martes, 28 de julio de 2020

Llega un tren

El hombre se baja del tren. El año es 1919 pero todo es reconocible hoy: el sombrero, la figura solitaria detenida entre las vías, el tren marchando hacia el fondo, la línea alta del horizonte trazada por las colinas lejanas. Pero el tren va en dirección contraria al de los Lumière, y no vemos al hombre bajando tras la llegada, sino mirando inmóvil la partida. Es decir, que “el hombre se baja del tren” estaba mal dicho. Un tren marcha y una figura solitaria lo contempla marchar, y asumimos que se ha bajado. Asumimos bien, pero asumimos.
El hombre tampoco es que se pase media hora mirando. Observa unos segundos, y sale. Dos hombres le miran, divertidos. Supongo que ya en el 19 (¡hace 101 años!: desde hace un tiempo –pero me doy cuenta ahora– ya podemos ver películas con más de un siglo de edad) bastaban sus ropas para entender la situación: el hombre que ha bajado del tren no solo no es de ese lugar, tampoco es de ese tiempo. Un cartel nos repite el título: “el último forajido” (más algo que no sé traducir bien), y el nombre del actor (King Fisher Jones). ¿Cuántos “últimos forajidos” habrá habido en el cine? (curiosamente, al inicio del encierro vi un The last outlaw, excelente por cierto, de 1993) ¿Cuántos habría habido ya en 1919? Sin duda, la del último forajido ya era entonces una vieja figura, y como nos hartaremos a ver desde entonces, se la confronta aquí a un mundo que ya no es el suyo. Tanto el título, como el cineasta (John Ford, entonces aún Jack) como el porte y sombrero de la figura solitaria, nos dicen “western”. Pero el tren, el tendido eléctrico, los hombres con ropas modernas que se ríen (y que son los que propiamente abren la película, pues su mirada burlona precede a la primera aparición del hombre en las vías), dicen que ese hombre es lo único que queda del western. Y así, el hombre parece dos veces solo, coexistiendo con un tren que marcha, y dos tipos "de hoy en día" que se ríen de él.
Pero como muchas veces pasa, los forajidos de Ford son educados y corteses. Este preguntará educadamente si el sitio donde va (cartel: Sprague) queda lejos. Los encuadres son variados: hay un plano conjunto en ¾ con mucho espacio en medio, antes de que Coburn (así se apellida el protagonista) se acerque a los otros dos, uno de Coburn cortado por el pecho, otro donde las cabezas ocupan los lados y Coburn, en el centro, camina de frente hacia ellos… Lo que tenemos ahora es un perfil, y en contraplano los dos graciosos (por cierto, hay saltos de eje para aburrir; buenos tiempos). Y mientras uno de ellos señala a la derecha, se percibe un movimiento a sus espaldas. Es un tren, que viene hacia la escena, pero quizás no da tiempo a verlo todavía, a identificarlo, porque el hombre de la derecha (que además viste de negro) lo cubre aún casi del todo. Tras el cartel correspondiente, el plano vuelve y ahí no hay duda: un tren avanza por detrás de los dos hombres. Los dos planos son muy breves, duran nada. Pero Ford no ha perdido oportunidad de meter un tren para imprimir movimiento y vitalidad a la escena. Uno tiene a Ford como cineasta calmo, pero eso llegará con los años; en sus primeros tiempos era un vendaval. Hay que ver los arranques de sus westerns con Harry Carey, sus paisajes, sus composiciones, sus persecuciones… son películas llenas de velocidad, de ritmo, y sobre todo de dinamismo, de un ojo increíble para detectar qué puede dotar de gracia y viveza (que no es lo mismo que vida) a una escena. Y aquí mete un tren de fondo, que sin duda es coherente, pero un tren no es lo mismo que un paisaje. Cheyenne Harry se movía en un paisaje como escenario o como fondo. Aquí son las figuras las inmóviles y el fondo lo que se desplaza. Con ello, no deja de pelear un poco el primer término. Despistar, incluso. Un tren produce un movimiento que es problemático cortar, y más aún si está de fondo. Y esta escena está muy cortada, por lo que el avance del tren se trunca, se parcela, en suma se impide. En el primer plano apenas se le ve y en el segundo ha avanzado más de lo previsto. Hay una leve discontinuidad fruto de un corte algo violento, y uno se dice, puede decirse, que no está mal, incluso que la intención es lo que cuenta, pero que la ejecución no ha quedado fina: ¿no habría sido mejor ver al tren llegar sin cortes, mientras los otros le hablan? Pero lo sorprendente, lo realmente chocante, vendrá después, cuando los contraplanos de Coburn, que tienen como fondo el espacio que debería ser cubierto por el tren, se mantienen vacíos. El tren no llega.
Entonces, tenemos: plano 1, los dos hombres, el tren llega, pero apenas lo vemos; 2, cartel; y 3, mismo plano que antes, pero ahora el tren ocupa casi todo el fondo de derecha a izquierda, luego durante el corte ha seguido avanzando, generando un leve salto entre los dos planos que llama más la atención sobre el fondo (aunque acaso estos saltos eran comunes entonces; mis disculpas si así era, pero en todo caso lo central no es esto). Lo sorprendente llegará cuando, unos planos más tarde, veamos a Coburn pero no así el tren: no ha llegado, no se sabe nada de él. Desapareció entre cortes.
    Entre los dos planos con tren al fondo había un cartel, la respuesta de uno de los hombres, recomendando a Coburn tomar un “jitney bus”, equivalente por lo que parece a lo que aquí en Chile llaman “colectivo”. El hombre, con las cabezas de los otros aún en primer término, enmarcándole, mira a la izquierda. Es normal que en esta posición no se vea el tren, pero es raro que no se sepa nada de él, que se ignore su llegada, pues ya debiera estar en la estación. Nada del tren, nada que se mueva. Contraplano de Coburn: el vehículo. Un tipo le da vueltas a la manivela, y el coche parte. Marcha atrás, hay que decir. Quizás así se hacía, pero quede constancia. Volvemos al hombre, ahora sí con el fondo que debiera estar ocupado por el tren, pero donde solo se ve una caseta, unos árboles sin hojas. Pero lo singular es que mira, y no se mueve. Como es evidente que quiere ir a algún sitio y que su único transporte está saliendo, era esperable que su respuesta fuera salir corriendo, pero no. Cheyenne Harry habría corrido, y hasta les habría disparado para detenerles. Coburn se queda mirando. Y esta vez se queda, no es como con el tren del principio. Vemos el coche partir, de nuevo otro vehículo perdiéndose hacia el fondo, mientras vuela el polvo y los árboles (estos tienen hojas, y muchas) son movidos por el viento.
Cartel: “Recuerdos del pasado regresan a él”.
Vemos su rostro, mismo encuadre, mismos ojos absortos en la misma dirección. Mismo contraplano, el coche cada vez más lejos perdiéndose en la distancia… pero entonces empieza un fundido encadenado: un camino, otro, en diagonal opuesta al anterior y mucho más marcada, un solo árbol (a la izquierda, los anteriores a la derecha), y al fondo, igualmente cubierta por el polvo del camino, lo que parece una diligencia que… viene, hacia nosotros, esta sí como el tren de los Lumière, aunque mucho más rápido. Y pasamos a un plano del hombre que lo conduce (mi copia es una calamidad e impide apreciar los rostros, pero asumo que es el mismo hombre en versión juvenil), y tras él otro parado en escultórica pose (lo que quiere decir que está muy bien parado), con rifle vigilante. Una estampa, qué duda cabe. Otra imagen bien reconocible de tiempos que siempre fueron viejos, leyenda ya incluso en su mismo presente (claro que en otros lugares: la diferencial mítica la establece también el espacio). El movimiento es veloz, el conductor azuza los caballos en una carrera frenética; volvemos a la toma anterior y ahora vemos mejor la diligencia, vemos que dos jinetes la preceden, vemos la gran velocidad, y sobre todo, sobre todo, la vemos llegar a primer término y pasar como una exhalación saliendo por la izquierda. Tiempos de juventud, de aventura, el viejo oeste.
    Y ahí, volvemos al presente. Por corte: al pasado se va en encadenado, pero al ahora se retorna de golpe. Plano conjunto: los graciosos a la derecha, Coburn a la izquierda. Ellos le miran a él, él mira hacia el pasado todavía. El fondo, donde ahora son visibles las vías, sigue vacío. Ya no vemos diligencia, jinetes, frenesí, pero tampoco el tren. ¿Dónde está el tren? Ford debió capturarlo casualmente y pese al fallo de raccord decidió dejarlo, debe ser eso. Aunque en verdad apenas da tiempo a hacerse la pregunta, pues en 2 segundos llegará la respuesta.
La mente de Coburn retorna a la estación, y su rostro se gira hacia los hombres, continuando el diálogo interrumpido... pero el giro se da un segundo apenas después de que el tren de hace 10 planos, 2 carteles y casi medio minuto atrás irrumpa como una tromba por la derecha ocupando todo el fondo, continuando en idéntica dirección y reduplicada velocidad un movimiento totalmente distinto, de otra época, otro mundo, otra dimensión.
Este movimiento también será cortado, también será dividido en dos, por otro cartel:
“No, caminaré”. 


















(The Last Outlaw, John Ford, 1919)

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