sábado, 18 de diciembre de 2010

Cartas del límite (¿1?)


Querido Alfredo:

Ya sé que nos vamos a ver pronto, pero ayer me preguntaste por el ciclo, y creo que no estaría mal contarte un poco por escrito antes de volver a Santander alias Satán, aunque alguna vez lo he intentado y siempre sale el problema de que me pongo agrio, y así no hay manera. Ahora que todo ha acabado- aunque nos quedan no pocos problemas por delante, pagos y todo lo derivado, aparte de la rabia por no poder celebrar el final de este infierno ni yendo al concierto de Motörhead mañana ni a la actuación de Faemino y Cansado el lunes-, y estoy algo contento escuchando el memorable Rising de Rainbow, que deberías escuchar ya, mientras intento liberarme del empacho de tantas cenas absurdas, tal vez me sea posible contar algo con gracia. Veremos.

Ayer cerrábamos, como sabrás, con Jacques Rancière y Pedro Costa. A Rancière le conocí un día antes: llegaba el jueves a las 13:30 para un encuentro con tres profesores de filosofía de la Complutense. Fernando Rampérez, tutor de mi trabajo sobre Arrebato del curso pasado, se enteró por mí de que andábamos con gestiones para traer a Rancière y me propuso otra sesión en la facultad. Como eso implicaba compartir gastos, por supuesto dijimos que sí.

Rancière llegó con retraso, como Zunzunegui, protagonista del encuentro de aquel día junto a Manuel Asín y su película, la magnífica Siete vigías y una torre. A todos los traía y llevaba Salomé, a quien ya conocerás, y a quien en este momento imagino durmiendo todo lo que ha sido esta semana. Yo en realidad me he levantado de la cama porque me parecía que iba siendo hora de suicidarse, menos mal que quise escuchar "Stargazer" una última vez y la felicidad inherente a la escucha de esta canción me hizo pensar que sería una pena perderse los Chaplin-Keystone de esta tarde. En fin, yo el día lo pasé con Zunzunegui, Manuel y Pablo García Canga, un amigo que conocí por Manuel y del que proyectamos dos películas en el Círculo de Bellas Artes. Quedamos en Cruce para grabar una entrevista a Zunzunegui acerca de Contactos, porque Paulino Viota y Manuel tienen el deseo de que se haga un dvd a partir de la nueva copia restaurada de la película, y aunque ni la Filmoteca ni el Reina Sofía han hecho aún ese dvd ni Manuel o Paulino parecen haber hablado con ninguna casa editora, de momento sí se han grabado varias horas de entrevistas a Paulino para unos posibles extras de la edición. Aprovechando la visita de Zunzunegui, Manuel y yo pensamos que había que continuar la entrevista con él, en su calidad de coguionista del film y amigo de siempre de Paulino.

La entrevista fue bien, tal vez demasiado rápida, pero estuvo bien ver a Zunzunegui decir que seguía siendo muy althusseriano, o que Mao era un filósofo de primera fila (yo no estoy de acuerdo, pero sí que es bueno, muy fino por unos lados y muy grosero por otros) o que el fueracampo de Contactos (la militancia antifranquista) era en el fondo el suyo, pues ninguno militaba en aquella época (Santos lo haría más tarde, en algún grupo maoísta del que no quiso darnos el nombre). En fin, hora y media de entrevista, estuvo bien, aunque ahora lamento que tal vez fuésemos demasiado veloces. Pero las entrevistas que van bien tienden a sentirse así después.

Luego comimos y visitamos la exposición de Val del Omar, con Santos muy ofendido por la falta de respeto a los formatos de algunas de las películas. El efecto de desbordamiento, eso sí, era interesante, pero el cabreo crece después al darte cuenta de que hay material absolutamente fascinante que está en la expo pero no en la caja de ¡5! dvds que se acaba de editar. Una oportunidad perdida porque estas cosas o se editan acompañando al famoso “tríptico” o no hay manera.

Mientras nosotros estábamos en estas, Salomé recogía a Rancière en el aeropuerto tras llegar el avión con una hora y media de retraso, lo llevaba a la facultad, que tenía el Paraninfo lleno hasta la bandera, para descubrir allí que la traducción simultánea no funcionaba, tuvo que subir a hablar con los traductores y hacerles bajar a la mesa para hacer su trabajo al “viejo estilo”… una locura. Se perdió el encuentro de esa tarde, llegó prácticamente cuando yo lo estaba dando por acabado.

Este encuentro giraba en torno a Siete vigías y una torre, una película genial que ya pasamos en Cine Y, que Manuel Asín hizo grabando esculturas públicas de Jorge Oteiza, por lo general de lejos, en tomas muy amplias que abarcan un día entero. La calidad de la proyección me temo que no fue buena, aunque era en Betacam, pero parece que gustó, y había además una cantidad aceptable de gente. Luego Zunzunegui y Manuel hablaron de la película, entre ellos, y fue muy buen diálogo, pero estoy cansado y no estoy por contarlo, ya te pasaré la grabación, porque en el Reina Ángel, el proyeccionista, lo grabó todo.

Cuando acabamos Salomé nos dijo que Rancière se unía a la cena, y fue divertido ver lo poco que le apetecía a Zunzunegui encontrarse con el francés. En toda la cena, y a pesar de hablar francés perfectamente, creo que le llegó a dirigir dos frases, circunstanciales. A Zunzunegui no le gusta la obra de Rancière, y por lo demás le tiene muy mala leche a los franceses: “no os engañéis, esta gente no concibe que un español pueda pensar; lo que vosotros podáis decir no les importa nada”. Luego yo acompañé a Rancière al hotel, que estaba cerca. Pero yo no hablo francés y el inglés lo chapurreo. Algo hablamos, en tono bromista, le hice cruzar la calle Atocha a pelo, sin semáforo y con un coche de bomberos loco que giraba en plena calle… casi mato al conferenciante. ¿Te imaginas? Yo ahora podría ser famoso… Y encima repetí el ejercicio al acompañarle ayer, cuando lo hice con Cristina y Nicolás, dos amigos a los que volvía a ver tras unos meses de viajes por el mundo. Rancière era correcto, le preguntaban por la cena y decía “bien, bien…”, pero yo, sabiendo el peaso chuletón que nos habían cascado, dije “a little heavy”, y él asintió efusivamente: “yes, yes, a little heavy”, y normal, porque ese chuletón era la muerte (por cierto que el Word no deja de cambiarme “chuletón” por “chupetón”, será...).

A Zunzunegui le pasé un dvd con mis últimos cortos, los que ya conoces, y estoy aterrorizado, porque no es como con Mekas o con Paulino: sé que él los verá. Y a mí me da mucho miedo que me vean las películas y tengo un miedo al rechazo que a veces raya con el horror cósmico lovecraftiano. Sobre todo si se trata de un tipo con criterio e integridad, como es el caso. Miedo.

El día siguiente, ayer, comenzó tranquilo en comparación, aunque cuánto bien hubiese estado continuar con Manuel y Zunzunegui un día más. En su lugar, me desperté con el Ace of spades de Motörhead, hasta que Mario me mandó un enlace a “Stargazer” y ya me volví loco: me bajé Rising, el disco del 76 donde está la canción, el segundo disco de esta banda que por lo visto el gran Ritchie Blackmore formó tras su marcha de los también grandes Deep Purple, con el ya finado Dio de cantante. Y hasta ahora está sonando el disco. Ando heavy estos días, esto es así, pero teniendo en cuenta que ayer se suponía yo iba a estar presente en la mesa junto a Rancière y Costa- cuyo avión también llegó con retraso-, renuncié a la camiseta de Iron Maiden que me tocó (ya sabes que yo la ropa no la elijo porque no soporto tener que dedicar tiempo a pensar en qué ponerme, la tomo un poco al azar) y la cambié por una de Cannibal Corpse, lo cual dio lugar posteriormente al mejor momento de la noche, aquel en que alguien me señaló a la camiseta y me dijo lo heavy que yo era y le respondí (a ver si te suena, ahora que de la Iglesia estrena peli): “no, heavy no, es death metal, no es lo mismo”.

A eso de las 17:30 me encamino hacia el hotel, donde están sentados Rancière, Jesús Carrillo, Salomé y, efectivamente, Pedro Costa. Costa es algo así como un oso, grande, silencioso pero de apariencia afable. Yo nunca sé cómo tratar a esta gente que tiene fama, como Rancière o Costa, y con la que además existe la barrera del idioma. Mi inseguridad se incrementa mucho ante ellos y pienso siempre que los incordio como el público de Woody Allen en Stardust. Salvo con Pere Portabella, que es el tío más majo del mundo, estos encuentros son para mí un infierno. Por lo demás, a ver, no he leído apenas a Rancière y a Costa no le tengo amor: me gustan mucho Juventude em marcha y la peli sobre Straub-Huillet, y basta, el resto no me vuelve loco.

En la mesa estaban haciendo los clips de Juventude em marcha que Rancière quería usar para el diálogo, que te digo ya estuvo muy bien, por Costa sobre todo, que es, como te digo, callado, pero cuando habla lo hace perfecto, cuenta cosas interesantísimas, con criterio, con interés. Zunzunegui no es tampoco admirador suyo, pero decía algo que no deja de ser cierto: que el libro donde habla de No quarto da Vanda es superior a la película (que es buena, ojo, pero sería algo así como el Let it be frente al blanco o el Sgt. Pepper´s). En fin, la copia era el dvd de Intermedio alquilado en La luciérnaga, porque la copia de Salomé se perdió, o la perdí yo, o a saber qué pasó.

Fuimos al museo. Ya había gente y todo parecía salir mal. El proyeccionista no acababa de llegar y había que probar la imagen. Habían puesto una mesa pequeña y era aparatoso que estuviéramos los cuatro en ella, algo que sin duda hizo feliz a Jesús Carrillo, muy inquieto por el hecho de tener en la mesa a gente que no fuera Rancière o Costa. La idea por nuestra parte era que, siendo la última sesión, lo suyo era que estuviéramos los dos en la mesa. Yo tenía idea de hacer un cierre dedicado a Blake Edwards, que ya sabes murió hace unos días, y a los controladores aéreos que han tenido los cojones de hacer el tipo de huelga que hace falta o, en fin, una huelga de verdad, no esa pantomima de mierda de hace unos meses, a la que todos fueron por ver si se sentían en los 70 sin necesidad de correr riesgo alguno, algo así como los que pagan por ser internados en falsos campos de concentración nazis, por eso de saber cómo era. Además, ya sabes, teniendo en cuenta que desde hace un año mis relaciones con el sexo opuesto- y esto no es machismo, joder, es que se siente opuesto de verdad, vamos, que seguro que no caminamos por la misma calle- son inexistentes en el modo en que me gustaría a mí que existieran, coño, ¡un poco de publicidad no es de rechazar! Pero como te digo, no fue posible, hubiera sido demasiado aparatoso, así que se encargó Salomé, que es quien se ha leído a fondo a Rancière, y quien había tratado el tema del encuentro con él.

Pero vaya, que un lío. Si en la preparación de las sesiones nunca hubo más de 5 personas, aquí había 15 por lo menos. Menos el proyeccionista, que no estaba, ninguno servía para nada. A Rancière lo entrevistaban en la cabina de proyección. Al fin Ángel llegó, probamos, hubo algún lío con el ordenador de Salomé, al final se resolvió. Un absoluto capullo vino y nos dijo que abrían las puertas. Así, sin pedir permiso, que las abrían. Le salté un tajante “no”, que aún no había probado el vídeo, y lamento no haberle partido los dientes. Nunca tuvimos a nadie más que al proyeccionista para ayudar, y de repente 40. El micro de las preguntas del público siempre lo manejamos yo o Mónica, becaria que Salomé conocía de Historia del Arte, pero mira tú por dónde aquí había dos personas. Estas cosas enfadan. No sé si son habituales pero enfadan. Los materiales es una película que no tiene nada que envidiar a la de Costa, otra cosa, pero a la altura en su estilo, ¿por qué no vino nadie con Los Hijos, siquiera para mover el micro? De todos modos, el resultado es que todo estuvo más tranquilo y relajado el día de Los Hijos. Sin payasos que quieren abrir las puertas cuando todavía no se ha probado ni el vídeo ni el audio, porque faltan 15 minutos para las 19:30 y la gente está enfadándose. Si alguien se enfada por no haber entrado a algo 15 minutos antes es que es subnormal, ¡déjale entrar para arrancarle la puta columna! ¡AAAAAAHHHHHHHH!

Bueno, la sesión fue bien, dicen. Yo estaba atacado y solo quería acabar. Yo que siempre le he tenido curiosidad a los opiáceos, no dejaba de pensar que ese era un día perfecto para iniciarse en la heroína. La sala estaba llena, y a mi me hubiese encantado que no hubiera nadie, de hecho así lo dije en el mail que mandé aquel día a la gente, que decía así:

Esto se acaba. Por fin. Hoy, LOS LÍMITES DEL CINE finaliza, a las 19:30 en el auditorio Sabatini del MNCARS, con un encuentro entre el cineasta Pedro Costa (ya sabéis, el de La Huella del Crimen) y el filósofo Jacques Ranciére (de hermoso pelo que quiero para mí de viejo ya!). Los dos hablarán en francés, lengua del imperio, con traducción simultánea. Mucha gente dice que irá, y me da que esta vez es cierto, así que os aconsejo puntualidad. Aunque pienso que sería bonito que no viniese nadie. Escucho a Motörhead, así que me encuentro en un estado de cierta lucidez, y pienso lo bonito que sería acabar este ciclo infernal sin asistencia a la más cool de las sesiones. Pero me imagino que, muy en cambio, hasta podremos hacer mosh.

Un abrazo a todos, ya aprovecho para despedirme hasta enero, y felicitaros estas fiestas. Porque las fiestas de navidad MOLAN. Mucha gente se suicida y eso es bueno. Hay vacaciones. ¡Y encima todo es en honor de la celebración del nacimiento de Jesús! ¡Que se sabe que no nació en navidad! ¡Que no se sabe si nació! Hay gente a la que esto les ofende, pero a mi que las fiestas sean por razón de gilipolleces me hace feliz. Cualquier excusa es buena para endrogarse, emborracharse, comer como un cosaco y aterrorizar a los niños. Y te hacen regalos, joder, ¿cómo a alguien no le puede gustar esto? Vale que también hay que hacerlos, pero joder, ¡un poco de generosidad! Hay quien dice que se siente triste; mira, si eso es así, suicídate. Las navidades son un método de selección social: si te sientes triste en ellas, eso es que no estás capacitado para disfrutar los placeres absurdos de este mundo, lo cual implica que vas a ser desgraciado no en navidad, sino toda tu vida: suicídate (me dice Bill Hicks que haga extensiva esta apelación a los publicistas que lean esto). Además, estas son especiales porque estamos en estado de alarma, los militares controlan los aeropuertos y ya no estamos a merced de esos malvadosísísísimos controladores aéreos que quieren que se les pague lo que es debido por un trabajo que dure un número de horas adecuado.

Paz.

Ya ves lo jodido que ando, Alfredo. Pero es verdad: soñaba con una total falta de asistencia. Ver a Arrietta ante 8 personas, casi todas conocidas, a Portabella ante bastantes más, pero menos de las debidas porque entre otras cosas los miserables del CBA no se dignaron a anunciarnos, a Los Hijos o Manuel ante 20-30 personas (que está bien, ok), pues da ganas de ver después a Rancière-Costa ante 5, para joder a los jefecillos que solo se dignan a aparecer en la “pièce de resistance”. Pero, por supuesto, hubo lleno. No hubo mosh, eso sí, pero los disturbios fueron posibles en algún momento. Las becarias habían dejado sus abrigos en la primera fila, para guardarse sitio, y la gente pasaba y se sentaba encima. Una de ellas me habló de una señora que se había sentado encima del bolso de Mónica, ¡ni siquiera lo apartó!

Andaban por ahí Carmen, Jordi, Miriam, y más gente que no sé si conoces. De algunos ni me pude despedir y me disculpo por aquí, cuando hay tanto conocido y encima eres tú el que organiza, es imposible hacer las cosas bien. Dices “ahora te veo” y no vuelves nunca, es así. Es una mierda. Sabes que soy un amante de la calidez humana, tío.

Luego cenamos, sí, pero yo no quería, solo pensaba en irme a casa o emborracharme. Charlé con Miriam, a la que no veía desde junio, también con Rampérez, pero por lo demás, en general, era todo un coñazo. ¿He dicho coñazo? Sí, era un coñazo. Y encima caro. La ayuda, date cuenta, aún no nos llegó. Lo hemos pagado todo de nuestro bolsillo. Y, ayer, nuestros bolsillos estaban casi vacíos. Creo que Salomé se quedó sin dinero para el fin de semana, y a mí me quedan… ah, bueno, 55 euros. Y 10 más en el banco. ¿Te haces una idea?

Acabamos en un bar gracioso, junto a una bandera de Los Suaves, Costa, Miriam, Jordi, Salomé, un chico y una chica a los que no conozco y yo mismo. Me tomé algo, le dejé dinero a Salomé porque se había quedado pelada tras la cena, y me largué.

Es todo de momento. Tal vez siga porque claro, queda mucho que contar, y hay algunas historias graciosas que merece la pena conocer, aunque no sé si estaré por la labor, y además nos veremos en navidad.

Cuidate y ten cuidado con las inclemencias santanderinas. Un abrazo,

Rubén

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