos normativos expresamente ideados para ello mientras el país atravesaba una situación extraordinariamente delicada.
Adriana T. expresa muy bien en su artículo el indescriptible viaje en el tiempo que supone el caso Montoro. Es añadir más malos recuerdos, pero creo que no está de más recoger aquí la parte más “fría” de su resumen de aquellos años:
El 11 de enero de 2012, el PP aprobó, según los titulares de entonces, el mayor ajuste presupuestario y fiscal de la democracia. Se anunció la subida del IRPF y del IBI durante dos años, la congelación de los sueldos de los funcionarios y un recorte de gasto de 8.900 millones. (…) El ministro Montoro las calificó de “medidas ponderadas en términos económicos y sociales”, y aseguró que “no afectaban ni recaían sobre los sectores más débiles de la sociedad”. También añadió que se trataba de “decisiones neutrales”, necesarias para recuperar la credibilidad de España.
Un par de semanas después, el 27 de enero, el Consejo de Ministros aprobaba el establecimiento de techos de gasto para todas las administraciones. El anteproyecto de ley recogía la posibilidad, anunció el ministro Montoro, de multar con el 0,2% de su PIB nominal a las comunidades autónomas que no corrigieran sus déficits en seis meses. [Por mi parte añado que esto fue clave para sabotear activamente todas las administraciones de izquierdas de aquel tiempo]
El 10 de febrero de 2012, la ministra de Trabajo Fátima Báñez presentó el decreto-ley de una reforma laboral (“extremadamente agresiva”, en palabras de Luis de Guindos, ministro de Economía) por la que se abarataba y facilitaba –todavía más– el despido.
El 7 de marzo, el ministro de Economía, Luis de Guindos, anunció que la inversión pública en 2012 se reduciría un 40% debido a la necesidad de compensar la “falta de responsabilidad” de sus antecesores socialistas.
El 30 de marzo de 2012, Cristóbal Montoro presentó el proyecto de Presupuestos Generales del Estado, que establecía un recorte de gasto público de 13.400 millones de euros. Se incluyó también una amnistía fiscal, no encontraron un momento más adecuado para ello.
Algo más de una semana después, el 9 de abril, el Gobierno anunciaba un recorte adicional de 10.000 millones, a repartir entre Educación (3.000 millones) y Sanidad (7.000).
El listado de recortes y despropósitos se mantuvo durante los meses siguientes: se implantó el copago farmacéutico, se eliminó el derecho a la asistencia sanitaria a casi un millón de personas migrantes, subió el IVA…
El 11 de julio de 2012, con el país ya en shock, Mariano Rajoy compareció en el Congreso para comunicar que se iba a proceder a una revisión de la prestación por desempleo “para garantizar que las prestaciones no generasen efectos desincentivadores en la búsqueda de trabajo”. Andrea Fabra, diputada del PP por la provincia de Castellón, exclamó desde su bancada “¡Que se jodan!”.
En diciembre de 2012, el desempleo alcanzó al 26% de la población, y al 55% de los jóvenes. 1.833.700 hogares tenían a todos sus miembros en paro. Pero tener la suerte de trabajar a jornada completa tampoco era garantía de poder pagar comida, alquileres o facturas: en esa misma fecha, el salario mínimo interprofesional se fijó en 645,30 euros al mes. Emergió un fenómeno nuevo: familias enteras vivían de la exigua pensión de un abuelo o abuela jubilados.
No puedo no terminar con una nota “feliz”, celebrando a los periodistas con imaginación literaria, pues encuentro memorable el primer párrafo del artículo de Adriana T.:
No sé en qué año datar la crisis de 2008. Sé que es una afirmación extraña. Entiéndanme. No sé en qué año datar el momento en el que me volví aguda, dolorosamente consciente, de lo en serio que iba la crisis de 2008. De las consecuencias que iba a tener sobre nuestro futuro. Sobre toda nuestra vida adulta. Muchos de nosotros, millennials y no tan millennials, seguimos hoy, en 2025, sin haber logrado desembarazarnos por completo de la alargada sombra de aquella época horrenda. 17 años no son nada en términos históricos. Dentro de un siglo, solo los historiadores más expertos sabrán diferenciar la crisis de 2008 de la crisis del covid de 2020. Se considerará el típico ejercicio de los de ir a pillar en las pruebas de Selectividad. Ya saben. Enumere las consecuencias sociales y económicas en el Estado español de la primera crisis del siglo XXI. Jolines, profe. Yo qué sé. ¿Esa fue en la que emigró todo el mundo, o eso ocurrió en la segunda? No, José Miguel, acuérdate del truco nemotécnico que vimos: en la segunda crisis no te dejaban salir de casa, así que migrar tampoco.
24 julio
Es raro que me acuerde de Peter Hutton viendo películas. Pero me acuerdo mucho de él, cada vez que miro la bahía de Valparaíso. Por ejemplo, en días como hoy, en que el cielo está cubierto casi por completo, pero focos de luz aparecen y desaparecen, y al fondo, detrás de Concón, hay como un manto luminoso recortando su reconocible, bonita y corrupta silueta. Hutton tiene planos memorables dedicados a este tipo de fenómeno, y nunca dejo de pensar cuánto hubiera gozado con esta bahía. ¿Llegaría a conocerla en alguna ocasión, en su vida marítima? La veo a veces como la vería él, en blanco y negro, focalizado en alguno de sus fragmentos, el lento desplazarse de la luz sobre el agua registrado a 16 fotogramas por segundo, la textura del agua impresa en el 16mm. ¿Qué haces para que la imagen tenga esa fuerza?, le preguntamos a Hutton, el día que hice de intérprete a Félix García y Francisco Algarín. Nada, creo recordar que dijo. No hago nada especial. Es la película, la cámara y la lente de siempre. No hay trucos.
Hay cineastas de los que te acuerdas no al ver películas, sino mirando el mundo. Son aquellos que hicieron de él su materia: la luz y la sombra, los árboles, las flores, las montañas, las casas, carreteras, habitaciones… Hutton, Rousseau, Benning, Lockhardt, también el primer Warhol… Reencontré en ellos lo que en mi adolescencia había hallado en John Cage, un reconocimiento del mundo como materia, un consecuente rechazo de la excepcionalidad, los núcleos y lo que por entonces tendía a llamar “dramaturgia”. Cerrar el piano no es gesto, es acto: abre el mundo entero como acontecimiento, abre los oídos al infinito y a un tipo nuevo de estructuras basadas en el reconocimiento de esos hechos que siempre fueron el fondo y ahora reclaman un protagonismo llamativamente poco totalitario.
¿Mirar? No solo. Ayer, en La mujer que escapó (Hong Sangsoo, 2019), el milagro de una película hecha solo de ecos trazados entre temas de conversaciones. Algunos temas, como tañidos de pequeñas campanas, resuenan con el título, con la enigmática protagonista, y parecen querer convertirse en Temas. Otros elementos llevan solo a sí mismos, son timbres, notas, motivos, que enriquecen incluso esos sonidos solitarios que no encuentran ligazón en ningún otro punto (la puerta cerrada del tercero). Películas sobre nada. Ni siquiera películas sobre películas, películas sobre el cine. Películas sobre el mero hablar. De comida, de relaciones, de animales, del arriendo. Un tejido sutil lo agarra todo, como el cosido de un libro, pero el volumen no se deja tomar entre las manos. Las entradas o salidas, las pantallas, el mirar por la ventana, los paraguas, los hombres de espaldas, dibujan el contorno, precisan las texturas, el gramaje y peso del papel, pero las letras… ah, esa es la escritura.
No me suelo acordar de Hong Sangsoo cuando veo películas. Pero me acuerdo mucho de él, cuando hablo con gente.
Carlos Muñoz Aguilera
nos presentó ayer su libro.
Poeta y sin embargo amigo,
tan llega a símbolo y emblema
que hasta en décima el nombre entra.
Grande, agudo y octosílabo
recitó a calzón quitado,
y entre cánticos e historias
mi cabeza acabó noria
pero eso, a qué mentarlo.
26 julio
No es por joder, pero en la semana de la muerte de Ozzy Osbourne, el disco de Black Sabbath que me ha apetecido escuchar es Heaven and Hell. ¡Qué prodigio!
Pero no debiera extrañar. Primero, no conozco a Ozzy, y solo lamento las muertes de las personas que conozco, y de los artistas en activo, es decir, cuya pérdida supone el cese efectivo de una obra. Qué pierdo yo con la muerte de Ozzy, si llevaba años muerto, y de remate el último de los Sabbath, 13, era una mierda indigna de tamaña banda. La de Dio, en cambio, que me pilló en otra cosa, sí me hubiera afectado, pues venía de los años en Heaven and Hell, la mejor reunión de los Sabbath, que dio para un extraordinario disco de estudio y varios directos memorables.
Siempre me cayó bien Ozzy y sus memorias son hilarantes, pero siempre me pareció fatal su manía de decir que los Sabbath sin él no eran los Sabbath. 13 fue horrendo, The devil you know una obra maestra. Y los Sabbath en directo… los vi en su última gira, en Praga (por cortesía de David Pellón, un saludo), y desde entonces me costó mirar a Ozzy con el respeto que siempre le había tenido. Su manía de actuar haciendo mover las manitas como subnormales al público, de portarse como si el concierto fuera de Oasis, me rompió y sigue rompiendo los cojones.
En suma, la muerte de Ozzy no me afecta, luego solo la siento por él. Fue un gigante, pero lo fue hace mucho tiempo.
29 julio
Buñuel se quejaba de la falta de ironía en el final de Susana (1951), pero más convendría quejarse de ello en el de La hija del engaño (1951), película simpática pero muy inferior. En ambos casos finales “felices”, el de Susana es previsible y el otro imprevisible, siendo lo segundo prueba de inferioridad y lo primero, de excelencia. El cierre de Susana se adivina antes incluso de llegar a mitad de metraje, y la falta de sorpresa muestra el implacable rigor de esta obra mayor, injustamente infravalorada. En pocos lugares se verá mejor el determinismo de su autor, que en el desarrollo de esta obra donde solo la protagonista es vista con buenos ojos por Buñuel, pese a ser una hija de puta con todas las letras. Y es que Susana sabe que es una víbora (y así lo dice y así defiende, en la extraordinaria escena de apertura, que si Dios hizo libre a las alimañas, por qué no a ella, que también lo es), y sabe lo que hace, y aunque parezca lo contrario, incluso carece de cálculo pues lo suyo es puro ejercicio del deseo y la perversión ajena a consecuencias (tanto su rechazo del capataz como la seducción de los dos hombres de la familia son acciones que de ningún modo pueden acabar bien para ella). No solo no hace falta ironía en la secuencia final, sino que hay que agradecer su ausencia: todas las caretas han caído ya, ya el trabajo disolvente de Susana las ha tumbado todas, ya es evidente para todo espectador la debilidad de la rectitud restaurada. Vemos lo que en toda otra película sería un final feliz, pero todo está podrido por dentro; la ironía solo sería afirmación exterior, redundancia que banalizaría la conclusión. Susana es una cumbre de ficción disolvente como no debe haber otra, aun por encima de El ángel exterminador (1962) por su carácter no surreal, respetuoso de las convicciones del cine popular y sus tipos comunes (es decir, esa normalidad que hay que pudrir por dentro, mientras que las películas abiertamente surreales lo hacen por fuera). Y superior a Los olvidados (1950), dicho sea de paso, porque no hay sueños (que es que qué manía).
Qué pena que no encontremos lo mismo en La hija del engaño, donde el final rompe con la lógica de la historia, y sin ironías queda olvidada la brutalidad del protagonista (qué bueno, por cierto, era Fernando Soler). Película menor, aunque estimable, el final rivaliza con algunos de Rossellini en su giro inmotivado, forzado, tienta decir que abusivo. De hecho, es interesante compararlo con el modo en que aquel plantea los de Viaggio in Italia (1954) o Angst (1954: hablo, claro está, de la versión alemana), por ver cómo Rossellini prepara la llegada del giro, sin negarlo y antes bien radicalizándolo, haciéndolo lo más inviable posible, dejándonos al desnudo frente a la negación de pronto vuelta en amor franco, entregado. La tabula rasa y el espacio vacío de Angst, los muertos de Pompeya, el milagro y baño de masas de Viaggio, el arte de hacer que el mundo cambie de pronto. No es el arte de Buñuel, cuyos personajes son piedras, armas asesinas lanzadas unas contra las otras por fuerzas interiores de las que no son propietarias. Por eso, quizá, sea tan emocionante el final de Nazarín (1959).
1 agosto
El lunes se presentó en España un decreto por el cual la presencia del coordinador de intimidad en los rodajes será obligatoria. La Unión de Actores dice: "No dependerá de la buena voluntad". Menos mal, ahora dependerá de la policía.
3 agosto
Por un lado tenemos a los que, alabando el guion del Superman de James Gunn, cifran la decadencia del género en la creciente falta de preocupación por los libretos. Esto supone, por si a alguien se le ha escapado, afirmar que los de Iron Man (y no digamos sus secuelas), Thor, Capitán América, Los Vengadores o Black Panther, por poner unos pocos ejemplos, eran buenos guiones.
Por otro, tenemos las lecturas políticas, el género favorito de nuestros periódicos favoritos. Hay que decir que Gaza no podía estar en la mente de Gunn porque empezó a rodar antes de que el presente genocidio empezara, pero, en todo caso, que su situación case no es casualidad: los contenidos políticos en línea izquierdista (o digamos mejor liberal o demócrata, por el partido), han sido muy comunes a toda la trayectoria de, sobre todo, el MCU, incluyendo la defensa de Snowden o Assange en Capitán América y el Soldado de Invierno (Joe Russo, Anthony Russo, 2014).
El blockbuster, salvo excepciones flagrantemente reaccionarias como Michael Bay por ejemplo, siempre incluirá líneas políticas variadas e incluso contradictorias. El género de superhéroes se lleva la palma: basado en la defensa del indefenso frente al poderoso, la componenda consistirá en buscar ejemplos comparables con injusticias de la vida real, que en todo caso por lo general podrán ser comparados con situaciones diversas a gusto del usuario (yo diría que Gunn no pensaba en Gaza sino en la invasión de Ucrania por Putin). Ahora bien, la clave será siempre la misma: sea cual sea el problema, la población será incapaz de hacerle frente, y solo lo conseguirá a través del superhéroe. Solo un dios puede salvarnos, nosotros por nuestra cuenta desde luego no. La mirada al cielo siempre estará por encima de la mirada a nuestros semejantes, aparte que no hay otro que el familiar, pues el mundo del blockbuster es un mundo de familias, socialmente cerrado. No hay otro. Decir que Luthor es Musk será cierto o no, pero lo factible de la equivalencia revela el modo en que los villanos reales se ven inflados a tales niveles para corresponder al canto del Defensor, que las características de su maldad deben hacerle inasequible a toda acción humana. El canto a la sempiterna esperanza, como siempre, en realidad encubre la reduplicación del miedo.
Ningún parecido con la mitología griega. Los dioses podían o no ayudar a Ulises, pero lo que él tenía, ya de por sí, que hacer, cae fuera de la cuestión en este caso. Los superhéroes pertenecen al mundo monoteísta y sus muy establecidas jerarquías, obra del orden divino y universal (o multiversal, si quieren). Defensa y reafirmación de la pasividad humana, de la imposibilidad de otra acción colectiva que no sea apoyar al Salvador, resulta preocupante que tanto izquierdista despistado sienta que este nuevo Superman está de su lado. Nos muestra que hay mucha gente que no aprendió nada de Podemos, y espera al nuevo Pablo Iglesias que nos dé por el culo hasta sangrar, una vez, y otra vez más. Como diría Lacan…
5 agosto
Ha habido cierto revuelo al contar Stellan Skarsgård que Ingmar Bergman habría llorado en la muerte de Hitler. Quien se haya llevado una sorpresa, le bastaba para evitarla leerse las memorias del cineasta o, ya que estamos aquí, este mismo dietario (entrada del 9 de enero). Es raro cuando se monta bulla por algo que el propio concernido confesó hace décadas.
Bergman no oculta sus simpatías nazis, pero las sitúa en el pasado, y al mismo tiempo las explica. Con su educación, dice, difícil no aceptar el autoritarismo como algo natural. Dureza, castigo, rigor, culpa. Las páginas dedicadas a mostrar su educación resultan espectaculares, y escalofriantes.
Enemigo acérrimo de colegios y liceos (de la educación obligatoria, en suma), leo con placer a Joaquín Edwards Bello enumerar sus diversos horrores. “Lo más bonito para mí del colegio eran las cimarras y las vacaciones”. Amén. Pero extiende sus acusaciones a los “buenos” padres, aquellos que quieren los “mejores” hijos. «El niño muy aplicado, limpito y bien educadito, orgullo de sus padres, es tan desdichado como el perrito fino y con capa de las viejas elegantes. (…) El niño criado en un departamento muy chic es un pobre niño. No puede saltar en el sofá ni montar en una silla ni ensuciarse las rodillas. ¡Pobre niño! (…) El niño robusto no puede andar limpio. El niño sano grita y se revuelca como el pajarito canta y vuela. Las casas donde están diciendo sin cesar: “Calle la boca, no salte, no se ensucie”, son infiernos de los niños. Los apestan y en término moderno los acomplejan».
Hoy, es tarea casi imposible correrse las clases, lo cual supone convertir las aulas en no otra cosa que cárceles. Al mismo tiempo, toda casa de hoy es casa chic, en tanto el niño ya no tiene capacidad de jugar en la calle, y por ende de ensuciarse, saltar y liarla parda jugándose su vida y la de los otros. Los padres ya no son como los conocieron Bergman o Edwards Bello, pero por muy buena onda que sean, los hijos crecen en estado de libertad vigilada, pájaros en jaulas que ignoran la existencia misma del bosque.
No digo que estemos criando fascistas. Pero tampoco seres libres.
6 agosto
“En Santiago hemos conocido una racha de asesinatos surtidos. Según las estadísticas ningún país nos gana en las carreras de la muerte”. El texto no es de este año sino de 1955. En efecto, sigo pasándomelo teta con Edwards Bello. Agárrense con lo que sigue: “¿Cuál es la causa del sangriento record? La tierra es una estrella que se enfría. Chile es una parte en que el fuego no se ha extinguido”. Poeta. Ruiz dedicó Tres tristes tigres a él y a Nicanor Parra (y al Colo-Colo). Tengo clara mi preferencia.
Escritor variado, de infinitos intereses, Edwards Bello es empero un obsesivo. Da vueltas y vueltas a idénticas ideas, porque es un tío con personalidad fuerte. Por ejemplo, en la misma crónica: “No hay razas, sino climas”. Yo no sé cuántas le habré leído sobre esto. Ayer mismo: “Es muy sabido que el clima sudamericano oscurece la piel del europeo. Hace aparecer una pantalla plomiza en las caras, a manera de máscara defensiva. Color indio. Nuestro clima modifica no solamente el color de la piel, sino la contextura de los cabellos, de los ojos, de todo el cuerpo y del carácter. Hay un decrecimiento de los miembros y ensanchamiento del tórax. Cambian las pulsaciones y el aparato respiratorio. Todo en general”.
Leía esto ayer noche, y me descubrí preguntándome si yo habré cambiado. Llevo aquí siete años, así que si tiene razón algo me habrá pasado. He engordado, pero no creo que sea justo echarle al clima chileno la culpa (si acaso a su gastronomía, pero tampoco). De pronto me encontré pensando en mi piel, o mi tórax (miren, eso quizá, puede ser) ¿Se han empequeñecido mis miembros? ¿y cuáles, en ese caso? Lo de las pulsaciones es culpa del mate. ¿Me cubre una pantalla plomiza? ¿Aparte de la interior?
No se me ocurre nada. Pero los chilenos me hacen notar que no pierdo el acento español, y yo pienso que estoy tan lejos de mi casa que puedo perder lo que quieras, menos esa música.
7 agosto
Uno a veces simplemente no sabe. ¿Por qué me acabo yo de ver Jurassic World: Rebirth (Gareth Edwards, si es que importa, 2025)? La interpreta la insoportable Scarlett Johansson, que encima no para de sonreír una y otra vez en medio de ese vacío que siempre son su rostro y sus personajes, la escribe el siempre nulo y en los mejores casos (no este) mediocre David Koepp, y, en fin… es una secuela más de esta insoportable saga de la que he visto sin embargo todas las películas, sin recordar más que la primera (que tampoco es para tirar cohetes).
Una vez un alumno me preguntó por mis placeres culpables. Le dije que no tenía, pero unos minutos después me di cuenta de que había mentido como un bellaco. No me he perdido una sola peli de superhéroes, por ejemplo, y mira que he sufrido lo indecible con algunas. ¿Por qué ver estas basuras? Solo se me ocurre que en algo se me vinculen con varias películas de mi infancia, vistas durante esa década de los 80 donde propiamente nace el blockbuster moderno, con los dos primeros Indiana Jones, que disfruté enormemente, Poltergeist, las películas de James Bond (estas sí, procedentes de más atrás, aunque no era algo de lo que me diera cuenta entonces), etc. Solo se me ocurre que el cuerpo me sigue pidiendo mi ración de ese tipo de entretenimiento físico, delirante y millonario. Y lo culpable viene de que, sobre todo, se trata de lo tercero. Necesidad de esa estética del poderío económico que solo puede lucirse propiamente en la acción y lo fantástico. Tiene que ser eso, porque los ejemplos que he puesto de mi infancia son de películas excelentes, mientras que las que me llevo cascando todo este siglo, son basuras que apestan a kilómetros. Y sin embargo, ahí voy.
Eso sí, me siento menos culpable si las veo pirateadas, como ha sido el caso hoy. Algo es algo. Tendrá que serlo.
8 agosto
Hoy, mi amigo Mario Espinoza cuenta que está leyendo La escena contemporánea, publicado hace exactamente cien años por José Carlos Mariátegui. Le copio la cita que extrae del libro:
No son los intelectuales los que cambian de actitud ante el fascismo. Es la burguesía, la banca, la prensa, etc., etc., la misma gente y las mismas instituciones cuyo consenso permitieron hace tres años la marcha a Roma. La inteligencia es esencialmente oportunista. El rol de los intelectuales en la historia resulta, en realidad, muy modesto. Ni el arte ni la literatura, a pesar de su megalomanía, dirigen la política; dependen de ella, como otras tantas actividades menos exquisitas y menos ilustres. Los intelectuales forman la clientela del orden, de la tradición, del poder, de la fuerza, etc., y, en caso necesario, de la cachiporra y del aceite de ricino. Algunos espíritus superiores, algunas mentalidades creadoras escapan a esta regla; pero son espíritus y mentalidades de excepción. Gente de clase media, los artistas y los literatos no tienen generalmente ni aptitud ni elán revolucionarios.
9 agosto
Otra de Mariátegui, que resuena con la asignatura de Antropología Visual que he comenzado a impartir hace dos días: “el mejor método para explicar y traducir nuestro tiempo es, tal vez, un método un poco periodístico y un poco cinematográfico".
10 agosto
Da gusto ver a Cronenberg volviendo a hacer buenas escenas de sexo: diría que la de The shrouds (2024) es la mejor suya desde Crash (1996). Sin embargo, así como Crimes of the future (2022) retomaba las tramas conspiranoicas de eXistenZ (1999) y Videodrome (1983) pero en superficial, al aplicar una clara división entre buenos y malos, acertados y equivocados, aquí tiendo a pensar que se estropea cuando, en su última escena, decide vendérselo todo a la lectura metafórica, psicológica, del argumento (siempre a su inigualable manera, eso sí). En todo caso, en vista del thriller condenadamente divertido que es The shrouds, solo cabe lamentar que ya podía haber tirado por ahí el Cronenberg del siglo XXI en vez de por la psicología de baratillo reinante desde Spider (2002), y agradecer que su inesperado retorno haya dado dos obras simpáticas, calmas y hasta bienhumoradas. Con sus problemas, vale, pero alegra ver que Cronenberg envejece bien.
11 agosto
Todo pasa. Pero en los tiempos en que todo se crea para estropearse lo antes posible (electrodomésticos, edificios, obras de arte…), la pasión por conservar, salvar de la destrucción del tiempo, o de los hombres, cobra una intensidad obsesiva como nunca en la historia se había visto. Entre las paradojas mayores, el patrimonio inmaterial. ¿Por qué declarar la necesidad de conservar unas fiestas, por ejemplo? Porque, aunque no lo queramos confesar, sabemos que, una vez nuestra fiesta desaparezca, ninguna nueva aparecerá. Porque sabemos que ya la creación desapareció de entre nuestras capacidades. O, si queremos una interpretación más amable: porque sabemos que alguien nos creará la sustituta. Y sabemos que la aceptaremos, como ya aceptamos todo.
15 agosto
Decía John Cage que la función del arte del siglo XX era “abrir nuestros ojos”. Pero nos equivocamos si vemos esto (como creo que lo hicieron muchos, sobre todo en los 60) como el signo de una nueva era de iluminación. Antes bien, Cage es otro hijo de la ciudad moderna o, más valdría decir, de la conversión del planeta Tierra en una gran, inmensa, infinita ciudad. Un arte consistente en algo tan trivial (y sin duda importante) como abrir los ojos, no es signo sino de una era donde los ojos se han cerrado, y el simple acto de disfrutar la vista de un árbol deviene, por primera vez en la historia de la humanidad, un raro milagro.
18 agosto
Después de ver Moana (1926), conmovido por su hermoso final, ese niño dormido al que hemos visto durante todo el metraje, en verdad, mucho mejor que al joven que da nombre a la película, después de ver cómo todas las escenas llevaban al ritual de madurez que explica al fin por qué el título es el que es, después de ver al niño después del rito, descubriendo en él de pronto al hombre que será, y el ritual que deberá atravesar para ello (¡tres semanas como poco!), y, sobre todo, después de ver el amoroso gesto de la madre cubriéndolo con una tela que sabemos cómo fue fabricada pues hemos visto el método una hora atrás, después de todo esto, ojeando entre los escritos de John Grierson, doy con unas palabras suyas sobre Lubitsch donde, para explicar lo bueno que es, se pone a hablar de Flaherty:
Before Flaherty went off to the Aran Islands to make his Man of Aran, I had him up in the Black Country doing work for the E.M.B. He passed from pottery to glass, and from glass to steel, making short studies of English workmen. I saw the material a hundred times, and by all the laws of repetition should have been bored with it. But there is this same quality of great craftsmanship in it which makes one see it always with a certain new surprise. A man is making a pot, say. Your ordinary director will describe it; your good director will describe it well. He may even, if good enough, pick out those details of expression and of hands which bring character to the man and beauty to the work. But what will you say if the director beats the potter to his own movements, anticipating each puckering of the brows, each extended gesture of the hands in contemplation, and moves his camera about as though it were the mind and spirit of the man himself? I cannot tell you how it is done, nor could Flaherty. As always in art, to feeling which is fine enough and craft which is practised enough, these strange other world abilities are added.
Que a Grierson le gustó Moana queda claro en la hermosa crítica que le dedicó en su estreno. No me queda claro si era consciente de las, digamos, libertades que Flaherty se tomó con sus sujetos, pero ciertamente no se engaña, pues sabe ver bien cuál es el valor exacto de la película:
Of course Moana, being a visual account of events in the daily life of a Polynesian youth, has documentary value. But that, I believe, is secondary to its value as a soft breath from a sunlit island, washed by a marvellous sea, as warm as the balmy air. Moana is first of all beautiful as nature is beautiful. It is beautiful for the reason that the movements of the youth Moana and the other Polynesians are beautiful, and for the reason that trees and spraying surf and soft billowy clouds and distant horizons are beautiful.
And therefore I think Moana achieves greatness primarily through its poetic feeling for natural elements. It should be placed on the idyllic shelf that includes all those poems which sing of the loveliness of sea and land and air and of man when he is a part of beautiful surroundings, a figment of nature, an innocent primitive rather than a so-called intelligent being cooped up in the mire of so-called intelligent civilization.
No estamos tan lejos de un Pasolini afirmando que el cine es la lengua escrita de la realidad. Pero además Grierson sabe ver que, por ejemplo, es la inteligente técnica de Flaherty la que hace de, por ejemplo, la preparación de una comida, algo interesante. Moana es un ejemplo de que en el cine se trata de cómo mirar el mundo y, con ello, de cómo mostrarlo.
20 agosto
Trabajar es algo que está muy bien y puede ser altamente beneficioso, tanto para el individuo como para el colectivo. Tener que trabajar, sin embargo, es lo peor que existe en el mundo y lo que verdaderamente, en mayor grado, convierte a la vida en algo trágico.
Por eso mismo, dar clase es absolutamente genial. Pero dejar de darla es jodidamente maravilloso.
21 agosto
Si Stalin no hubiese existido, a veces me parece que Dziga Vertov habría podido inventarlo.
El inventor del Cine-Ojo nunca tuvo ojos. Quizás ni llegó a darse cuenta, ya que a sus hermanos les sobraban.
22 agosto
Los jóvenes decidieron que el cine era mentiroso. Porque en él las familias eran perfectas mientras en la realidad había abusos y maltratos, porque los policías eran los buenos y justos y sin embargo eran racistas, abusivos, corruptos, porque nuestros soldados eran los heroicos, los justos y acertados, cuando no eran otra cosa que invasores destructivos, sádicos y brutales al servicio de intereses oscuros.
El cine cambió. Los padres empezaron a pegar e insultar a los hijos, emborracharse y abusar de ellos, los policías se hicieron racistas y corruptos, machistas y sádicos, los soldados se dedicaron a violar, matar a sangre fría, destripar a ciegas a sus enemigos indistinguibles.
Al final, eso sí, todos hacían la pega y acababan con alguien peor que ellos. Los héroes, como los padres, no son perfectos. Hay que entender que los policías son humanos y pueden vomitar encima de ti como cualquiera, que en la guerra es difícil hacer lo correcto. Y el mundo contemporáneo, qué es, sino la guerra. French connection qué es, sino un policiaco “realista”, al fin.
Años 70. El cine se sincronizó con la realidad, y, diciéndonos por fin su corrupción, halló que era buena.
25 agosto
Estupidez o tendencias autodestructivas inconscientes, casi todos los profesores que conozco están lanzadísimos a usar la IA en sus clases, enseñar a sus alumnos a utilizarla y, en suma, colaborar gratis a entrenar a una máquina cuya principal y evidentísima función es permitir a los dueños del mundo quitarnos el trabajo a todos, no porque lo hará mejor, sino porque cumplirá los mínimos a que hemos reducido la educación, por muchísimo menos dinero. Basta ver, en In comparison (2009) de Farocki, el plano del hombre aburrido manejando un universo de máquinas a su alrededor, para entender que otro parecido se encargará en un futuro muy próximo de manejar los nuevos programas que escribirán todos los guiones, diseñarán todos los videojuegos y películas y, no lo duden, darán todas las clases.
La IA no exterminará a nadie (no es su toma de conciencia la que debe asustarnos), sino que permitirá hacerlo por fin a quienes desean, ansiosos, librarse de todos nosotros.
26 agosto
Siempre me ha extrañado cómo muchos piensan que los políticos de derecha creen de verdad en el negacionismo climático que enarbolan. Al respecto, concuerdo por completo con estas palabras de Alberto Toscano:
Creo que hay mucho cálculo realista en las derechas extremas contemporáneas. Es decir, hay un discurso, una razón cínica que dice: “no hay un horizonte de crecimiento”. Aunque lo niegan a veces de manera muy violenta, creo que la cuestión de la emergencia climática y de la finitud de todo es parte del imaginario que da fuerza, que empuja a la derecha. Funciona con la idea de que las cosas van a empeorar, que, si no está cerrado, el futuro ciertamente no tiene un horizonte muy positivo y que, por tanto, el papel de la política es una redistribución antagonista, excluyente, dominadora, de unos recursos que se van restringiendo. Eso forma parte del contrato simbólico y psíquico que se establece con formaciones como Fratelli d'Italia. Tienen también elementos de goce simbólico, psicológico, pero toman parte de su fuerza de este cinismo: “Todos sabemos que nos toca quedarnos en el mundo thatcherista: ‘No hay alternativa’, que el capitalismo es lo que es, pero vamos a limitar las capacidades de Los Otros internos o mundiales de tomar los recursos, y también te vamos a prometer un elemento de goce, un incentivo psicológico que te permita romper todas las reglas de lo políticamente correcto, de lo woke; te vamos a permitir tener tu discurso identitario racial, nacional, de género; te vamos a permitir insultar y humillar”. Me parece evidente que, para mucha derecha contemporánea este cinismo, este fatalismo de base, es casi explícito.
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