jueves, 31 de enero de 2013

No tan oscuro. Después de ver "Zero Dark Thirty"


    Después de ver Skyfall y escribir el post anterior, casualmente, vi 24. Y descubrí que Skyfall es James Bond después de 24, pasado por el filtro de esa serie que marca toda la primera década del nuevo siglo. No es la primera vez que se cuestiona la profesión de Bond, pero las similitudes con la situación de la que parte y constituye el eje de la 7ª temporada de 24, es más que clara.
    En mi caso, tuve tres obsesiones eróticas a lo largo de 24. La primera fue, obviamente, Nina Myers, ex-amante de Jack Bauer, asesina de su mujer y mercenaria implacable. Muerta en la 3ª temporada. La segunda, Mandy, otra mórbida mercenaria que hace su entrada en la 1ª temporada volando un avión, atenta contra el presidente (sin que nunca yo haya conseguido entender por qué) en la 2ª y es finalmente capturada en la 4ª. Y la tercera, por encima de todos, es la divina pelirroja y agente del FBI Reneé Walker, que aparece en la 7ª y 8ª temporadas, con una importancia central. Ella convoca al perseguido Jack Bauer al comienzo de la 7ª temporada y se ve atraída y trastornada por el lado oscuro de la lucha antiterrorista en estados de excepción (también muere, iniciando así la poderosa recta final de la serie en su última temporada). Aunque no sean propiamente estados de excepción, como tales deben considerarse cada uno de los días de la serie, siempre y cuando se entienda que es la amenaza terrorista (y ya no digamos la concatenación de ellas, característica de la serie) la que los convoca, siendo así que el estado, y principalmente sus aparatos represivos, deben colocarse en esa tesitura, aún si el estado no la declara de forma explícita. Es esta la base que pretende hacer sostenible lo mostrado, y así se evidencia en la 7ª temporada, incluso en algunos parlamentos del propio Bauer; es lo que la agente Walker debe aprender (y que, antes que ella y de un modo menos evidente, aprende Audrey Raines, el anterior amor de Bauer).
    La protagonista de Zero Dark Thirty también es pelirroja. Me atrevo a pensar que ningún hombre heterosexual puede no sentir atracción por las pelirrojas. A la morenita y enana Jodie Foster de El silencio de los corderos le costaba hacerse valer entre sus compañeros agentes del FBI (y no digamos entre los viriles policías), pero los cabellos rojizos de Jessica Chastain la otorgan un poder extra que Kathryn Bigelow prefiere no articular más allá de su mera evidencia. Una pequeña conversación cerrada por una oportuna llamada telefónica y una no menos oportuna bomba, evidencia que Maya (el nombre del personaje, y quizás hasta de alguien real) no folla, y sugiere que no lo hace en los casi 10 años de la investigación. También hay un primer plano para sugerir que a ella esa situación no la hace feliz precisamente, casi el único que Bigelow otorga a la vida interior del personaje. Maya es la casta y tenaz sacrificada que vela por nosotros, como Jack Bauer, y Zero Dark Thirty acaba con un primer plano de Maya llorando, igual que en su momento lo hacía la 3ª temporada de 24, con Bauer. Malditos por su inteligencia (ellos son los únicos que ven claro en todo momento), por su tenacidad y celo, por su capacidad de sacrificarlo todo, incluso sus propias vidas, por el “objetivo”.
    No es Bin Laden, sino el rostro de Maya, el núcleo de Zero Dark Thirty. No se trata de capturar al terrorista, sino de quién lo hace. Y no solo porque el rostro de aquel no se muestra (quién sabe si siguiendo la prohibición musulmana de representar el rostro del profeta), aunque el modo en que se le descubre da precisamente la clave del tratamiento de Maya en el film. Pues no es sino de su falta que se deduce que Bin Laden está en la casa. Es por la imposibilidad de ver al fondo de un agujero, despejar una incógnita en la descripción de los habitantes de la casa (quién es el marido de la tercera mujer, quién camina siempre tapado, por qué unas medidas de seguridad tan perfectas, etc.), que puede ponerse nombre al hueco. La existencia misma de la incógnita es aquí lo que permite despejarla, o plantear al menos una hipótesis plausible que, finalmente, resultará acertada. Con Maya sucede igual pero, su rostro, lo vemos continuamente. El rostro inicialmente impresionado por las torturas, después decidido, agresivo, o inexpresivo. El diálogo sobre los “amigos” de Maya pretende no otra cosa que evidenciar que lo que vemos es un agujero, que esa mujer no es otra cosa que su trabajo, y que su trabajo, su obsesión da fe de ello, es su única vida. Solo la distancia respecto a la acción separa a esta película de The Hurt Locker: estos agujeros son útiles: son ellos quienes insisten hasta la extenuación, son ellos quienes cumplen la misión, quienes atrapan a Bin Laden.
    24 duraba un día, y parecían 10 años. Zero Dark Thirty dura 10 años, y parece un día. 24 se daba tiempo, desarrollaba a su personaje. A pesar de su decidida defensa de este, las dobleces y lugares oscuros están claros para cualquiera que sepa mirar: es el privilegio del tiempo, acaso. Zero Dark Thirty comprime muchos años en un solo personaje, que postula y mantiene como espacio vacío: es una de las muchas retóricas del héroe, la que permite apiadarse de él sin sentir que se está siendo manipulado para ello pues, ciertamente, no hay violines ni grandes diálogos, sino contención. Jessica Chastain no hace alardes, sino lo justo para que Bigelow pueda describir su agujero, su incógnita, y hacer que sintamos pena por él en tanto hueco, en tanto ser solo válido para lo que hace, para una vida dura, terrible, para la cual la mayoría de nosotros, cómodo público, no valdríamos ni un solo día.
    El thriller es el género que trata de los aparatos represivos, principalmente con la idea de buscar medios de identificación con sus agentes (no necesariamente con sus objetivos o los propios aparatos en tanto tales; este es el lugar de la confusión en la que más fácilmente puede caer una crítica política). Esta identificación precisa una valoración de la violencia, de las circunstancias que la exigen y hacen por tanto aceptable, pero también una piedad, una lástima por esos personajes que la ejercen, pues sin eso no tendrían el favor de un público que se caracteriza por preferir siempre que sean otros quienes ejerzan la violencia por ellos. Por esto, el thriller es susceptible de mostrar siempre una dimensión crítica, en un grado mayor que un espejismo, y algo menor que una crítica sustancial.
    Zero Dark Thirty nos niega el rostro de Osama Bin Laden. En su lugar, nos ofrece el de la pelirroja Jessica Chastain, llorosa por algo incierto que cada espectador deberá definir: ¿lástima?, ¿remordimiento?, ¿conciencia de que ahora llega la vida, tras el final de la misión?, ¿conciencia del vacío tras la venganza?, ¿de que no se sirve para otra cosa? En ese movimiento, no otra cosa que la unión con el verdugo.