lunes, 8 de enero de 2018

Introducción a una posible historia del cine pornográfico



    1. A falta de mejor nombre, entiendo por cine pornográfico aquel que tiene como uno de sus objetos centrales (y no necesariamente exclusivo) relaciones sexuales mostradas de forma explícita. Que haya películas con tales elementos pero no caracterizadas como pornográficas en nada arriesga tal definición: en ocasiones, las razones de la no inclusión son meramente industriales (9 songs), o las películas solo recurren al sexo explícito de manera circunstancial (Anticristo). Además, debe tenerse en cuenta que no existen los límites perfectamente cerrados. Los cierres, sobre todo en estos campos, son siempre artificiales, contingentes, lábiles.

    2. La clave del cine pornográfico se encuentra por tanto en la representación explícita del sexo, y hablar de él en tanto tal implica hacerlo acerca de su forma de enfrentarse a este problema específicamente cinematográfico (otros problemas así: cómo filmar/mostrar un beso, una rivalidad, un reencuentro, un árbol, un discurso, una muerte…). Lógicamente, esto tiene como consecuencia la de no reducir el campo de lo que abarca el cine pornográfico: por ejemplo Fuses, de Carole Schneeman, es cine pornográfico tanto como cine “experimental”, o “de vanguardia”, tan pornográfica a su modo como Behind the green door: ambas obras enfrentan la representación del sexo explícito, pero de distintas formas.

    3. En consecuencia, por “cine pornográfico” no debiéramos entender, al menos en primer término, un género cinematográfico, sino un campo definido por un cierto tipo de imágenes, y donde los autores u obras de mayor interés se caracterizarán por poseer una visión determinada sobre la representación de tales asuntos. El porno, antes que género, es un nicho (entendido este término incluso en su sentido más propiamente mortuorio, como enseguida veremos): un submundo donde esas imágenes, condenadas por la moral allá donde vayamos, pueden tener lugar.

    4. Pero evidentemente, el porno, sí, es un género. Y más aún: una industria. En este sentido, pueden trazarse tres fases en su evolución:
    1/ Pornografía clandestina: submundo reducido, imágenes no accesibles para todos, secretas.  
   2/ A partir de Garganta profunda (1972), salida a la calle, popularización, masificación (Beatriz Preciado llegará a decir que en esta fase el porno se hace visible para las mujeres: en la fase 1 era accesible solo para la mirada masculina y ocasionales invitadas). De mercado clandestino, el pornográfico pasa a mover millones de dólares (y de lo que sea) en todo el mundo. La escasa censura de muchos países (reflejo de las luchas sociales de la década pasada) permite pensar a algunos que el porno será un tipo de cine más, plenamente normalizado.
    3/ En realidad, esta fase comienza con la segunda, pero será a finales de los 70 y a lo largo de los 80 que se haga evidente que, reafirmado una y otra vez el rechazo por parte del cine mainstream hacia las nuevas imágenes (y recuperada y refortalecida la censura en países centrales como USA o Francia), el porno se cimenta como un género y, más aún, una industria. Retorno, pues, al nicho, pero ahora en condiciones muy distintas.

    5. En efecto, hoy, el porno es el único género que también es industria, es decir que posee un cuerpo de técnicos e intérpretes, además de unas vías de distribución, propios y exclusivos. Esta conversión (fase 3) es el signo del fracaso de la ambición propia de la fase 2: la integración de las imágenes pornográficas en el cine convencional, o al menos su normalización en el campo audiovisual. Rechazado esto, el riesgo y experimentación del cine pornográfico de los 70 (activo no tanto en la presencia de cuerpos y sexualidades no hegemónicas como en los modos de su puesta en forma) se va reduciendo y codificando cada vez más, convirtiéndose en un género sumamente tipificado. La segregación de intérpretes y técnicos respecto a los del cine convencional genera definitivamente una industria. En la fase 3 el porno regresa en cierto modo a la 1, pero ahora el nicho es gigantesco, la clandestinidad está a la vista de todos. Llegados los 80, el porno ya no es eso que se esconde, sino eso que nosotros mismos escondemos, eso que está en medio de la calle pero a lo que nadie mira hasta que está seguro de que nadie le verá mirando.

    6. ¿De qué tipo de género estamos hablando? De uno de los que tentativamente denomino “sobredeterminados”: comedia, terror, porno (hasta cierto punto, también melodrama). Entiendo por género sobredeterminado aquel cuyas películas son juzgadas atendiendo a la mayor o menor satisfacción de la reacción que se considera deben generar en sus espectadores, a saber: la comedia debe hacer reír, el terror debe aterrorizar (más superficialmente: hacer gritar, asustar), el porno debe excitar sexualmente. Si una película perteneciente a estos géneros no logra en su audiencia esos efectos, acostumbra comúnmente a juzgarse que no está lograda (Linda Williams usa el término “body genres”, pero apunto dos objeciones: una, que las reacciones no siempre tienen por qué ser necesariamente físicas, la clave no está ahí sino en que se entienda que el sentido y objetivo de la película es que debe generar una reacción específica en su audiencia; dos, que misteriosamente no incluye a la comedia, de fisicidad más patente, y sí al melodrama, cuya reivindicación crítica ha conllevado que en la actualidad sea un género algo más “liberado”).

    7. La fase 2 del cine porno, en su salida a la luz, intentó sacarle de esta situación, como no pocas películas del periodo pueden acreditar (dos contundentes y notables ejemplos: Memories within Miss Aggie y Forced entry), pero el paso a la fase 3 le condujo a la especialización (codificación estricta de cómo debe ser una escena porno, qué prácticas, posturas, etc., debe incluir, e incluso en qué orden) y la uniformización y simplificación discursivas: el porno es un cine que debe excitar sexualmente y, por tanto, está dedicado a mostrar la felicidad del sexo. Las transformaciones del mapa audiovisual a partir de finales de los 70, con el retorno triunfante de los géneros cinematográficos, la recuperación del músculo industrial de Hollywood, el retorno generalizado de la censura y el conservadurismo, el retroceso asimismo generalizado de la experimentación (no sólo) estética y otros tantos etcéteras, darán al traste con la ambición de cineastas como Gerard Damiano, acaso el que mejor simboliza la apuesta por la posibilidad de usar el sexo explícito de una manera perfectamente normalizada para contar historias y, más aún, historias ocasionalmente dramáticas y hasta terribles.

    8. Visto esto, puede decirse que el cine pornográfico, tal como lo conocemos hoy en día, es aún joven. Podemos entender que tiene una prehistoria (fase 1) y una historia propiamente dicha (fase 2 en adelante), iniciada con el éxito de Garganta profunda (como decía John Waters: esa película guarra donde tu compañera de butaca podía ser Angela Lansbury). Un mayor matiz en la exposición de su desarrollo histórico añade a las 3 fases ya señaladas como mínimo una subdivisión de la tercera, matizando sus transformaciones a lo largo de un tiempo rico ya de por sí en mutaciones del campo audiovisual en su conjunto:
    Fase 1, prehistoria: periodo largo y multiforme, ocupado por obras generalmente de metraje corto.
   Fase 2: etapa hasta cierto punto “heroica”, llena de experimentación y riesgo. Por supuesto esto es muy relativo y existen gran cantidad de obras miméticas, pero la ambición, incluso en términos económicos, era grande.
    Fase 3a: con la llegada de los “años de invierno” se abandona (casi) toda ambición y el porno se recluye en su enorme y flamante nuevo nicho. En este punto, no podemos culpar todavía al vídeo, que tardará toda la década de los 80 en generalizarse y cuyas mayores consecuencias se harán visibles en los 90. Las escenas de sexo no son tan largas como llegarán a ser más adelante, y esto por dos razones: 1/ aún se sigue rodando predominantemente en formato fotoquímico (o se mantiene la inercia de hacerlo como si así fuera) y 2/ aún se sigue teniendo la idea de que hacer una película es contar una historia, por mucho que esta solo exista para dar un contexto y servir de excusa al sexo. Esta conciencia narrativa inevitablemente incide sobre el tiempo concedido a cada escena sexual: aunque el objeto de la película sea ver teniendo sexo a las vedettes pornográficas del momento, aún se entiende que el filme debe tener un cierto equilibrio entre sus partes. Ver cine porno de los 80 es ver un cine que sigue contando historias pero creyendo cada vez menos en ellas. Un cine, por tanto, con ciertos conflictos de personalidad.
    Fase 3b: En la muy clave Face dance, de John Stagliano (1992), Rocco Sifredi interpreta a un actor porno en crisis. ¿Por qué? Porque no es un actor, sino un amante del sexo. Lo suyo es follar, no actuar. Face dance es un extraño caso de película que escenifica el nacimiento de un nuevo mundo: el del gonzo, el nuevo cine que pondrá en práctica la evidencia de que el objeto del porno, la sola razón de su existencia (pero ¿la existencia de qué? De una industria, de un cuerpo de intérpretes que vive de los productos que crea), es mostrar de forma explícita a gente teniendo sexo, y punto. Se acaban los conflictos de personalidad: si el porno, ya no cabe duda, existe porque muestra sexo, porque ofrece ese tipo de imágenes, ¿para qué preocuparse por contar historias?
    El gonzo se desarrolla, además, de la mano del vídeo: ya cuesta menos grabar más. Las escenas sexuales ya no solo son únicas, sin historias ni (apenas) aditamentos, sino de una duración cada vez más extensa. Adicionalmente, cuando cada vez más la televisión gana posiciones frente al cine (y sabemos que esto será casi absoluto en el caso del porno), la escala de los planos varía y los planos generales van disminuyendo a favor de una preeminencia cada vez mayor de planos más y más cerrados. Esto, en el porno, conllevará una creciente especialización de los cuerpos mismos, que deben cuidarse cada vez más: comienza a entrar con fuerza pues la cirugía (silicona, vaginoplastias, etc.), hasta entonces presente solo en el cine mainstream (y desde siempre, como suele olvidarse y bien podrían asegurarnos Marlene Dietrich o Rita Hayworth, por poner dos ejemplos). Comienza definitivamente el culto de lo “grande”, que no encontramos al mismo nivel en las décadas pasadas. 
    Y aun habría que hablar de una fase 3c, donde Internet motiva el retorno del porno a las formas de la fase 1: el abandono del largometraje a favor del corto (la “escena”) como producto central de la industria pornográfica. Internet, no cabe duda, supone un espaldarazo definitivo al gonzo, pero lo cierto es que no puede olvidarse que, al tiempo, por un lado siguen existiendo productoras dedicadas a la producción de largometrajes (y algunas de ellas siguen contratando a sus equipos al viejo modo del sistema de estudios hollywoodiense) y, por otro, también en Internet la ficción retorna con fuerza, pero más en tanto la conversión del intérprete en personaje puede aportar morbo a la situación, de ahí las series dedicadas al sexo en la oficina, el colegio, infidelidad, incesto, etc. Pese a la tendencia a la generalización, que tiende a considerar al gonzo como práctica ya exclusiva, no debe nunca olvidarse que el porno siempre ha contado y siempre seguirá contando historias. Como mínimo, la demanda de muchos espectadores que precisan de ella para su excitación, a ello obliga.

    9. Tiendo a considerar al llamado “posporno” como parte de la fase 3c, acaso la que más favorece sus similitudes con la 1, al permitir recuperar una variedad de formas que van de las películas puramente pornográficas a otras puramente experimentales, de obras más o menos integradas en el mainstream a otras (la mayoría) en el “underground” (y sin olvidar nunca el ejemplo del porno amateur, de una importancia que no puede minusvalorarse, menos aún en los tiempos actuales). El posporno posiblemente surge por el interés hacia el campo pornográfico (tras la pérdida de hegemonía de las corrientes anti-porno dominantes hasta los años 90) de los miembros de nuevas generaciones de mayor nivel adquisitivo y cultura universitaria, que por un lado añaden un falso prefijo que permite distinguir su práctica de aquella a la que sin duda pertenece (dime a qué palabra le has puesto un “post” y te diré dentro de qué práctica quieres ser distinguido), y por otro introducen un cuestionamiento de tal práctica a un nivel que no se encontraba con tal intensidad desde los años 70.

    10. Los efectos beneficiosos del posporno, caso de tenerlos, incidirán sobre todo en la conversión del cine pornográfico en un campo ya no dedicado exclusivamente a la realización de fantasías masculinas heterosexuales (u homosexuales, ya que la subdivisión gay del mainstream tiene también unas proporciones notables), y sin duda en su constitución como off-porno (como se habla del off-Broadway), esto es, la creación de nuevos circuitos para la circulación de obras que el porno mainstream no puede o quiere albergar. El crecimiento de este otro campo, de este off, podría tener, y esperemos que así sea, tal presión sobre el mainstream que esas prácticas y sexualidades afecten su práctica y sea finalmente un lugar donde no se representen solo las fantasías de hombres heterosexuales.

    11. Tal transformación debe ser buscada. Pero igualmente debe perseguirse otra: la de que el cine pornográfico no esté obligado a representar fantasías, para el solaz sexual de nadie. Que se acepte que el cine pornográfico no esté hecho para provocar la excitación sexual de nadie. La necesaria revolución del llamado “posporno” (que propongo denominar, de manera más consecuente, “off-porno”) no puede causar otra cosa que alegría. Pero otras revoluciones son aún posibles.

    12. Todo lo referido muestra un campo, el cine pornográfico, que es a su vez, sin embargo, parcela de otro más amplio: el cine erótico. Entiendo por cine erótico aquel que tiene por objeto la sexualidad humana, comprendida del modo más amplio posible, es decir, abarcando todo el amplísimo espectro de afecciones eróticas de que es capaz el cuerpo humano. Podríamos decir que el cine erótico es aquel que atiende al ser humano en tanto cuerpo, pero en tanto cuerpo consciente de sí y de su capacidad de verse afectado por otros cuerpos de amor, sexo, deseo, etc. (entendiendo además que los cuerpos pueden no ser necesariamente humanos, sino los de otros seres vivos, animales, vegetales, objetos, etc.)  Este es un campo tan amplio que los límites del cine erótico son sumamente lábiles, de manera que filmes muy atentos a la materialidad sensorial del mundo pueden ser considerados como eróticos, o poseedores de cierta cualidad erótica por muchas personas, así el cine de Straub y Huillet, Tarkovski y tantos otros, en su trato con la naturaleza.

    13. Así, el cine pornográfico sería el campo, dentro del cine erótico, no solo dedicado a las afecciones específicamente sexuales, sino dedicado a ellas porque las muestra, explícitamente. Un cine que habla de las relaciones sexuales, pero porque y sobre todo en la medida en que las enseña. Que habla y piensa porque mira y muestra. Otras opciones son por supuesto factibles (y mayoritarias y no hace falta decir que respetables porque son las que han sido siempre respetadas), pero esta existe y tiene sus poderes propios. Mostrar la emoción propia de los cuerpos en contacto (aún consigo mismo). Más concretamente, de los cuerpos sexuados, de los cuerpos en tanto afectados de deseo. Y hacerlo, si se quiere, sin recurrir al rostro, que por lo general hegemoniza todo deseo en el resto del cine, o poniéndolo en contacto con aquello que en ese resto puede ser considerado monstruoso. El cine de los cuerpos sexuados, que nos permite ver un rostro en contacto con un sexo, o dos sexos entre sí, y lo que allí se genera, que es algo y no más bien nada, como todos bien sabemos por nuestra experiencia. El único cine que cree que lo humano se puede encontrar en toda parte del cuerpo, que el calor (o por qué no, la frialdad) de una conciencia, de un pensamiento, de un afecto, se encuentra también en un culo, un muslo, un pezón, un sexo, imágenes de afecciones. Que rompe el prejuicio anatómico por el cual la humanidad está en el rostro y si acaso las manos y si acaso, dentro del rostro, los ojos. El único cine que nos recuerda que somos un cuerpo y que cada una de sus partes es, también, nosotros.
    Que esto no se haga siempre, o a menudo, es otra historia.

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