miércoles, 2 de mayo de 2012

Sobre comedia y autoridad


    Hace un par de días vi The school of rock, una comedia de Richard Linklater con Jack Black- acaso el más grande intérprete de flipados de toda la historia del cine. Es una película profesional y competente, dos adjetivos usualmente sinónimos de trivialidad que hoy en día pueden pasar a referir aquellas películas que no se caracterizan por su radicalidad, ambición o riesgo, pero que destacan por su ausencia de retórica, de subrayados, por su cultivo de una mirada ajustada a su narración, un cine modesto pero realizado con buen criterio. No hay en The school of rock, por ejemplo, concesión a los violines cuando el engaño del protagonista es descubierto o le quita los complejos a algunos de sus alumnos. Cuando vemos, en el concurso final, actuar a la banda que echó a Finn, el protagonista interpretado por Black, Linklater no se regodea insultándolos o mostrando caras de rechazo, sino que simplemente los muestra, sabedor de que, tras haber recibido las prístinas lecciones de “teoría” rock de Finn, todo espectador medianamente atento sabrá qué pensar ante la puesta en escena de esa banda (donde, precisamente, destaca el guitarrista que sustituye a Finn, una auténtica hiperbolización del guitarra posturitas) o, mejor dicho, qué es lo que piensan los protagonistas, sin que por ello su punto de vista se nos imponga inapelablemente. En este sentido, la corrección de la película se advierte en su propio humor, negado al cultivo del exceso que ya en la época de su producción (2003) era moneda común: el sadismo de Finn en sus primeras clases es sumamente moderado, por ejemplo, y no hay que hacer volar mucho la imaginación para saber qué hubieran hecho la mayoría de comedias hoy y entonces con la salida nocturna de Finn y la directora del colegio (Joan Cusack), reprimida y estricta pero fan a muerte de Stevie Nicks. Esto último no es bueno ni malo, pero es muestra de una película empeñada en mantenerse dentro de unos límites de corrección que finalmente apoyan su centro: las excelentes clases de rock que reciben los alumnos, consistentes, fundamentalmente, en entender a este como un trabajo de resistencia y lucha contra la autoridad, sea del tipo que sea.
    Pero cuando en Hollywood aparece la autoridad, siempre hay problemas. Primero: sus dos únicas representantes directas en la película son, curiosamente, mujeres- curiosamente, en el discurso de Finn la autoridad es significada como “the man”. Se trata de la directora del colegio y la novia del amigo del protagonista (Sarah Silverman), para más señas ayudante del alcalde. La primera llega a tener alguna escena redentora, o al menos explicativa, y además está encantada con la actuación final del grupo, de forma nada forzada. La otra, sin embargo, es puro odio concentrado y, más aún, supone un estereotipo de reciente popularidad en la comedia norteamericana: la novia arpía y manipuladora. El único ejemplo reciente que me viene ahora a la mente estaba en Resacón en Las Vegas, pero sin duda hay más casos: la novia del hombre acobardado y con poca personalidad (el “hombre blandengue”, que decía El Fary), que hace de él lo que quiere, y ante la que éste deberá rebelarse en un momento determinado (frente a Resacón en Las Vegas, la rebelión aquí se resume en un elegante y contundente portazo). No dudo que existan mujeres así, pero tampoco hombres del mismo tipo, que sin embargo no se hacen de ver precisamente en estos filmes, y además esta no es la cuestión. Más allá de si la última comedia norteamericana es machista o no, lo evidente es que su campo de acción es, si no la masculinidad, al menos la situación de los hombres en varios períodos de su vida, desde la adolescencia hasta la edad madura, con o sin pareja, con o sin trabajo, y en donde la visión de las relaciones con las mujeres parece verse justo al contrario que como entendían ciertos feminismos, en concreto aquellos que criticaron la dicotomía según la cual la mujer equivalía a la naturaleza y el hombre a la cultura. Ciertamente, esta siempre me pareció una mala interpretación, o al menos muy sesgada, y bastaba prestar atención a los discursos sostenidos por los que antes que machistas se pretendían misóginos (aquí en España tenemos a magníficos representantes de esta opción, como Berlanga, Azcona y Ferreri): según estos, el hombre no quiere otra cosa que mantenerse en perpetuo estado de naturaleza, jugando, retozando, comiendo o fornicando, y su entrada en la sociedad se debe solo a la necesidad de satisfacer lo último, pues la mujer exige terribles pagos por la concesión de su cuerpo, que implican el trabajo, la educación, la posición social… Ciertamente, las comedias de que aquí hablo no se plantean en los términos más o menos atormentados de aquellas, antes bien aceptan con más o menos gusto o incluso sentido del deber (Apatow) el “pago”, pero a mi juicio mantienen esa interpretación según la cual la adolescencia masculina termina solo por la necesidad de sexo, o al menos de emparejamiento, sosteniendo al respecto una posición, digamos, “reformista”: de acuerdo con el sistema porque no hay más remedio, pero critiquemos al menos los “excesos”, esto es, los abusos “civilizatorios” de ciertas mujeres.
    Segunda cuestión: los amigos protagonistas encuentran al final una vía “legal” para trabajar en lo que les interesa: la escuela de actividades musicales extraescolares. Tal vez Linklater y su guionista, Mike White, no lo ven así, pero lo cierto es que las clases que Finn da a sus alumnos y su filosofía de rabia contra “the man” se correspondía con el modo en que daba estas, escondiéndose de la autoridad del colegio para no ser descubiertos. La enseñanza de la crítica y el menosprecio a la autoridad como parte fundamental de una buena educación se ponen creo en problemas en la situación final, con Finn convertido en un auténtico profesor. Reconozco que harían falta más explicaciones, pero siento que algo de lo recorrido se pierde en este empeño final por mostrar que el camino seguido no termina necesariamente en la misma ruina económica del principio sino en un trabajo formal mediante el cual Finn y su amigo pueden dar salida a sus inquietudes musicales. En este sentido, tal vez no estaría mal plantear una doble sesión donde, después de esta película, se proyectase Anvil! The story of Anvil (¿a quién demonios se le ocurrió la brillante idea de repetir dos veces el nombre del grupo en el mismo título?, ¿temía que el lector se olvidase al pasar la exclamación?).
    Tercera cuestión, y final: ¿y los padres? En The school of rock, los padres son mostrados como seres represivos, histéricos y sin una pizca de humor, causantes del carácter reprimido e histérico de la directora del colegio y enemigos de que sus hijos escuchen rock o incluso toquen la guitarra eléctrica. De entre ellos, es singularizado el padre del guitarrista de la banda, al que vemos en una escena, observada de lejos por Finn, con un carácter claramente despótico hacia su hijo- de hecho, es después de ella que éste introduce en la clase el tema de “the man”. Sin embargo, al final de la película, cuando todos corren a recoger a sus indefensos vástagos al festival de rock, se quedan parados al verles salir a escena y observan maravillados su desempeño- ciertamente notable- en la labor. Al final, aplauden encantados como todos, orgullosos a muerte de sus hijos.
    Por supuesto, mi problema primero es que esto me parece simplemente inverosímil, increíble: estos padres que pagan 15000 dólares al año por una educación estricta para sus hijos y se horrorizan al descubrirles escuchando a Yes (¡no hablamos precisamente de Venom, por Crom!), no pueden quedarse parados al ver a sus hijos salir a un escenario vestidos de rockeros acompañados de un señor que tal vez les haya secuestrado y que se ha hecho pasar por otro hombre durante meses, y menos todavía van a sentirse repentinamente encantados al verles tocar esa música que les horroriza…
    …a no ser que… la película pretenda mostrar que en realidad el rock no es tan rebelde, que se trata solo de pasarlo bien, de entretenimiento, y que basta ver a tu hijo tocarlo para dejar de demonizarlo. De hecho la canción que toca la banda no es mala (aún más, me parece bastante buena), pero la actuación está lejos de ser, por ejemplo, la de L7 en la gloriosa Serial mom del siempre ejemplar John Waters. Además, el vestuario incurre en el pastiche, con el guitarrista ataviado con chistera à la Slash y Finn “casualmente” vestido con uniforme escolar a lo Angus Young- aunque tuvo el buen gusto de no imitar sus legendarios pasos-, de modo que no deja de parecer que estamos ante un grupo infantil, al que al fin y al cabo se valora por esa cosa terrible que llamamos “esfuerzo”. No olvidemos que la fiebre “Operación triunfo” asolaba varios países en esa época.
     Sin duda es una posibilidad, aun curiosa. Pero démosle al hecho la causa que sea, el resultado es el mismo: los padres no son mala gente. Y más que lo dicho de las mujeres, esto raramente falla en la comedia actual. Aunque sea muy en el fondo, los padres son buenas personas. Parecen crueles, represivos, brutales, imbéciles, pero estamos confundidos: en realidad quieren a sus hijos, si cometieron algún error no fue sino por exceso de celo. Hace unos pocos días veía Role models. Allí, los padres de Augie (Christopher Mintz-Plasse, es decir, el inolvidable McLovin de Superbad) se muestran como unos auténticos miserables, dedicados en cuerpo y alma a humillar a su hijo y alegrarse por todos sus problemas. Sin embargo, al final, cuando le vean ganar una batalla medieval vestido como un miembro de Kiss (los fans me perdonarán que no recuerde cuál), se sentirán encantados y super-orgullosos de él. Cómo no, nos damos cuenta de que los padres, en el fondo, eran buena gente, después de todo. En otra película que vi recientemente, How do you know, el padre del protagonista, interpretado por Jack Nicholson, es un delincuente que mete en un lío gigantesco a su hijo e implora porque éste vaya a la cárcel en su lugar. Al final, sin embargo, no podrá reprimir una sonrisa al ver a aquel acompañado de la mujer que quiere, aunque eso signifique que él irá a la cárcel. Desde luego Brooks, autor de la película, hila más fino, apura la tensión hasta el final y la sonrisa de Nicholson no anula su disgusto ante lo que le espera, además de que este tipo de ambigüedad es muy propia de Brooks, o al menos de lo poco que conozco de él. Pero igualmente cuesta que el padre sea simplemente un cabrón. Busquen y les costará encontrar un mal padre en la comedia americana.
    Un contraejemplo que me viene a la cabeza implica, significativamente, viajar muchos años en el pasado. Comparemos dos películas: Despedida de soltero, de 1984, y Los padres de ella, del 2000. En la primera, Tom Hanks se va a casar con la chica que quiere, pero que tiene unos padres realmente despreciables. Siendo así les trata, consecuentemente, con una total falta de respeto. Y el desarrollo no muestra sino hasta qué punto el padre es un miserable, y la conclusión le es justamente ruinosa. Si observamos en cambio Los padres de ella, el personaje de Robert DeNiro añade a aquella característica el ser, también, un ultra-conservador hijo de puta. El enfrentamiento con el novio de su hija, que incluye espionaje y otras lindezas, lleva finalmente a la reconciliación, y el descubrimiento tranquilizador de que en realidad el tipo es buena gente, tan solo un individuo que a veces va demasiado lejos, pero siempre por el amor desmedido que siente por su hija. En Despedida de soltero el padre también quiere lo mejor para su hija, pero eso no quita que sea un cabrón, y así se manifiesta en la película; aquí, la lección es clara: da igual que sea el padre de tu novia, si es una mierda trátale como tal, porque se lo merece. Pero entre las risas de los últimos 10, 15 años, nos llegan ideas bien distintas, que sobre todo buscan afirmar que las figuras del poder, si bien en ocasiones se extralimitan, no dejan de ser benévolas criaturas movidas por el amor a nosotros, que deberíamos limitarnos a regañarles pero sin olvidar la renovación de nuestros votos de fidelidad con ellos, pues al fin y al cabo estamos en deuda con sus acciones. Si suman a esto el pro-militarismo de casi todo el cine-espectáculo moderno (con Michael Bay y las películas Marvel a la cabeza) y su encantada defensa de la necesidad de héroes protectores y calladamente legisladores, la cuenta no es en absoluto tranquilizadora.
  Ahora bien, una vez dicho esto… ¿qué importa? ¿Algo así nos pone en riesgo? ¿De qué modo nos afecta? Eso es algo a lo que aún habrá que dar unas cuántas vueltas…