jueves, 12 de febrero de 2009

Diario (I): Huir de ARCO

¡Por fin, a mis tiernos 30 años, he conseguido ir a Arco! "Conseguido" no está bien dicho porque nunca hice el menor intento, la verdad sea dicha, pero me dieron una invitación, de modo que podía ir gratis, y uno que es curioso y dispuesto siempre a conocer rincones nuevos de la geografía española, decidió ir. Busqué a alguien para acompañarme, porque la invitación era para dos, pero nadie podía, de modo que marché solo. Me planté en el Campo de las Naciones, cual Paco Martínez Soria dispuesto a empaparse hasta arriba de arte contemporáneo. A mí me gusta hacerme el paleto en estos sitios e ir con cara de acojonado a la gente preguntándole por ánde se entra por aquí, y esas cosas. Además, las azafatas (a lo mejor se las llama de otra manera, pero yo las llamo así, que se jodan) eran todas feas. Entro no sé cómo, agarro un mapa y me convierto, aquí sí, en todo un paleto flipándome con los pabellones. A mí es que los mapas me fascinan, siempre es como si me olvidase de lo que son y los miro como un objeto desconocido, como un mono mirando un vibrador vaginal-anal o algo así. Me jamo no sé cuántos minutos de pasarelas mecánicas hasta llegar al pabellón 10, que localizo finalmente en el mapa no sé cómo, y por donde quiero empezar por recomendación de una amiga. Ya me cabreo al ver que hay controles en la puerta de cada pabellón, o sea, puta mierda, ¿no basta el del principio?, ¿tengo que pasar esta gilipollez de puertas y de seguratas cada vez? Pero ah, me encuentro con un menda hiper-raro, y para colmo vacilón, que empieza preguntándome, no sé aún si con sorna o no, si llevo artilugios sexuales en la mochila, y que acaba diciéndome que no se puede pasar con ella. Cómo jode a veces no llevar grabadora encima. Yo, que es que soy el tipo más majo del mundo y que a un tío que me acaba de preguntar si llevo consoladores en la mochila es que no puedo discutirle nada, me ofrezco solícito a dejarla en algún sitio, aunque empiezo justo un segundo después a observar que no hay consignas a la vista. Obvio: hay que ir a un puesto, porque el arte ya saben que exige penitencia. Dispuesto a todo, voy para allá, y ya al empezar el camino escucho al tipo salao diciéndome que lo malo es que me costará algo de dinero, un euro o así. Con cara de fastidio "iniciando", pero con ese paso saleroso al que debo que tantas veces en mi vida me hayan llamado "friki", camino y camino hasta un puesto donde una señora que me recuerda tiernamente a las cobradoras de los baños públicos de Mataleñas está sentada, solitaria, bajo un letrero que dice: 3 euros.
- ¿Eso quiere decir que dejar la mochila aquí me va a costar 3 euros? (pregunta retórica, pero con un tierno poso de esperanza en el fondo).
- Sí.
- Pues me voy (tengo la tentación de inventarme una réplica graciosa aquí, pero las cosas son como son: sosas).
Y me doy la vuelta, acompañado por la sonrisa comprensiva de la señora, a la que siento la tentación de dar dos duros. 3 euros por dejar la mochila, no me jodas, ¿qué se han creído? Y, por dios, ¿qué se piensan, que voy a robar un Picasso con ella? Me largo a hacer algo útil y barato con mi vida.
Reconozco que podía haber vuelto al pabellón 10 y pedirle al tipo raro pero majo que me dejase pasar, que 3 euros es que es la pasta de mi puta cena, y además estaba seguro que me dejaría, pero estas cosas hay que pensarlas bien, porque, ¿no mola un huevo poder contar que te fuiste a Arco gratis y no entraste porque tenías que dejar la mochila en un puesto pagando 3 euros? Mola mucho más, y sin duda acrecentará más mi ya de por sí patética leyenda. En fin, arte contemporáneo o historia molona, elegí la historia, qué le vamos a hacer.
Eso sí, dispuesto a no irme en vacío, filmo un vídeo de mi digna huida del lugar, por las mismas pasarelas por las que entré. Podría ser mucho más largo, pero por un lado quedaba poca memoria en la cámara y por otra tenía prisa: mi paranoia despertaba y ya podía sentir a los guardas de seguridad mirándome con curiosidad ante mi misteriosa negativa a separarme de mi mochila y a las mujeres maduras con sus faldas grises a media pierna lanzándome ondas mentales para despertar mi frustración sexual (por no contar las que me miraban de reojo diciéndose: "¿no es ese el enfermo patético que me filmaba de estrangis el otro día en la parada de autobús?").
Una última sugerencia: ¿no parecemos un poco refugiados libaneses al final? Si ej que el arte tiene una capasidas transformadora que...